PRESENTACIÓN
DEL LIBRO:
LA CRUZ: ÁRBOL DE LA
VIDA, ÁRBOL DE LA CIENCIA
Mi relación con la
comunidad cisterciense de Casarrubios del Monte y por tanto con María
Evangelista comenzó hace unos siete años, pero no es hasta el año 2019 cuando
sor María José, la vicepostuladora (persona que promueve la causa del
candidato, al que se le llamará desde entonces “siervo de Dios”) de la causa de
canonización de MME, me propone escribir un libro sobre ella. Es entonces
cuando empiezo a leer algunas de sus revelaciones, estudios que se han hecho
sobre ella... y de ello surge en el año 2020 Cocinando el cielo, en el
que, a través de una trama con pinceladas de misterio y relatada de forma
sencilla y entretenida, el lector, de la mano de la protagonista, se va
adentrando paulatinamente en la vida monástica de la comunidad de mediados del
siglo XX (cuando el monasterio demanda obras de restauración) y va conociendo grosso modo la herencia espiritual de
MME.
2.
¿POR
QUÉ ESCRIBE MARÍA EVANGELISTA?
El
libro que presentamos hoy se trata, sin embargo, de una biografía: la biografía
novelada de MME, donde los escenarios que se describen están recreados y
asimismo los diálogos (siempre aportan dinamismo a los acontecimientos y
ligereza en la lectura), pero siempre sustentados en los datos biográficos que
se tienen de ella, o en los testimonios de sus hermanas de religión que tan
cuidadosamente han sido custodiados a lo largo de los siglos, o en los estudios
académicos que se han llevado a cabo, o bien —y esto queda patente
especialmente en los diálogos que aparecen entre MME y sus confesores— a partir
de esas conversaciones místicas con Dios.
En
este punto quiero señalar dos cosas:
● de
un lado, que esos desvelamientos que Dios le va haciendo a MME adquieren la
forma de diálogo. A pesar del lenguaje utilizado en aquella época, tan
diferente al nuestro que incluso a nosotros nos puede resultar muy adornado o
enrevesado, de estos diálogos sin embargo emana una ternura y confianza
infinitas. Es hermoso ver cómo MME pregunta a Dios con la ingenuidad de un niño
y a la par con la certeza de que sus preguntas nunca quedarán sin respuesta;
asimismo, es hermoso ver cómo Dios la va guiando paulatinamente en la
profundidad de su misterio divino (símil preguntas de Isabel).
● de
otro, que toda la obra de MME, que es muy amplia y diversa, está compuesta por
revelaciones que Dios le hace y que le pide que plasme en papel. Es decir, MME
no escribe motu proprio. No es, por
tanto, una escritora mística usual. Pensemos por ejemplo en otros místicos como
santa Teresa de Jesús o san Juan de la Cruz, quienes escriben por la necesidad
de destapar el alma y expresar con palabras la inefabilidad de su relación
profunda con Dios (por ello utilizan muchas veces el bello lenguaje poético).
María Evangelista no escribe para dejar un legado espiritual a sus hermanas, tampoco por
necesidad de manifestar lo que brota de su corazón. MME escribe por obediencia amorosa. Es decir, es el mismo Dios
quien toma la iniciativa y se lo pide. MME arguye a Dios que ella no es
escritora, que no tiene facilidad para escribir, que de hecho tiene una
caligrafía difícil de leer, que le supone una tarea ardua y un esfuerzo ingente
el escribir, y le pregunta además que para qué quiere Él que ella plasme en
papel esos sus diálogos interiores si ya está todo escrito sobre Él. Y Dios le
responde así:
Es
hermoso ver cómo esas carencias o dificultades para escribir que MME le
presenta a Dios, este las ennoblece utilizándolas como instrumento para
revelarse a los hombres a través de ella. Y no sólo eso, sino que también le
pone a ella los medios para hacerle más ligera la carga: sus confesores le
sirven de amanuenses en muchas ocasiones.
A mí eso me ha invitado
a pensar mucho: cómo yo, mujer de carne y hueso, se queja muchas veces sobre mi
falta de habilidad para realizar tal o cual tarea y cómo Dios puede
dignificarlas cuando le permitimos actuar a través de ella.
