La Transfiguración del Señor (Lc 9,28b-36)
El día de
Y me decía que no descansaría un alma
hasta transfigurarse por amor en la cruz, que de ella nacen todas las luces y
gloria; y que, aun esto, lo debía echarlo fuera del corazón y quedarse con la
cruz adentro, esto es, que no ha de descansar en gloria sino en cruz. Y que
esta transfiguración interior se hacía muriendo a sí y a todos los gustos y
comodidades de esta vida sensitiva.
Entendí también que hallarse Moisés[1] fue
para decir que Cristo era el que venía a sacar a su pueblo del cautiverio del
demonio por el mar de su sangre, y que sería Pastor y Rey. Y Elías, para decir
que contra los endurecidos traía celo y rigor.
Y a los discípulos se les había mostrado
glorioso para fortalecerles la fe cuando lo viesen en el huerto sudar sangre, luego
preso, y después morir atormentado y afrentado.
Al fin, vi juntas, por modo inefable, la
cruz en lo íntimo de su voluntad y la gloria como la tuvo después de
resucitado, haciendo ésta crecer a la otra por modo extraño, tanto, que fue de
lo más apretado de tormento que el alma del Señor tuvo en este mundo.
COMENTARIO
María José P.
Este texto refleja una experiencia
interior vivida por María Evangelista Quintero en el contexto del día de la Transfiguración, y puede
interpretarse como una revelación contemplativa
que une la gloria divina con el misterio de la cruz. sus principales símbolos y
enseñanzas serían:
La Transfiguración como revelación
de la cruz glorificada: Aunque la Transfiguración suele entenderse como una
manifestación anticipada de la gloria de Cristo, María Evangelista la contempla
como una gloria abrazada a la cruz. El Señor aparece transfigurado, pero con la
cruz en el centro de su corazón, lo que revela que. Según ella la gloria
verdadera no excluye el sufrimiento, sino que lo transfigura desde dentro, así
como la cruz no es un obstáculo para la divinidad, sino su vehículo de plenitud.
“No descansaría un alma, -dice-
hasta transfigurarse por amor en la cruz…”. La frase revela una teología del amor
crucificado, donde el alma no alcanza su descanso en la gloria externa, sino en
la identificación interior con Cristo crucificado.
La cruz como centro del corazón es el símbolo
de la cruz “abrazada en el centro del corazón” que indica que la cruz no debe
ser solo aceptada, sino amada y abrazada.
Vemos que en vida espiritual no se
trata de buscar consuelos, sino de morir a los gustos y comodidades para que
nazca y crezca la luz interior. Así lo reflejan también la espiritualidad de los
santos españoles San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, donde el desasimiento
y la noche oscura son caminos hacia la unión transformante.
María Evangelista interpreta la
presencia de Moisés como figura del libertador, que anuncia a Cristo y como
quien saca al pueblo del cautiverio del demonio con el “mar de su sangre” y la
de Elías como símbolo del profeta del fuego, que representa el celo divino
contra los corazones endurecidos.
Esta lectura conecta la
Transfiguración con la historia de la salvación, mostrando que Cristo es Rey,
Pastor y Profeta, y que su misión es redentora y purificadora.
La visión final, es la unión de cruz
y gloria, que es donde se ve “la cruz en lo íntimo de su voluntad y la gloria tal
como la tuvo el Señor después de resucitado”. Esto expresa una verdadera paradoja mística.
Es decir, La gloria no elimina la cruz, sino que la hace crecer; el alma del
Señor vivió su mayor tormento en esta unión misteriosa de sufrimiento y luz. Ello
sugiere que la verdadera transfiguración del alma no es una evasión del dolor,
sino una transformación del dolor en amor.
Entonces, se puede entender que este
texto de María Evangelista nos invita a
vivir en una profundamente actitud pascual,
donde el alma es llamada a Abrazar la cruz como fuente de luz, a morir a sí
misma para vivir en Cristo, y a unirse en cada momento de la vida al misterio
redentor como participación activa y profunda.
ORACIÓN
Señor transfigurado,
que en tu rostro resplandece la luz del cielo, y en tu corazón arde la cruz
abrazada, déjame verte como te vio María Evangelista: glorioso, pero
crucificado. No quiero una gloria sin herida, ni una luz que no haya pasado por
la noche. Quiero que mi alma se transfigure por amor en la cruz, como tú lo hiciste,
como tú lo vives eternamente. Hazme morir a mí misma, a mis gustos, a mis
comodidades, a todo lo que me distrae de tu voluntad. Que mi descanso no esté
en el consuelo, sino en el centro de tu querer, donde la cruz y la gloria se
abrazan. Muéstrame, Señor, que Moisés aún guía a tu pueblo por el mar de tu
sangre, y que Elías aún enciende el fuego contra la dureza del corazón. Y que
tú, Pastor y Rey, sigues sudando sangre por amor a los tuyos. Déjame verte en
el huerto, en la prisión, en la aflicción, para que cuando llegue la luz, no la
confunda con el fin, sino con el principio de tu obra en mí.
Amén.