16 agosto 2014

Bienes de la oración


El cuidado de orar les es, sobre todo, a las almas que tratan de vida espiritual. ¿A qué venimos a la religión y nos sacrificamos a Él? La oración es una armadura que no hay penetrarla, un refugio cierto, un puerto seguro, un castillo roquero. Sola ella ahuyenta todos los males del alma y le trae todos los bienes. Limpia el alma, quita la pena debida a los pecados, repara las negligencias pasadas, alcanza la gracia divina, consume los malos deseos, doma las pasiones desenfrenadas del alma, sujeta a los enemigos, vence las tentaciones, alivia los trabajos, desecha la tristeza, hincha de alegría el alma devota, renueva la paz, junta al hombre con Dios y, unida con Él, la levanta a la eterna gloria.

Con la oración se alcanza todo lo que hubiéremos menester; y, si no alcanzamos luego lo que pedimos, no os turbéis, porque Dios, por su piedad, algunas veces dilata el conceder (aun lo que santamente se le pide), no porque lo quiere negar, sino para darles después con más abundancia y para más provecho, y premiar mejor la fe y perseverancia.

Nunca se ha de decir ni sentir en el corazón lo que dijo aquel ciego del Evangelio (después que había recibido la luz en los ojos del cuerpo, aunque no estaba en los del alma muy alumbrado), que decía: Sabemos que no oye Dios a los pecadores. Avísoos que no lo digáis, porque es cosa, y segura, que oye Dios a los pecadores cuando lo llaman con humilde corazón. Porque, de otra suerte, muy desgraciado fuera el pueblo de Dios, como todos seamos en este valle de lágrimas y nos confesamos por pecadores, y tengamos a cada paso necesidad de reparos y acudir a las puertas de la misericordia de Dios.

Pero si alguno quisiera sustentar la proposición del ciego, se debe entender de aquellos que no quieren enmendar la vida y estarse envueltos en sus pecados. Pero tú, cualquiera que seas y te tienes por pecador, no por eso desconfiadamente menosprecies tu oración, que no la menosprecia Dios, antes la estima y guarda escrita en su memorial. Ora, pues, tú, devota santa, con humildad y atenta, sin ninguna desconfianza, antes ten por cierto que siempre oye el Señor al que ora con devoción y asiste en ella con reverencia.

Tened buen ánimo y perseverad, que sin duda al fin veréis por la obra cuán verdadero es lo que dijo Cristo: Pedid y recibiréis, que sin falta os darán lo que pidiereis si conviene que lo recibáis. Él sabe el cuándo y el cómo ha de acudir a vuestras peticiones. Y decidle con devoción: Señor, si te agrada, si conviene que se haga, hágase; pero si no te agrada, ni conviene, no se haga. En todo y por todo, se cumpla tu santa voluntad. Y trabajad cuanto se pudiere por tener allí el alma cuando alabáis a Dios. Y esperad en Él, que es muy fiel, acudiendo a la gloriosísima Virgen María Madre de Dios pidiéndole su favor. Y alabadla, porque ella lo merece todo y excede siempre a toda alabanza. El mismo Hijo suyo tiene, con el Padre celestial, en su pecho; y de su vientre virginal concibió a Dios, parió a Dios y le dio leche de sus mismos pechos. Trajo a Dios en sus brazos y lo recogió en su regazo. ¿Qué cosa más alta? ¿Qué cosa más honrosa que ser llamada Madre de Dios y serlo? ¿Qué dignidad más soberana que esta? ¿Qué cosa más admirable?

Realmente ello es así: ninguna cosa se puede pensar debajo de Dios más excelente que la madre del mismo Dios. Confesamos que recibió todas las cosas de aquel de quien fue criada y escogida; y que todas las puede ella en aquel a quien parió y dio sus pechos. Dio el Creador a la criatura, el Hijo a la Madre, cierto poder inefable, y quiso honrarla con un privilegio singular. Y esta es la causa por que ponemos en ella y en su misericordia la esperanza de nuestra salvación, no primero que en Dios, sino después de Él.

Pues del Señor todopoderoso, a quien conocemos por origen y principio de todo nuestro bien, esperamos principalmente nuestra salud y remedio, y por medio de la Santísima Virgen, que es un dechado perfecto de toda pureza y santidad. Es un singular refugio de los pecadores, es un castillo roquero donde se guarnecen las almas devotas fatigadas de alguna tentación y de las molestias de este miserable mundo. Ella es poderosa Reina del Cielo, ella es liberalísima despensera de las gracias, ella es Madre de misericordia de todos los fieles. Toda es mansa, toda es serena, toda es benigna, no solamente a los perfectos, sino también a los pecadores y a los que parece están sin remedio. Que cuando ve que de corazón acuden a ella, luego los ayuda, recibe, recoge, y con una confianza, al fin de Madre, los torna a hacer amigos del espantoso Juez.

A ninguno desprecia, a ninguno se niega, a todos consuela, a todos abre su piadoso pecho, y apenas es llamada cuando acude. Con su bondad y dulzura natural atrae suavemente al servicio de Dios aun [a] aquellos que casi no lo conocen, y los mueve poderosamente para que por aquel camino se dispongan a recibir la divina gracia y finalmente se hagan aptos para el Reino de los Cielos.


Tal es y tal la hizo Dios, y tal nos la dieron para que nadie se espante de ella, nadie huya de ella y nadie tema de acudir a ella. No es posible que se condene el que fuere solícito y humilde servidor de la gloriosísima Virgen María.


 (De los escritos de M.María Evangelista)

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