QUIEN DESEA ESTAR EN DIOS Y SER DE DIOS, NADA TIENE
QUE TEMER
Habiendo tenido
algunas ocasiones y algunas inquietudes de espíritu con la parte inferior[1] (la
parte del cuerpo y sus sentidos), me parecía que el cuerpo se quejaba del peso
de la cruz tan continua. Estando yo metida en él, aquel Ser y poder infinito,
me enseñaba, que no debía preocuparme con estas quejas naturales ni de esos
sentimientos menos dignos, porque nada que venga de fuera del espíritu, me ha de
separar del Señor, que es mi refugio, puesto que no quiero cosa mía sino su
voluntad, y vivo deshaciéndome y consumiéndome toda en su presencia, reconociendo
mi nada y que todo mi ser está en Dios y es de Dios, desnudándome de todo lo
que no es mío, que es ser nada, para dar con esto la obra a aquel de quien Es.
Con esto –me
decían– que había de satisfacer a las quejas de la naturaleza, que a la nada,
nada puede hacerle agravio, y el que se reconoce ser nada, no puede encontrar
derecho para fundar agravios; el que piensa tener algo, por mínimo que sea, no
está en luz, ni en verdad. Mas si sabe que todo lo tiene en Dios, entonces Dios
es suyo: y su entendimiento y voluntad están llenos de luz.
Aquí
me enseñaban unas verdades vivas en que toda la vida me debía de ocupar, que
eran en cómo he de ir dejando mi ser, desnudando todos los afectos de mi alma
de mí misma y pasándolos todos a Dios; por cuyo único y amado bien mío, tome lo
que precisamente me fuere necesario para pasarme a Él, sin que se me pegue
gusto ninguno, ni pararme en él, sino pasarlo a Dios. Y aunque sean los gustos
espirituales nacidos del mismo Dios, han de volver corriendo, sin detenerlos, a
su misma fuente. Esta –decían– era la soledad, desnudez y pobreza que nos pide El
Señor.
M. María Evangelista
Misericordias de Dios Continuadas Nº 4
[1] Recordemos a lo que le
denomina la parte inferior: la parte
superior, que es la del alma, y otra la parte inferior, que es la del cuerpo y
sus sentidos,
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