“Dice María Evangelista: “Este día en la oración yo presenté a nuestro Señor una
pena que tenía acerca de las penitencias que unos religiosos dijeron que yo debía
de hacer por lo mucho que Dios me daba. Y el Señor me dijo: María, ¿cómo piensas que suenan a mis oídos
algunas de esas penitencias? Pues me suenan como cascabeles que me están
haciendo un ruido enfadoso, y algunas veces con el ruido de la apariencia que
traen piensan que hacen algo y por eso se sienten muy satisfechos e hinchados.
Y para mí, María, esa penitencia no es tal penitencia, antes me da en el
rostro.
Y me enseñaba lo que era la verdadera “obra del corazón”, diciéndome: Esta es la llave de la labor del alma en la
cual tengo puestos mis ojos; en esto es donde se crece y sin esto no hay ningún
crecimiento. ¡Si supieses, María, los muchos yerros y engaños que pasan por
este malentender esto en el mundo! Muchos andan sin jugo ni substancia en su
interior, huecos, cascabeleando con ruido y aparato en estas cosas, llenos de
propia voluntad.
Y
en el hacer las penitencias mucho más, porque ponen el blanco de su
aprovechamiento en su acción, en su trabajo, es decir, ponen los ojos en sí
mismo, se miran y se contemplan a ellos mismos más que a mí. Y como enseñándome
su camino, dijo mirándome: Con cuántas veces atormenté mi cuerpo
exteriormente, pero no por esto me faltó tormento y pasión interior, que en
todo cuanto fue capaz mi alma de él y de ella lo padeció. De la misma
manera me enseñaba su santísima Madre por este camino.
Esto decía a fin de consolarme a mí, porque yo tenía
como pena y temor de mi mismo camino, viéndome sin fuerzas para hacer
penitencias extraordinarias. Y en esto no quería nuestro Señor desabonar las
penitencias que se pueden hacer bien hechas, mas se quejaba Su Majestad de las
faltas con que muchos las hacían y el engaño de pensar que con esto estaba todo
acabado, porque decía que de la obra interior redundaba el hacer todas las
cosas bien hechas, y sin ella no se podían hacer bien.
Y con muchas muestras de amor y liberalidad decía: Tornamos a obrar y a ofrecer el mundo con el
fruto de estas mismas obras. Y con mucha liberalidad echaba su rocío en el
Purgatorio y en el mundo y en todas sus criaturas”.
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Comentario:
Una vez
más voy a compartir un texto de M. María Evangelista que os sonará como a un eco
del alma que busca autenticidad más allá de las apariencias, como si dijera: la verdadera transformación nace desde dentro,
no del ruido externo, sino del silencio donde trabaja el corazón. Ella
tan amiga de la sencillez hasta en la vida espiritual, es decir, en la mística
y también no menos en la ascética, le apenaba la solo apariencia de algunas
penitencias que le aconsejaban y que otros tanto valoraban. El Señor le da la
razón y denomina estas de “cascabeleo con ruido y aparato” que contrasta
poderosamente con la sencillez de una entrega sincera que Él quiere de María
Evangelista. Veréis que el texto no sólo invita a mirar hacia dentro, sino también
poner siempre y en todo la mirada en él, y no en nosotros mismos o en nuestros propios
logros, por buenos y santos que parezcan ante los demás. Solo poniendo la
mirada en Dios autor de todo lo bueno que hay en nosotros no nos dejaremos
engañar, viviremos en la verdad y habrá verdadero crecimiento. Porque
el crecimiento espiritual no se mide por la cantidad de sacrificios visibles,
sino por la transformación interior. Sin un corazón humilde y entregado, no hay
verdadero progreso del alma. Este Texto de María Evangelista Quintero es una
profunda reflexión mística sobre la autenticidad espiritual y el valor interior
de nuestros actos, sobre todo cuando se trata de mortificaciones o penitencias
físicas. El señor le dice a María evangelista que a veces son como "Cascabeles que me están haciendo un
ruido enfadoso": Esta es metáfora crítica referida, como dijimos, a
penitencias o prácticas religiosas que, aunque en apariencia son muy buenas y
hasta heroicas carecen de la humildad y
sinceridad que le agrada a Dios por encima de todo. Son acciones vacías, hechas
más por apariencia o autosatisfacción que por verdadero amor a Dios. Jesús le
revela a María que lo que realmente valora es la intención interior, el amor y
la entrega sincera del alma", es decir: la obra del corazón. Las obras externas sin esta raíz espiritual no
solo carecen de valor, sino que incluso pueden ser ofensivas.
En resumen: el texto de nuestra autora, crítica la
vanidad espiritual: denuncia cómo muchos como podemos caer en el autoengaño,
creyendo que nuestros actos externos son suficientes, cuando en realidad están “huecos”,
movidos por la propia voluntad y no por la voluntad divina. María Evangelista
transmite lo que el mismo Dios le enseña a ella: que las penitencias o
manifestación externa de mortificación, aunque son valiosas, incluso necesarias
no son el fin en sí mismas. No pueden ser el
blanco de nuestro aprovechamiento espiritual en ellas, como si bastara con
el sacrificio físico, sino que el Señor le muestra que incluso Él, habiendo
sufrido corporalmente, padeció aún más en el alma que en el cuerpo. El
sufrimiento interior, vivido con amor y entrega, tiene un valor más profundo.
Es por eso que
el Señor no rechaza las penitencias bien hechas, pero sí lo lamenta cuando se
hacen sin autenticidad, como si fueran un atajo a la santidad. Sin una
transformación interior, las obras externas pierden su eficacia espiritual. Es
desde el corazón donde brota el verdadero fruto. Es así que en un gesto de ternura divina, Jesucristo
le muestra cómo las obras hechas con amor y pureza interior riegan el mundo, el
purgatorio y todas las criaturas. Es una visión de la comunión de los santos:
nuestras acciones, cuando están unidas a Dios, tienen un alcance universal.
María José Pascual
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