31 enero 2020

CORAZÓN AMOROSO DE JESÚS PARA SUS CRIATURAS - Nº 40


          Habrá que recordar que estamos en el siglo XXI y que leer las experiencias místicas que vivió una persona del siglo XVIII, nos sitúa en la necesidad de advertir que no debemos pretender encajar en nuestra mentalidad contemporánea la experiencia de M. María Evangelista, sino de estar disponibles y dejarnos conducir, mirando y comprendiendo con sus ojos y corazón, su camino de conformación con Cristo y así poder ir descubriendo, guardando las proporciones en que su vivencia no es ajena, ni diferente a la nuestra, que comulgamos de la gracia salvadora que Jesucristo ha depositado en nosotros. Esta no cambia, es la misma “ayer, hoy y siempre”.
           Y es que, para la mente discursiva y pragmática, del hombre de hoy, la exuberancia de imágenes, símbolos, metáforas y demás recursos literarios que encontramos en sus escritos, tan necesarios para explicar lo inexplicable con un lenguaje normal, con un vocabulario u una forma de expresarse tan diferente al nuestro, así como la piedad de la época que tenía no poca influencia de la “Devotio moderna”, nos hace sentir la sensación de impenetrabilidad, de incógnita y puede provocar, sobre todo al principio, la tentación de dejarlo por aburrimiento y una cierta des motivación.
           Pero ante esta dificultad debe surgir el desafío de una apertura a esta manera de Dios, con la cual Él también respondía a los que amaba, adaptándose al modo de comunicarse del lugar, del tiempo, de las personas y sus circunstancias. Para M. María Evangelista, hija ya del barroco y miembro de una Orden monástica, benedictina-cisterciense, perteneciente al primer monasterio de la Recolección Cisterciense tan especial también por su austeridad, por la intensidad con que se vivía la Liturgia, por su profunda y espiritualidad en la que se reflejaba una rica reflexión teológica expresada en la descripción de su experiencia mística, vale la pena de hacer un poco de esfuerzo por hacer una lectura serena y oracional de sus textos. Os aseguro que no quedaréis defraudados, sino que os enriqueceréis con su profundo conocimiento de Dios, de su Palabra redentora, de santidad que es participación de la santidad de Dios, porque Él santo y nos pide que nosotros lo seamos. Con su vida y su palabra, M. María Evangelista nos enseña a dejarnos santificar por Dios.
            Trataremos de facilitar su lectura y comprensión.
            No es nuevo reconocer que la mujer medieval, así como barroca y posterior, en general, no estudiaba más que lo básico o poco más, porque se consideraba que desarrollar o cumplir su misión en este mundo no necesitaba gran preparación intelectual. Por lo que cuando una mujer, por inquietud e interés intelectual estudiaba o en el caso de algunas místicas que por ciencia infusa escribía, se consideraba peligrosa y se examinaban sus escritos hasta en los mínimos detalles. Esto es lo que ocurrió, por nombrar alguna de ellas, a santa Teresa y tampoco se libró del examen María Evangelista.
            De una de estas afirmaciones habla nuestra autora en este fragmento de su diario de oración, que exponemos a continuación. Aunque la realidad es que, no manifiesta que esté muy inquieta por ello. Solo le presenta al Señor el tema.
            Advertimos también que, María Evangelista, así como todos los místicos, utiliza mucho la metáfora y la alegoría. En este texto especifica que ve y oye al Señor con los ojos y oídos del corazón. Es decir, el Señor le da entender lo que ella trata de decir, no ve y oye con los ojos del cuerpo, sino con los del alma.

