29 enero 2019

DIARIO DE ORACIÓN: M. Ct. Nº 4


QUIEN DESEA ESTAR EN DIOS Y SER DE DIOS, NADA TIENE QUE TEMER
Habiendo tenido algunas ocasiones y algunas inquietudes de espíritu con la parte inferior[1] (la parte del cuerpo y sus sentidos), me parecía que el cuerpo se quejaba del peso de la cruz tan continua. Estando yo metida en él, aquel Ser y poder infinito, me enseñaba, que no debía preocuparme con estas quejas naturales ni de esos sentimientos menos dignos, porque nada que venga de fuera del espíritu, me ha de separar del Señor, que es mi refugio, puesto que no quiero cosa mía sino su voluntad, y vivo deshaciéndome y consumiéndome toda en su presencia, reconociendo mi nada y que todo mi ser está en Dios y es de Dios, desnudándome de todo lo que no es mío, que es ser nada, para dar con esto la obra a aquel de quien Es.
Con esto –me decían– que había de satisfacer a las quejas de la naturaleza, que a la nada, nada puede hacerle agravio, y el que se reconoce ser nada, no puede encontrar derecho para fundar agravios; el que piensa tener algo, por mínimo que sea, no está en luz, ni en verdad. Mas si sabe que todo lo tiene en Dios, entonces Dios es suyo: y su entendimiento y voluntad están llenos de luz.
            Aquí me enseñaban unas verdades vivas en que toda la vida me debía de ocupar, que eran en cómo he de ir dejando mi ser, desnudando todos los afectos de mi alma de mí misma y pasándolos todos a Dios; por cuyo único y amado bien mío, tome lo que precisamente me fuere necesario para pasarme a Él, sin que se me pegue gusto ninguno, ni pararme en él, sino pasarlo a Dios. Y aunque sean los gustos espirituales nacidos del mismo Dios, han de volver corriendo, sin detenerlos, a su misma fuente. Esta –decían– era la soledad, desnudez y pobreza que nos pide El Señor.
M. María Evangelista
Misericordias de Dios Continuadas Nº 4



[1] Recordemos a lo que le denomina la parte inferior: la parte superior, que es la del alma, y otra la parte inferior, que es la del cuerpo y sus sentidos,


27 enero 2019

DIARIO DE ORACIÓN - 3- M. Ct.


 DIOS SE ADAPTA A LA MANERA DE ENTENDER DE LA PERSONA
    Un día, me dijo mi confesor que los grandes favores que me hacía el Señor, no solía hacerlos de ordinario. Estando después recogida le dije a su Majestad: Señor, ¿Qué es esto que me dicen? Yo confieso que me dais a conocer vuestras verdades y lo mucho que vale el padecer, mas yo no sé cómo son estos favores porque me pones con ellos como en un tormento
    Me dijo El Señor: Ese es mi brazo poderoso que, enseñándote yo mi poder y todo lo que quiero que veas, pongo tu alma y tú obra en la cruz, de manera que no tomes gusto en nada ni tengas satisfacción de ti, porque si no es así, no estarías en cruz. Y la cruz quiero Yo sea tu lecho y tu nido, como Yo te lo tengo enseñado.

    Yo, acordándome entonces de la doctrina que Vuestra Paternidad me había enseñado, le dije: Señor, haz que sea siempre consciente de que soy dos: una la parte superior, que es la del alma, y otra la parte inferior, que es la del cuerpo y sus sentidos, que no sé decirlo de otro modo, sino como “este interior y este exterior”
    Dijo el Señor: Eso yo te lo tengo enseñado con modos que tú entiendas. Esto es lo que yo te digo: que la parte del alma esté ocupada en la cruz en que Yo la pongo, porque esa es solo la obra del alma en que me agrado y la que mi Hijo tuvo siempre en su corazón; la cruz es vuestro nido en donde habéis de descansar. Y la parte de afuera es la que se ocupa de las cosas exteriores, dejando al alma en su centro y trabajando los sentidos, a veces tan solos y sin cuidado del alma como si no tuviera que ver en ellos. Y lo mismo ocurre con el ruido de la imaginación, con tentaciones, dudas e inquietudes, que las mira el alma como si pasaran en otra persona, como a la verdad pasan, en otra región muy distante del espíritu.
    Esto me enseñaba y me lo hacía ver con grande claridad, que así pasaba por mí muy de ordinario, como nuestro Señor me lo mostraba.
De los escritos de M. María Evangelista
Misericordias comunicadas nº 3
Monasterio cisterciense de la Sta. Cruz de Casarrubios