3.
TÍTULO
DE LA OBRA
La
cruz: árbol de la vida, árbol de la ciencia
comienza a fraguarse en el curso 2022-2023, pero ello no significa que yo
comience a escribirlo. De hecho, debido a las diferentes circunstancias
familiares y múltiples tareas que nos surgen ese año, se hace complicada
acometer la tarea. Ese curso más bien supuso “dejar la tierra en barbecho”: se
deja descansar de cultivo a la tierra y se la prepara (se quita la maleza, se
ara, se la despoja de abrojos). Así una servidora: no escribo nada, pero me
proveo de textos nuevos como cartas, diligencias y notas, tesis doctorales, y
la releo escritos que ya tenía.
No
será hasta los inicios de octubre del 2023 cuando por fin estampo la primera
palabra en papel.
En
un primer instante, yo le había puesto a la obra un título más liviano, de poco
peso y genérico. Sin embargo, con el paso de los meses, ya con el texto muy
avanzado, se ve claramente que ese título dice poco y sor MJ recomienda
cambiarlo a otro de mayor empaque o que pudiera reflejar la talla de MME.
Pues bien, yo continúo escribiendo la obra, yendo de un documento a otro, realizando consultas y búsquedas, cuando me topo con dos revelaciones que Dios le hace MME en agosto de 1627 y en febrero de 1628, que suponen para mí evidencia de cuál debe ser el título del libro. Ahora nos las declama Belén.
María, Yo soy vida y árbol de vida. Y te he dicho que este libro se llama Libro de la Vida, y añado que quiero que lo llamen los hombres el Libro de la Vida, sellado con siete sellos y abierto con el espíritu de mi sabiduría; pues que yo he ido declarando y abriendo lo que estaba oscuro y escondido a los corazones de los hombres, que solo en mi seño lo tenía yo y he tenido escondido, y ahora lo traslado en este libro de vida (...) para que coman de este árbol de vida y tengan luz los hombres de las obras de la cruz y de la vida. (Obra del Génesis, 4 de febrero de 1628)
El Señor, queriendo hacer grande nuestra bajeza, dijo a mi alma: «María, ¿no te basta estar en mi regazo y comer de mi fruta?». Y mirando al Señor veía que me daba un bocado. Yo le dije: «Señor, ¿qué comida es esta?». Dijo: «Esta comida, María, es la fuerza del Árbol de la Ciencia». Yo le pregunté: «Señor, ¿para qué he menester ciencia?». Y mirándome el Señor con amor, que parecía estaba como trabado y unido con este árbol, dijo: «¿No conoces este Árbol? Mira, que es el de la Vida». (Misericordias de Dios comunicadas, núm. 3)
La cruz: árbol de la vida, árbol de la ciencia. Este libro no podía llevar otro título que no fuere este. Cada día tengo mayor certeza de que no fui yo quien le puse el título a este libro. Más bien este estaba rezumando por entre los renglones de las revelaciones acontecidas en la persona de MME; yo me limité simplemente a tomarlo entre mis manos.
4.
SIGNIFICADO
DEL TÍTULO
La
cruz: árbol de la vida, árbol de la ciencia.
Este título compendia la existencia de MME. Ciertamente este libro es una
semblanza de ella, pero no se limita a relatar únicamente datos biográficos
sobre ella de forma cronológica —verdaderamente interesantes, por otro lado—,
sino que mi intención al escribir este texto es que sus páginas sean una
reverberación de lo que encierra el título y que al lector lo interpele y lo
invite a la reflexión, como así ha sucedido conmigo mientras lo escribía.
A
continuación, de forma sencilla, quiero desgranar el sentido del título. Ello
implica abrir un poquito mi corazón, con el deseo de que lo acojáis con vuestra
escucha, pues quiero compartir con vosotros cómo MME, una mujer nacida a
finales del siglo XVI, que profesa como monja a principios del XVII, ha podido
interpelar a una mujer nacida en el siglo XX, casada y madre (hay cuatro siglos
de diferencia entre ambas).