          MISERICORDIAS REVELADAS, nº 40

 Estando después de la comunión con algunos pensamientos acerca de algunas cosas que decían había escrito yo, y ponían muchos reparos en ellas, particularmente decían que yo había escrito que cuando estuvo el Señor en la cruz y estaba allí su Madre, había puesto el Señor los ojos en mí, como en otra María. Yo de esto no me acordaba haberlo dicho, por lo que, volviéndome al Señor con los ojos de mi corazón le preguntaba o representaba estos por estos comentarios. Me enseñó el Señor su corazón amoroso para con sus criaturas, decía:
 María, mis obras no son ni han sido como las vuestras, limitadas. Ya te he enseñado cómo a todos os tengo en mis brazos, por ser los de mi ser tan grandes. A vosotros os falta la fe en conocer estas verdades. En mis brazos os abracé siempre, ya antes de “ser” y antes que “fuerais”.
            Y como mis obras no son hechas por casualidad, sino con gran sabiduría. Cuando estuve en la cruz y cuando vivía, mi cuerpo estaba unido con la divinidad que es Dios, y obraba como Dios y como hombre. Yo os veía a todos y a todos tuve presentes en aquella hora, y tuve sed de aquellos que habían de beber de esta agua viva de mi divinidad y cruz.
            Y tuve particular ansia de ver ya llegada la hora de comunicarles mis tesoros, Y el dolor infinito de los que no aceptarían tener vida y de serle muerte mi muerte. Allí tuve presente a los que habían de participar en esta obra mía de redención. Los miré con cariño. Y Por eso, diles que te miré a ti con más amor por lo que había de poner en ti de mi amor, que era la cruz. Y como Dios y hombre lo hice, porque podía hacerlo. Sino fuera de esta manera no serían mis obras acabadas. Yo veía lo presente lo por venir y lo pasado. Ese comentario indica poca fe, que, si conociesen mis obras y cómo yo las abarco todas en mí, no se espantarían de lo que es verdad de fe, como lo deben todos creer.
Y así me enseñaba cómo estábamos todos en estos brazos y nos estaba el Señor mirando a todos. Y cómo veía todo lo el porvenir. Y cómo lo que era verdad se nos hacía nuevo y dudoso. Y también me enseñaban cómo había tenido el Señor particular sed y ansia de comunicar al hombre estos sus tesoros, y de que el hombre se hiciese hombre por ellos, digo, tuviese vida en ellos. Y tuvo el Señor sed de aquella hora en que había de ser el hombre participante de este bien. Y se quejaba el Señor de la ignorancia del hombre, que juzgaba sus obras como las suyas propias y las limitaba como si fueran de solo hombre.
Y decía cómo el hombre, por vivir en oscuridad y tinieblas de su corazón e ignorancia, dejaba de conocer muchas cosas y no vivía en verdad ni en la medra (crecimiento) que le viene al hombre de conocer las obras del Señor. Y el amor que Él le tuvo al hombre y la profundidad profunda de su Ser en todas sus obras, obradas con esta profundidad de su amor. que todo lo que hizo fue para comunicarle su medra en Él (crecimiento en Dios). Y cómo todos sus tesoros los derrama en él.
 Si conociésemos esto y viésemos esta verdad, reconoceríamos la acción del Señor por nosotros y sabríamos ver nosotros mismos el amor grande con que hizo y obró estas cosas. Y decía: No pude Yo dejar de amar al que yo mismo había de querer en la verdad de mi conocimiento, y en quien había de poner mis tesoros (los tesoros de su amor redentor).
Y enseñaba cómo, así como las almas se agrandaban en obrar en Él, así Él se aumentaba a darles de sí, en agrandarlos. Y mostraba cómo ponía mi alma en esta luz y la metía en su bodega del vino (metáfora) de su ser, adonde tenía metida a la humanidad. Y allí la extendía en sí mismo, como ella había extendido sus obras para ejecutar y poner por obra las del mismo Dios, que fueron las de su entendimiento de la medra del hombre en su creación. Todo lo enseñaba el Señor en sí, en haberlo obrado para el hombre. Y metiendo mi alma el Señor allí, en aquella unión de la divinidad y humanidad, mostraba cómo estaba la divinidad premiando a la humanidad en el gozo de su Padre y de su ser, adonde la tenía. Y cómo allí quería Él meter al hombre y también hacerlo uno con Él y darle el premio de sus deseos. Esto expresaban a mi alma, y la cargaban de aquellos tesoros de la humanidad y divinidad, porque así se habían dado al Hijo de Dios para remedio del hombre. Y pues yo tenía dentro de mí estos mismos tesoros y los veía con la luz que el mismo Señor me daba, para que así los llevase adonde quisiere y los derramase y aplicase. Él me los entregaba y entregaría a quien se entregase a Él y dejase su vivir y su amor en solo Dios.
Misericordias reveladas nº 40
(Escritos de M. María Evangelista)
Comentarios de la Hna. MJP