23 enero 2019

DIARIO DE ORACIÓN - Abandonarse en Dios


 ABANDONARSE EN DIOS 
Un día, después de haber comulgado, me recogió el Señor; y en el recogimiento me enseñó el estorbo grande que hace el cuerpo [la naturaleza] a nuestra alma para su vida interior y espiritual. Y vi con gran claridad que era un enemigo cruel y disimulado, y que nuestro espíritu no tiene otro mayor, porque siempre está resistiéndose a la verdad, que es la vida que tiene el alma en Dios y con que la mantiene y hace crecer.
Y en esta me enseñaba cómo había de apartar de ella, como de enemiga, todos los movimientos del espíritu que son los de nuestra voluntad, y los había de guiar a Dios, que es su centro. Y me advertía que, en tanto que no se aparta ni divide el alma de esta enemiga doméstica [la naturaleza], no gozará de esta paz de Dios tan deseada; porque primero ha de aborrecer con gran odio la voluntad propia todo cuanto apetece nuestra parte inferior contra la razón, pues todo es contra Dios, porque la carne no desea sino sus gustos y descansos y comodidades. Dios nos quiere a todos a su gusto, ya que Él es nuestro manjar de vida y del que se sustentan los habitantes del Cielo, y no se le puede comer ni gustar antes de apartar el alma de estos gustos animales, que no saben sino de carne y tierra.
Y estando en este conocimiento clarísimo me dijo Su Majestad: Tú no tienes otra cosa que hacer sino esta, ni yo te pido, sino que te abandones a ti misma y te vengas a mí, que yo quiero hacer en ti lo demás. Y haré contigo lo que hago con los bienaventurados, y con todos los que se dejan a sí del todo y solo en mí pusieren su corazón, que los lleno de mi luz y de mi gusto.
En este mismo recogimiento me mostró su inmensidad, cómo todo lo criado lo abarca y todos estamos sostenidos de su poder, como de brazos de ama que nos tiene a todos y nos está dando la vida, el ser que tenemos, nos mueve y nos movemos en él. Y me decía: Cuando se aparta el alma del cuerpo, no ha menester bajar ni subir para darle yo la pena o el premio de sus obras, que yo, que todo lo lleno, la pongo en gozo o en tormento como lo hago con todos los demás espíritus. Y así sabrás que lo que a vosotros os estorba el gozar en mí, es estar pegados a la afición al cuerpo, a sus gustos y comodidades, a deseos de esta vida temporal y sensual con todas sus glorias, regalos y felicidades de este mundo. Pues todo esto es tierra y como tierra pesa abate y ciega el alma y esto es lo que os contradice y hace amargo el sustento de los ángeles que Yo os ofrezco y áspero el mandamiento de negaros a apartaros de los apetitos de vuestra carne y de vuestra soberbia. Y es que, sin este apartarse, de los apetitos del cuerpo, que es a manera de muerte en que se despide el alma de todos los gustos y deseos de esta vida, no me puede ver con los ojos de su atención ni gustar vuestro espíritu de mí, que soy manjar de espíritus.
Y diciendo el Señor, que apartaba mi alma de todos los deseos de esta vida y, como los que se mueren, iba el alma dejando al cuerpo, hasta el punto que sentía que incluso me faltaba el calor natural, de modo que apenas podía usar de mis miembros. Y esto con grandes dolores, cesando todo el bullicio de la imaginación, como si estuviera difunta. Mientras que el alma estaba suelta y atada a solo Dios, en cuya contemplación se gozaba con admirable sosiego de este manjar que comen los ángeles, mirando este Ser de quien todos tienen ser y la vida. Los que no tienen esta vida interior, sino sola la del cuerpo, no viven, sino mueren como peces fuera del agua. Al no estar en Dios, están tan ciegos que no lo ven ni lo aman, ni reconocen lo que de Él reciben porque no dan entrada a la Luz con las aficiones a los sentidos y gustos de la tierra. Y se lamentaba Nuestro Señor de los hombres, que por amar las tinieblas aborrecen su Luz y se hacen semejantes a las bestias.