Sor
María José está llevando ahora a cabo la labor de organizar y referenciar
bíblicamente las revelaciones que tuvo MME, con la finalidad de publicarlas en
un futuro. Ha comenzado con los diálogos místicos entre Dios y MME sobre el
libro del Génesis, que es el primer libro de la Biblia. Al leer algunas de
estos desvelamientos místicos, me cautivan dos cosas:
·
MME trata siempre con el Dios
Trinitario, donde coexisten la diferencia más radical (son tres personas,
Padre, Hijo y Espíritu Santo) en la identidad más absoluta (un único Dios).
Pues bien, a través de la sencillez y familiaridad con las que se desarrollan
las conversaciones espirituales entre MME y la Trinidad, que es un misterio
para la razón humana, se percibe, por el contrario, que Dios es sumamente
cercano.
·
La Cruz es el hilo conductor de las
revelaciones en MME. Es decir, que la Cruz no es una realidad que se manifiesta
únicamente en el Gólgota, cuando crucifican a Cristo, sino que es una realidad
presente desde siempre, desde toda la eternidad, porque la Cruz es el propio
Ser Divino, es el propio Dios Trinitario.
Hay una conversación en el libro entre
MME y su confesor, el padre Vivar, en la que hablan precisamente de esto. MME
le explica que Dios le ha revelado que toda la creación está impregnada de la
cruz e igualmente toda ella está orientada hacia el madero. José Rodrigo, un
estudioso de los escritos de MME, al leer los referentes al libro del Génesis,
queda impactado y califica a MME con el sobrenombre de teóloga de la Cruz de
Cristo.
Pues
bien, el hecho de adentrarme en la vida y persona de MME para poder redactar
este texto ha supuesto para mí descubrir la
Cruz como verdadera brújula antropológica.
¿Qué
quiero decir con esto? Que cuanto más he leído (y aun a día de hoy leo) y
escrito sobre MME, y más he reposado alguna de sus revelaciones, más patente
queda el hecho de que la Cruz es una realidad perenne, inmutable, intemporal
que ilumina y da sentido a la existencia de cualquier hombre o mujer de
cualquier época y raza.
Cuando
digo que a través de MME he descubierto que la Cruz es verdadera brújula del
ser humano, me refiero a que la Cruz nos conforma, nos constituye. Esta brújula
señala nuestro origen, nuestro destino y el camino, con la particularidad de
que los tres puntos coinciden, son la misma cosa: el AMOR.
Voy
a intentar transmitiros cómo el hecho de leer a Dios a través de la vida de MME
me ha permitido ver cómo la Cruz se dibuja en cada uno de nosotros.
El
significado que le otorgamos a la cruz en nuestra vida es el de peso, fatiga,
trabajo, dolor, sufrimiento, incomprensión, soledad…. la cruz es una
experiencia muy humana, común a todos nosotros, todos hemos vivido la cruz en
algún momento o la estamos viviendo. De hecho, utilizamos ese vocablo, cruz, para referirnos a la carga o
aflicción que nos causan ciertas situaciones acontecidas en nuestra vida.
María Evangelista también experimenta la cruz, desde su más tierna infancia hasta el último de sus
días: quedarse sin padre cuando era pequeñita, experimentar la muerte de uno de
sus hermanos, atraviesa dificultades en su vida monástica en Valladolid (cuando
descubre que entra como monja lega —tareas domésticas: cocina, huerto, ropa y
limpieza y mantenimiento del monasterio en general—, queriendo ella dedicar su
vida completamente a la oración; víctima de envidias; enfermedades y dolencias)
y posteriormente con la fundación de Casarrubios (escasez de recursos, dolores
físicos… cruz interior o cruz exterior, pero siempre cruz). Cuando parecía que
algo se arreglaba, surgía una cruz aún mayor.
