08 agosto 2014

Espejo de cristianos que anhelan la virtud



Lo que os aconsejo, por las llagas de Cristo, [es] que se den mucho a la virtud y al estado en que Dios las ha puesto, sacándolas del siglo y de tantos tropiezos y miserias que hay en él, considerando cómo Dios socorre a los buenos y a sus amigos. Y si me preguntáreis quién son estos: son los humildes de corazón y los que guardan sus leyes.

Bien es verdad que en el camino de la virtud hay muchos altos y bajos, pero la sierva o siervo de Dios todos los vencen con su favor y ayuda. Si nosotros nos queremos aprovechar, aun en las tribulaciones y angustias del alma que se padecen, que estas tienen tan maravillosa virtud que es alcanzar por ellas fuerzas para pasar alegremente los ahogos del alma. Que mientras vivimos en esta vida, grandes o pequeños, malos y buenos, no les pueden faltar, porque sabemos que no hay mar en el mundo tan intempestuoso y tan inestable como ella; pues no hay felicidad tan segura que no esté sujeta a infinitas maneras de accidentes y desastres, nunca pensados, que a cada paso nos saltean.

Pues es mucho para notar ver cuán diferentemente pasan por estas mudanzas los buenos y los malos. Porque los buenos, considerando que tienen a Dios por padre y que el Señor les envía aquel cáliz de amargura, como una purga ordenada por mano de un médico sapientísimo para su remedio, y que las tribulaciones son como una lima de hierro que cuanto es más áspera tanto más limpia el alma del orín de los vicios, y que ella es la que hace al hombre más humilde en sus pensamientos, más devoto en su oración y más puro y limpio en la conciencia; con estas y otras consideraciones, bajan la cabeza y humíllanse blandamente al tiempo de la tribulación, y aguan el cáliz de la pasión que les molesta o, por mejor decir, águasela el mismo Dios. El cual, como dice el profeta David en el salmo 79: Les da a beber las lágrimas por medida (porque no hay médico que con tanto cuidado mida las onzas del acíbar que da conforme a la disposición que tiene), cuanto aquel físico celestial mide el acíbar de la tribulación que da a los justos, conforme a las fuerzas que tienen para pasarla. Y si alguna vez acrecienta el trabajo, acrecienta también el favor y ayuda para llevarla, para que así quede el paciente con la tribulación tanto más enriquecido cuanto más atribulado, y de ahí adelante no huya de ella como de cosa dañosa, sino antes la desee como mercaduría de mucha ganancia. Porque, como dice el salmo: La salud de los justos viene del Señor y él es su defensor en el tiempo de la tribulación; y ayudarlos he, y librarlos he, y defenderlos he del demonio y de los pecadores; y salvarlos he por cuanto en él pusieron su esperanza.

Y en el salmo: Cuán grandes son, Señor, los bienes que habéis hecho a todos los que esperan en Vos. Porque muchas veces los santos varones, cargados de grandísimos peligros y tentaciones, estaban con un ánimo quieto y esforzado, y con un rostro y semblante sereno. Porque veían que tenían sobre sí esta guarda tan fiel que nunca los desamparaba, antes entonces se hallaba más presente cuando los veía en mayor peligro. Y así, dice el salmo: Con él estoy en la tribulación, librarlo he y glorificarlo he. Y nuestro padre San Bernardo dice: Dichosa, por cierto, la tribulación, pues merece tal compañía. Pues, Señor, dadme siempre tribulaciones por que siempre estéis conmigo; por que miren que no es ser buen cristiano solamente en rezar, ayunar y oír misa, sino que nos halle Dios fieles, como otro Job y otro Abraham en el tiempo de la tribulación.

Hemos de suponer que cuando Dios nos envía algún trabajo, sea del alma o del cuerpo, es regalo que Él nos envía y nos quiere bien, y se acuerda de nosotros y nos tiene en su memoria. No hay libro espiritual que no nos lo dice y señal de predestinación. Y si volvemos los ojos a la razón y a lo que padecieron los santos, un San Pablo, vaso de elección, ¿qué no padeció? En toda su vida le acosó un estímulo de la carne, pues quejándose el santo le respondió Dios: Paulo, Paulo, bástate mi gracia porque siempre estoy contigo. Que la virtud en las enfermedades, sean del espíritu o corporales, con la paciencia se perfeccionan. Otrosí, ¿qué no padeció San Antonio con tanto desasosiego de demonios, ya de fantasías lascivas del demonio, ya de maltratarlo tanto?
 (De los escritos de M. María Evangelista)    
    
          


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