Escritos de M. María Evangelista 
MISERICORDIAS COMUNICADAS Nº 2
Monasterio de santa cruz de Casarrubios del Monte





14 enero 2019

DIARIO DE ORACIÓN : M. Ct. Nº 1


(Misericordias de Dios comunicadas, Nº 1)

La obediencia humilde es la que venció la resistencia a escribir sobre sus experiencias místicas a M. María Evangelista. Había varios motivos para esta resistencia y se lo dice a su confesor que por entonces lo era el P. Gaspar de la Figuera, sacerdote jesuita. Este Padre fue el que hizo una copia de estos escritos, parece que unos años más tarde de los originales que M. María Evangelista escribió de su mano, porque él mismo le pidió que lo hiciera. El comienzo da testimonio de que así fue. 
Advertimos que a veces habla de sí misma como en tercera persona, esto es, habla lo que experimenta en su espíritu, ella dice “Mi alma” y lo expresa como si fuera una persona distinta a ella. Es preciso tener esto en cuenta, de lo contrario puede confundir un poco.



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Fiada de la obediencia de Vuestra Paternidad[1] y de la voluntad de Dios que yo tantas veces tengo conocida, y a pesar de tantos estorbos como hay para cumplir, de falta de salud y de tiempo, ocupaciones y de memoria, y de la contradicción de las de mi casa, que lo resisten[2]; que, dando cuenta por escrito de mi conciencia y estado de mi alma, y de lo que pasa en mi interior –de que Vuestra Paternidad será juez si es bueno o malo, y conforme a eso me guiará por que no yerre el camino de la verdad–, no llevaré orden ninguno ni señalaré tiempos ni materias, sino conforme el Señor lo fuere dando, así lo iré escribiendo.