Nuria Sáez Sánchez |
Cuando
voy introduciéndome en la historia de MME, leyendo cómo era la familia donde
nació, su infancia, su adolescencia, la muerte de su padre cuando ella apenas
tiene un año… veo que su madre tuvo
un papel decisivo en su educación, y que gracias a ella descubrirá y experimentará que es tremendamente querida. Esta
experiencia tan vital en cualquier ser humano va a forjar en MME sólidos
cimientos sobre los que crecer. Su madre se convertirá así en instrumento
indiscutible que facilitará que MME integre en su vida la virtud de la gratitud por todo lo recibido y que desarrolle lo
que nosotros llamaríamos actitud positiva u optimista, que más que creer que a
uno le van a pasar únicamente cosas buenas, es tener la certeza de que todo lo
que acontece en su vida es para su bien.
Esto
se recoge en el primer capítulo del libro, donde ya quedaría dibujado en MME
(universal para cualquier persona) el madero
vertical de la cruz que he mencionado previamente y que es la columna
vertebral que la mantendrá erguida: MME aprende y percibe que es querida y que
es precisamente el amor de alguien que la precede la razón por la cual ella
existe (con el permiso de Descartes, estaríamos hablando de soy amada, luego
existo, como dice el Papa en su carta apostólica Misericordia et misera,
con la que se concluye el jubileo extraordinario de la misericordia, en el año
2016).
Cuando
trazamos el segmento vertical para dibujar una cruz, lo hacemos de arriba hacia
abajo; esta imagen puede servirnos para comprender que hay un amor precedente,
generador de vida (soy hija). Esta es el motivo por el cual la cruz es árbol
de la vida.
¿A
qué reflexión me condujo este aspecto de la infancia MME? Yo me acuerdo que en
el año 2020 (no estaba escribiendo este libro que ahora presentamos, pero sí
acabábamos de editar el de Cocinando el cielo y por tanto yo ya
tenía relación con MME), en pleno confinamiento, fallece mi madre. Todo
transcurre de forma tan extraña que vivir el duelo junto a mis hermanos se
convierte en un imposible. El caso es que, en aquellos días de encerramiento,
donde no podíamos salir, abría la ventana y cerraba los ojos, y me acordaba
mucho de cómo MME, a pesar de no haber conocido prácticamente a su padre, pudo
haber aprendido a amarlo, gracias a las confidencias de su madre. O cómo su
madre pudo haberla instruido en la gratitud por la vida viéndola a ella misma
agradecerle a Dios la vida del marido que falleció o del hijo que
posteriormente moriría. Eso me hacía a mí meditar sobre mis propios padres: si
es cierto que lloraba de dolor y pena por la reciente muerte de mi madre y la
imposibilidad de unirme a mis hermanos, no menos lo era que daba muchas gracias
por ambos, por Vicente y Luisa.
Y
mis pensamientos también me condujeron hacia cuántas y cuán profundas son las
heridas que causa la ausencia de esa experiencia de ser hijo amado. Ello me
trasladó a la importancia de cultivar y sanar la dimensión espiritual del ser
humano, esa dimensión sobrenatural tan natural en nosotros muchas veces
ignorada, la verdad de un amor primigenio y eterno que da razón de nuestro
existir, una paternidad originaria que justifica la hermosura de la existencia
de cada uno de nosotros, siendo contingentes como somos (esto significa que
nuestra existencia ni es necesaria ni es obligatoria; que puede ser, pero también
puede no ser).
Ese
palo vertical de la cruz fue robusteciéndose en MME, como el árbol que echa
raíces potentes que le permiten anclarse firmemente al suelo y a la vez crecer
alto. Esto significa que esa vivencia de sentirse y saberse amada no se apaga,
más bien MME va ahondando en ella con el tiempo y experimenta el amor de Dios
como Padre, como lo revelan sus diálogos místicos.
Por
otro lado, para trazar el travesaño y ver la Cruz como el árbol de la ciencia
al cual alude el título, es importante decir que el término «ciencia» hace
referencia a un conocimiento de Dios que va más allá de lo académico o de lo
racional. La ciencia es la participación del alma en la sabiduría divina, que
se produce como consecuencia del encuentro entre el alma de MME en la Cruz
entre y con ella, que es Dios mismo.
Este
hacerse uno Dios mismo y MME —con la
iniciativa de Dios y la libertad de MME— no acontece cuando MME fallece, sino
en vida. Es decir, MME no desea morir para así unirse a Dios, como recordamos
en ese poema de santa Teresa (vivo sin vivir en mí), es decir, no es que no
tenga en nada su vida terrena, sino que esa unión ya tiene lugar durante su
propia existencia. Esta alianza, alejada de los parámetros lógicos humanos,
únicamente acaece en la vivencia directa y amorosa con Dios.
