06 agosto 2025

Diario de oración: M. María evangelista Quintero

 

La Transfiguración del Señor (Lc 9,28b-36)

El día de la Transfiguración, habiendo comulgado, se me mostró el mismo Señor transfigurado, y cómo el alma, siempre gloriosa, había comunicado luz y gloria al cuerpo. Pero  en el centro de su corazón tenía abrazada la cruz, y nunca más vivamente, y me dio a oír la voz del Padre, y que era su muy amado Hijo que, por medio de la cruz, le daría “ser”  a los hombres y cumplimiento a las obras y promesas de su Padre.

Y me decía que no descansaría un alma hasta transfigurarse por amor en la cruz, que de ella nacen todas las luces y gloria; y que, aun esto, lo debía echarlo fuera del corazón y quedarse con la cruz adentro, esto es, que no ha de descansar en gloria sino en cruz. Y que esta transfiguración interior se hacía muriendo a sí y a todos los gustos y comodidades de esta vida sensitiva.

Entendí también que hallarse Moisés[1] fue para decir que Cristo era el que venía a sacar a su pueblo del cautiverio del demonio por el mar de su sangre, y que sería Pastor y Rey. Y Elías, para decir que contra los endurecidos traía celo y rigor.

Y a los discípulos se les había mostrado glorioso para fortalecerles la fe cuando lo viesen en el huerto sudar sangre, luego preso, y después morir atormentado y afrentado.

Al fin, vi juntas, por modo inefable, la cruz en lo íntimo de su voluntad y la gloria como la tuvo después de resucitado, haciendo ésta crecer a la otra por modo extraño, tanto, que fue de lo más apretado de tormento que el alma del Señor tuvo en este mundo.

 

 

COMENTARIO

María José P.

Este texto refleja una experiencia interior vivida por María Evangelista Quintero en el contexto del día de la Transfiguración, y puede interpretarse como una revelación contemplativa que une la gloria divina con el misterio de la cruz. sus principales símbolos y enseñanzas serían:

La Transfiguración como revelación de la cruz glorificada: Aunque la Transfiguración suele entenderse como una manifestación anticipada de la gloria de Cristo, María Evangelista la contempla como una gloria abrazada a la cruz. El Señor aparece transfigurado, pero con la cruz en el centro de su corazón, lo que revela que. Según ella la gloria verdadera no excluye el sufrimiento, sino que lo transfigura desde dentro, así como la cruz no es un obstáculo para la divinidad, sino su vehículo de plenitud.

“No descansaría un alma, -dice- hasta transfigurarse por amor en la cruz…”. La frase revela una teología del amor crucificado, donde el alma no alcanza su descanso en la gloria externa, sino en la identificación interior con Cristo crucificado.

 La cruz como centro del corazón es el símbolo de la cruz “abrazada en el centro del corazón” que indica que la cruz no debe ser solo aceptada, sino amada y abrazada.

Vemos que en vida espiritual no se trata de buscar consuelos, sino de morir a los gustos y comodidades para que nazca y crezca la luz interior. Así lo reflejan también la espiritualidad de los santos españoles San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, donde el desasimiento y la noche oscura son caminos hacia la unión transformante.

María Evangelista interpreta la presencia de Moisés como figura del libertador, que anuncia a Cristo y como quien saca al pueblo del cautiverio del demonio con el “mar de su sangre” y la de Elías como símbolo del profeta del fuego, que representa el celo divino contra los corazones endurecidos.

Esta lectura conecta la Transfiguración con la historia de la salvación, mostrando que Cristo es Rey, Pastor y Profeta, y que su misión es redentora y purificadora.

La visión final, es la unión de cruz y gloria, que es donde se ve “la cruz en lo íntimo de su voluntad y la gloria tal como la tuvo el Señor después de resucitado”.  Esto expresa una verdadera paradoja mística. Es decir, La gloria no elimina la cruz, sino que la hace crecer; el alma del Señor vivió su mayor tormento en esta unión misteriosa de sufrimiento y luz. Ello sugiere que la verdadera transfiguración del alma no es una evasión del dolor, sino una transformación del dolor en amor.

Entonces, se puede entender que este texto de María Evangelista nos  invita a vivir en una  profundamente actitud pascual, donde el alma es llamada a Abrazar la cruz como fuente de luz, a morir a sí misma para vivir en Cristo, y a unirse en cada momento de la vida al misterio redentor como participación activa y profunda.

 

ORACIÓN

Señor transfigurado, que en tu rostro resplandece la luz del cielo, y en tu corazón arde la cruz abrazada, déjame verte como te vio María Evangelista: glorioso, pero crucificado. No quiero una gloria sin herida, ni una luz que no haya pasado por la noche. Quiero que mi alma se transfigure por amor en la cruz, como tú lo hiciste, como tú lo vives eternamente. Hazme morir a mí misma, a mis gustos, a mis comodidades, a todo lo que me distrae de tu voluntad. Que mi descanso no esté en el consuelo, sino en el centro de tu querer, donde la cruz y la gloria se abrazan. Muéstrame, Señor, que Moisés aún guía a tu pueblo por el mar de tu sangre, y que Elías aún enciende el fuego contra la dureza del corazón. Y que tú, Pastor y Rey, sigues sudando sangre por amor a los tuyos. Déjame verte en el huerto, en la prisión, en la aflicción, para que cuando llegue la luz, no la confunda con el fin, sino con el principio de tu obra en mí.

Amén.

 



[1] Lc 9,28b-36 - Moisés y Elías en el Tabor”.

