Un día, después de haber comulgado,
me recogió el Señor; y en el recogimiento me enseñó el estorbo grande que hace
el cuerpo [la naturaleza] a nuestra alma para su vida interior y espiritual. Y
vi con gran claridad que era un enemigo cruel y disimulado, y que nuestro
espíritu no tiene otro mayor, porque siempre está resistiéndose a la verdad,
que es la vida que tiene el alma en Dios y con que la mantiene y hace crecer.
Y en esta me enseñaba cómo
había de apartar de ella, como de enemiga, todos los movimientos del espíritu
que son los de nuestra voluntad, y los había de guiar a Dios, que es su centro.
Y me advertía que, en tanto que no se aparta ni divide el alma de esta enemiga
doméstica [la naturaleza], no gozará de esta paz de Dios tan deseada; porque
primero ha de aborrecer con gran odio la voluntad propia todo cuanto apetece
nuestra parte inferior contra la razón, pues todo es contra Dios, porque la
carne no desea sino sus gustos y descansos y comodidades. Dios nos quiere a todos
a su gusto, ya que Él es nuestro manjar de vida y del que se sustentan los habitantes
del Cielo, y no se le puede comer ni gustar antes de apartar el alma de estos
gustos animales, que no saben sino de carne y tierra.
Y estando en este
conocimiento clarísimo me dijo Su Majestad: Tú no tienes otra cosa que hacer sino
esta, ni yo te pido, sino que te abandones a ti misma y te vengas a mí, que yo
quiero hacer en ti lo demás. Y haré contigo lo que hago con los bienaventurados,
y con todos los que se dejan a sí del todo y solo en mí pusieren su corazón, que
los lleno de mi luz y de mi gusto.
En este mismo recogimiento
me mostró su inmensidad, cómo todo lo criado lo abarca y todos estamos
sostenidos de su poder, como de brazos de ama que nos tiene a todos y nos está
dando la vida, el ser que tenemos, nos mueve y nos movemos en él. Y me decía: Cuando
se aparta el alma del cuerpo, no ha menester bajar ni subir para darle yo la
pena o el premio de sus obras, que yo, que todo lo lleno, la pongo en gozo o en
tormento como lo hago con todos los demás espíritus. Y así sabrás que lo que a
vosotros os estorba el gozar en mí, es estar pegados a la afición al cuerpo, a
sus gustos y comodidades, a deseos de esta vida temporal y sensual con todas sus
glorias, regalos y felicidades de este mundo. Pues todo esto es tierra y como
tierra pesa abate y ciega el alma y esto es lo que os contradice y hace amargo
el sustento de los ángeles que Yo os ofrezco y áspero el mandamiento de negaros
a apartaros de los apetitos de vuestra carne y de vuestra soberbia. Y es que,
sin este apartarse, de los apetitos del cuerpo, que es a manera de muerte en
que se despide el alma de todos los gustos y deseos de esta vida, no me puede
ver con los ojos de su atención ni gustar vuestro espíritu de mí, que soy manjar
de espíritus.
Y diciendo el Señor, que apartaba
mi alma de todos los deseos de esta vida y, como los que se mueren, iba el alma
dejando al cuerpo, hasta el punto que sentía que incluso me faltaba el calor
natural, de modo que apenas podía usar de mis miembros. Y esto con grandes
dolores, cesando todo el bullicio de la imaginación, como si estuviera difunta.
Mientras que el alma estaba suelta y atada a solo Dios, en cuya contemplación
se gozaba con admirable sosiego de este manjar que comen los ángeles, mirando
este Ser de quien todos tienen ser y la vida. Los que no tienen esta vida
interior, sino sola la del cuerpo, no viven, sino mueren como peces fuera del
agua. Al no estar en Dios, están tan ciegos que no lo ven ni lo aman, ni reconocen
lo que de Él reciben porque no dan entrada a la Luz con las aficiones a los
sentidos y gustos de la tierra. Y se lamentaba Nuestro Señor de los hombres,
que por amar las tinieblas aborrecen su Luz y se hacen semejantes a las
bestias.
Escritos de M. María Evangelista
MISERICORDIAS COMUNICADAS Nº 2
Monasterio de santa cruz de Casarrubios del Monte
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