Podríamos
decir que con esta explicación queda dibujado el travesaño de la Cruz, sostenido
sobre el madero vertical, fuertemente anclado.
En
resumen, si el madero erguido muestra la verticalidad del amor (del Dios Padre
a su hija MME), esto es, que MME tiene la experiencia de ser hija, podríamos
decir que el travesaño figura la horizontalidad del amor, es decir, entrega
mutua y libre de MME y el Amado (Dios Hijo). Y que ambos maderos quedan
ensamblados gracias a la amor auténtico e inagotable (Espíritu Santo). MME
gusta del amor trinitario, su relación con Dios es con el Dios trino.
La
belleza de esta unión entre Dios y MME, relatada a través de esas
conversaciones místicas que Dios le pide que escriba, no exime a la
cisterciense de vivir igualmente la dimensión sacrificial de la cruz: en sus
propias carnes sufrirá la enfermedad; en su espíritu, la tribulación. Pero
también experimenta la dimensión salvífica de la cruz.
Después dijo el Señor: «Hoy, María, tarde has venido a la oración, pero es día de pasión y no se puede dejar de hacer el sacrificio». Con esto puso el Señor mi alma en su cruz del modo que otras veces y, transformándome el Señor en sí mismo, ofreció este sacrificio al Padre eterno diciendo: «Padre mío, Yo te ofrezco este sacrificio por todos los que en el mundo están desnudos de la vestidura de mi cruz y no hacen caso de ella. Y por ellos, junto con el valor de mi pasión, te ofrezco esta criatura vestida con la vestidura de mi cruz». Y parecíame que el Padre eterno la recibía y hacía bien a muchas almas en el mundo. (Libro de la venerable María Evangelista, 13 de agosto de 1627)
Dios
le hace ver a MME que la vida ofrecida en amor, con amor y por amor vivifica.
Es decir, que ese amor recibido y reconocido que la hace ser hija, y que
en libertad ella entrega en el ofrecimiento que hace de su día a día (donde hay
circunstancias dolorosas, dudas, temores… pero también anhelos y gozos),
convirtiéndose así en esposa, es generador de vida (espiritual), lo que
la hace ser también madre. Esta singular maternidad de MME está tratada
en el libro cuando se ofrece por las almas del purgatorio, o por sus hijas de
comunidad, o por aquellos que expresamente van al monasterio a pedir ayuda.
Pues
bien, en esas encrucijadas de caminos que como escritora he experimentado
durante la redacción de este libro era cuando MME me confrontaba (en el sentido
de ponerse frente a mí) y todo lo que había estado leyendo sobre ella y sobre
la Cruz, como Dios mismo, se ordenaba y tomaba su lugar.
Me
parecía al principio que la vida MME y la mía eran muy dispares en cuanto a
época y estado de vida, pero esa triple dimensión —filial, esponsal y
maternal— nos son comunes. Su figura me invitaba a contemplar mi propia
existencia bajo la luz de la Cruz: la verticalidad del Amor, en cuanto a hija
que soy, me ha llevado a tener una actitud de gratitud enorme y sincera hacia
mis padres, y mis hermanos; y la horizontalidad del Amor en el travesaños, como
mujer casada y madre, me ha hecho cavilar acerca del fruto que nace de la
entrega de la vida, un fruto que se concreta en mis hijos, a los cuales les
hemos dado la vidas y a los cuales debemos continuar vivificando para que
tengan la experiencia de su propia amabilidad (dignidad, su vida es sagrada es
una bendición) y puedan así crecer de forma madura y equilibrada, pero que
tampoco se limita a ellos, sino que los trasciende.
Para
concluir mi intervención, compartiros mi deseo de que la vida de MME, relatada a
través de este libro (y algún día sus revelaciones publicadas), suponga, para
quien lo lea, una llamada a la ESPERANZA, la esperanza que es tener la certeza
de
Nuria Sáez Sánchez