 

02 julio 2025

Diario de M. María Evangelista Quintero -Martes, 13 de marzo-


Texto original de María Evangelista Quintero

“Dice María Evangelista: “Este día  en la oración yo presenté a nuestro Señor una pena que tenía acerca de las penitencias que unos religiosos dijeron que yo debía de hacer por lo mucho que Dios me daba. Y el Señor me dijo: María, ¿cómo piensas que suenan a mis oídos algunas de esas penitencias? Pues me suenan como cascabeles que me están haciendo un ruido enfadoso, y algunas veces con el ruido de la apariencia que traen piensan que hacen algo y por eso se sienten muy satisfechos e hinchados. Y para mí, María, esa penitencia no es tal penitencia, antes me da en el rostro.

Y me enseñaba lo que era la verdadera “obra del corazón”, diciéndome: Esta es la llave de la labor del alma en la cual tengo puestos mis ojos; en esto es donde se crece y sin esto no hay ningún crecimiento. ¡Si supieses, María, los muchos yerros y engaños que pasan por este malentender esto en el mundo! Muchos andan sin jugo ni substancia en su interior, huecos, cascabeleando con ruido y aparato en estas cosas, llenos de propia voluntad.

Y en el hacer las penitencias mucho más, porque ponen el blanco de su aprovechamiento en su acción, en su trabajo, es decir, ponen los  ojos en sí mismo, se miran y se contemplan a ellos mismos más que a mí. Y como enseñándome su camino, dijo mirándome: Con cuántas veces atormenté mi cuerpo exteriormente, pero no por esto me faltó tormento y pasión interior, que en todo cuanto fue capaz mi alma de él y de ella lo padeció. De la misma manera me enseñaba su santísima Madre por este camino.

Esto decía a fin de consolarme a mí, porque yo tenía como pena y temor de mi mismo camino, viéndome sin fuerzas para hacer penitencias extraordinarias. Y en esto no quería nuestro Señor desabonar las penitencias que se pueden hacer bien hechas, mas se quejaba Su Majestad de las faltas con que muchos las hacían y el engaño de pensar que con esto estaba todo acabado, porque decía que de la obra interior redundaba el hacer todas las cosas bien hechas, y sin ella no se podían hacer bien.

Y con muchas muestras de amor y liberalidad decía: Tornamos a obrar y a ofrecer el mundo con el fruto de estas mismas obras. Y con mucha liberalidad echaba su rocío en el Purgatorio y en el mundo y en todas sus criaturas”.



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 Comentario: 

Una vez más voy a compartir un texto de M. María Evangelista que os sonará como a un eco del alma que busca autenticidad más allá de las apariencias, como si dijera: la verdadera transformación nace desde dentro, no del ruido externo, sino del silencio donde trabaja el corazón. Ella tan amiga de la sencillez hasta en la vida espiritual, es decir, en la mística y también no menos en la ascética, le apenaba la solo apariencia de algunas penitencias que le aconsejaban y que otros tanto valoraban. El Señor le da la razón y denomina estas de “cascabeleo con ruido y aparato” que contrasta poderosamente con la sencillez de una entrega sincera que Él quiere de María Evangelista. Veréis que el texto no sólo invita a mirar hacia dentro, sino también poner siempre y en todo la mirada en él, y no en nosotros mismos o en nuestros propios logros, por buenos y santos que parezcan ante los demás. Solo poniendo la mirada en Dios autor de todo lo bueno que hay en nosotros no nos dejaremos engañar, viviremos en la verdad y habrá verdadero crecimiento. Porque el crecimiento espiritual no se mide por la cantidad de sacrificios visibles, sino por la transformación interior. Sin un corazón humilde y entregado, no hay verdadero progreso del alma. Este Texto de María Evangelista Quintero es una profunda reflexión mística sobre la autenticidad espiritual y el valor interior de nuestros actos, sobre todo cuando se trata de mortificaciones o penitencias físicas. El señor le dice a María evangelista que a veces son como "Cascabeles que me están haciendo un ruido enfadoso": Esta es metáfora crítica referida, como dijimos, a penitencias o prácticas religiosas que, aunque en apariencia son muy buenas y hasta heroicas  carecen de la humildad y sinceridad que le agrada a Dios por encima de todo. Son acciones vacías, hechas más por apariencia o autosatisfacción que por verdadero amor a Dios. Jesús le revela a María que lo que realmente valora es la intención interior, el amor y la entrega sincera del alma", es decir: la obra del corazón. Las obras externas sin esta raíz espiritual no solo carecen de valor, sino que incluso pueden ser ofensivas.

En resumen: el texto de nuestra autora, crítica la vanidad espiritual: denuncia cómo muchos como podemos caer en el autoengaño, creyendo que nuestros actos externos son suficientes, cuando en realidad están “huecos”, movidos por la propia voluntad y no por la voluntad divina. María Evangelista transmite lo que el mismo Dios le enseña a ella: que las penitencias o manifestación externa de mortificación, aunque son valiosas, incluso necesarias no son el fin en sí mismas. No pueden ser el blanco de nuestro aprovechamiento espiritual en ellas, como si bastara con el sacrificio físico, sino que el Señor le muestra que incluso Él, habiendo sufrido corporalmente, padeció aún más en el alma que en el cuerpo. El sufrimiento interior, vivido con amor y entrega, tiene un valor más profundo.

 Es por eso que el Señor no rechaza las penitencias bien hechas, pero sí lo lamenta cuando se hacen sin autenticidad, como si fueran un atajo a la santidad. Sin una transformación interior, las obras externas pierden su eficacia espiritual. Es desde el corazón donde brota el verdadero fruto. Es así  que en un gesto de ternura divina, Jesucristo le muestra cómo las obras hechas con amor y pureza interior riegan el mundo, el purgatorio y todas las criaturas. Es una visión de la comunión de los santos: nuestras acciones, cuando están unidas a Dios, tienen un alcance universal.

 María José Pascual