Nº1
Estando un día en oración, después de haberle a Vuestra Paternidad oído la división que había en nosotras, de la María interior buena –que es nuestro espíritu– y de la exterior mala –a quien llamaba aquel santo lego la vecina[3]–, me recogió nuestro Señor para ponerme en esta doctrina tan importante. Y en aquel recogimiento me dio a ver con la vista interior a mi alma, como si la tuviera dividida del cuerpo, con el entendimiento atento a Dios, que tenía presente. Y de aquel ser divino le venían unas ilustraciones como relámpagos, y le mostraban muchas verdades divinas. Y mi alma, con un conocimiento sencillo y sosegado, estaba mirando a Dios y recibiendo lo que Él le quería dar. Que todo le cabía por hacerla Su Majestad capaz de aquel reposo y luces que bajaban de Dios, y encendían en ella deseos de acercarse más a la fuente de la luz; aunque el mismo estar en ella, da más sed y ansias de aproximarse más. Y estos deseos son como rayos que abrasan, y ve el alma que en ellos recibe a Dios que es el que los causa allí dentro. Y con Dios está llena y en paz, como la que se ve sentada a la mesa del Rey, comiendo el pan mismo de los ángeles que es su gusto. Y gozaba de su presencia, con un mirar al modo que las palomas miran la fuente y se ven en ella: así miraba a Dios, fuente viva, y allí se miraba mi alma: cómo de verdad no tenía nada de sí, ni ser, ni luz, ni vida, sino que todo le venía de Dios, en cuya presencia estaba. Y ésta, que es nada en sí, puesta en Dios, vale mucho y tiene vida y ser. De suerte que, conociendo allí su nada y la fuente de su ser, Dios, que en esta nada se deja conocer, viene a tener vida y a sustentarla con las verdades y luces que en esta mesa real le dan para su crecimiento, con las cuales anda siempre vacía de sí, en el conocimiento profundo de su nada, y llena de la luz de Dios, de su inmensidad, poder, sabiduría y bondad.
En este retiro estaba mi alma cuando el Señor le dijo: Estas verdades son el corazón del alma y sin ellas no hallará en sí progreso, porque en sí no tiene con qué progresar, de manera que ha menester salir de sí para poder vivir en la verdad; que en sí no la encuentra, sino fuera de sí, que es en mí. Y así, estará lejos de ensoberbecerse el alma que de esta manera mira al centro de mi ser, que soy luz y la doy a quien me mira. En esto es lo que te he dicho tantas veces que quiero que tu camino sea semejante al mío, conforme a tu corta capacidad (por que no tropiecen los ciegos en esto). Porque has de saber que mi alma estuvo siempre recibiendo y gozando de esta luz, con la cual fue sustentada siempre desde el instante de mi concepción. Y así, nunca estuve ocioso, porque al punto obré y tuve el ser cumplido. En él mi alma conoció altamente la divinidad, lo que no se ha dado a ninguna criatura. Allí, en aquella luz, vi la voluntad de mi Padre; y obraba conforme a esta luz, apartando mi naturaleza de todo el gusto que de la parte superior le pudiera venir, y poniéndola en cruz cuanto nadie es capaz de entender, si Yo no se lo enseño y agrando su capacidad. Y continuó diciendo el Señor: También Yo continuamente busco corazones que estén en cruz.
Y mirando al mío decía: Mira, también quiero Yo que, al modo que hice capaz a mi naturaleza de esta “obra de cruz”, que también lo seas tú, pues es este tu camino, como te lo he enseñado. Y estando entonces con grandes agobios de corazón, lo miró Su Majestad con agrado por verlo en cruz y me dijo: Dámelo a mí, que ese es mío, porque lo veo en cruz, y no tiene amparo ni consuelo, y está en él la cruz, mi querida.
Y fue tanto el dolor con que me iba asentado en él la cruz, que no podía dejar de dar grandes suspiros por no ahogarme, que me faltaba la respiración, y que iba a acabar la vida según era el quebranto y desamparo que sentía. Y juntamente está el alma conociendo el regalo que Dios le hacía, y cómo le tomaba el corazón y le enseñaba en sí mismo luces admirables, y el cuerpo recibiendo la cruz pesadísima que, como viga de lagar, me estrujaba el corazón, para que así diese el amor puro que Su Majestad llamaba el mosto y la substancia sin mezcla de cosa de esta vida. Porque el amor de trabajos y cruces no lleva mezcla de naturaleza. Y en esto quiere nuestra cabeza, Cristo, que lo imitemos.
Y yo lo veía que se holgaba de ver lo que yo pasaba, que era no solo opresión del corazón, pero que de él se derramaba por todo el cuerpo, que me tenía quebrantada toda y puesta en cruz. Entonces dijo el Señor: Este es mi camino, no hay otro mejor ni Yo escogí otro para mí. Este es el tuyo, esta es mi voluntad; mira si tú hallas otro mejor en todos los caminos. Por este has de caminar y esta es tu senda.
Así, oprimida, me miraban sus divinos ojos, y ellos me daban una fortaleza, que era como un licor y aliento divino, con que no me parecía que hacía nada en llevar el peso ni dolores viniendo de la mano de Dios. A esta llamaba nuestro Señor su obra, cruz y trabajos, sin gusto ni consuelo en la naturaleza; luces y verdades de Dios en el Espíritu, y amor y sed de trabajos, que fue todo el camino que Su Majestad llevó. Y quería que yo lo imitase poniéndome estas dos partes, superior e inferior, tan apartadas y en tan diferentes tratos, como si fueran dos mujeres muy diferentes.



[1] Nota del copista, don José Rodrigo, al margen: “Es como proemio de la obra”.
[2] En el original del padre de la Figuera aparece tachado (aunque legible) lo siguiente: “… y de la contradicción de las de mi casa, que lo resisten”. El copista, don José Rodrigo, interpreta esta frase así: “… y de la contradicción de algunas siervas de Dios que con santo celo lo estorban y resisten”.
[3] Posterior y actualmente la denominamos como “el hombre viejo”, es decir, como el hombre pecador por naturaleza