07 marzo 2025

Biografía de M. María Evangelista. Autora: Nuria Sáez Sánchez

 

PRESENTACIÓN DEL LIBRO:

LA CRUZ: ÁRBOL DE LA VIDA, ÁRBOL DE LA CIENCIA



 1.     CONTEXTO PERSONAL

Mi relación con la comunidad cisterciense de Casarrubios del Monte y por tanto con María Evangelista comenzó hace unos siete años, pero no es hasta el año 2019 cuando sor María José, la vicepostuladora (persona que promueve la causa del candidato, al que se le llamará desde entonces “siervo de Dios”) de la causa de canonización de MME, me propone escribir un libro sobre ella. Es entonces cuando empiezo a leer algunas de sus revelaciones, estudios que se han hecho sobre ella... y de ello surge en el año 2020 Cocinando el cielo, en el que, a través de una trama con pinceladas de misterio y relatada de forma sencilla y entretenida, el lector, de la mano de la protagonista, se va adentrando paulatinamente en la vida monástica de la comunidad de mediados del siglo XX (cuando el monasterio demanda obras de restauración) y va conociendo grosso modo la herencia espiritual de MME.

2.     ¿POR QUÉ ESCRIBE MARÍA EVANGELISTA?

El libro que presentamos hoy se trata, sin embargo, de una biografía: la biografía novelada de MME, donde los escenarios que se describen están recreados y asimismo los diálogos (siempre aportan dinamismo a los acontecimientos y ligereza en la lectura), pero siempre sustentados en los datos biográficos que se tienen de ella, o en los testimonios de sus hermanas de religión que tan cuidadosamente han sido custodiados a lo largo de los siglos, o en los estudios académicos que se han llevado a cabo, o bien —y esto queda patente especialmente en los diálogos que aparecen entre MME y sus confesores— a partir de esas conversaciones místicas con Dios.

En este punto quiero señalar dos cosas:

      de un lado, que esos desvelamientos que Dios le va haciendo a MME adquieren la forma de diálogo. A pesar del lenguaje utilizado en aquella época, tan diferente al nuestro que incluso a nosotros nos puede resultar muy adornado o enrevesado, de estos diálogos sin embargo emana una ternura y confianza infinitas. Es hermoso ver cómo MME pregunta a Dios con la ingenuidad de un niño y a la par con la certeza de que sus preguntas nunca quedarán sin respuesta; asimismo, es hermoso ver cómo Dios la va guiando paulatinamente en la profundidad de su misterio divino (símil preguntas de Isabel).

      de otro, que toda la obra de MME, que es muy amplia y diversa, está compuesta por revelaciones que Dios le hace y que le pide que plasme en papel. Es decir, MME no escribe motu proprio. No es, por tanto, una escritora mística usual. Pensemos por ejemplo en otros místicos como santa Teresa de Jesús o san Juan de la Cruz, quienes escriben por la necesidad de destapar el alma y expresar con palabras la inefabilidad de su relación profunda con Dios (por ello utilizan muchas veces el bello lenguaje poético).

María Evangelista no escribe para dejar un legado espiritual a sus hermanas, tampoco por necesidad de manifestar lo que brota de su corazón. MME escribe por obediencia amorosa. Es decir, es el mismo Dios quien toma la iniciativa y se lo pide. MME arguye a Dios que ella no es escritora, que no tiene facilidad para escribir, que de hecho tiene una caligrafía difícil de leer, que le supone una tarea ardua y un esfuerzo ingente el escribir, y le pregunta además que para qué quiere Él que ella plasme en papel esos sus diálogos interiores si ya está todo escrito sobre Él. Y Dios le responde así:


           Me importa para que vean los hombres lo que Yo hago con el alma que trata conmigo y el gusto que tengo en eso, que el apartarse el hombre de mi trato es apartarse de su medra; y queda como una caña seca y como una tierra sin agua, que no tiene virtud para producir nada. Con mi trato viene a estar en un paraíso a quien yo riego, que soy la fuente de vuestra vida, y siento agravio que los hombres desprecien este mi riego, y me hacen ofensa y disgusto que se priven del fruto de mi cruz.  (Misericordias de Dios continuadas, pág. 33)

Es hermoso ver cómo esas carencias o dificultades para escribir que MME le presenta a Dios, este las ennoblece utilizándolas como instrumento para revelarse a los hombres a través de ella. Y no sólo eso, sino que también le pone a ella los medios para hacerle más ligera la carga: sus confesores le sirven de amanuenses en muchas ocasiones.

A mí eso me ha invitado a pensar mucho: cómo yo, mujer de carne y hueso, se queja muchas veces sobre mi falta de habilidad para realizar tal o cual tarea y cómo Dios puede dignificarlas cuando le permitimos actuar a través de ella.

3.     TÍTULO DE LA OBRA

La cruz: árbol de la vida, árbol de la ciencia comienza a fraguarse en el curso 2022-2023, pero ello no significa que yo comience a escribirlo. De hecho, debido a las diferentes circunstancias familiares y múltiples tareas que nos surgen ese año, se hace complicada acometer la tarea. Ese curso más bien supuso “dejar la tierra en barbecho”: se deja descansar de cultivo a la tierra y se la prepara (se quita la maleza, se ara, se la despoja de abrojos). Así una servidora: no escribo nada, pero me proveo de textos nuevos como cartas, diligencias y notas, tesis doctorales, y la releo escritos que ya tenía.

No será hasta los inicios de octubre del 2023 cuando por fin estampo la primera palabra en papel.

En un primer instante, yo le había puesto a la obra un título más liviano, de poco peso y genérico. Sin embargo, con el paso de los meses, ya con el texto muy avanzado, se ve claramente que ese título dice poco y sor MJ recomienda cambiarlo a otro de mayor empaque o que pudiera reflejar la talla de MME.

Pues bien, yo continúo escribiendo la obra, yendo de un documento a otro, realizando consultas y búsquedas, cuando me topo con dos revelaciones que Dios le hace MME en agosto de 1627 y en febrero de 1628, que suponen para mí evidencia de cuál debe ser el título del libro. Ahora nos las declama Belén. 

            María, Yo soy vida y árbol de vida. Y te he dicho que este libro se llama Libro de la Vida, y añado que quiero que lo llamen los hombres el Libro de la Vida, sellado con siete sellos y abierto con el espíritu de mi sabiduría; pues que yo he ido declarando y abriendo lo que estaba oscuro y escondido a los corazones de los hombres, que solo en mi seño lo tenía yo y he tenido escondido, y ahora lo traslado en este libro de vida (...) para que coman de este árbol de vida y tengan luz los hombres de las obras de la cruz y de la vida. (Obra del Génesis, 4 de febrero de 1628)

El Señor, queriendo hacer grande nuestra bajeza, dijo a mi alma: «María, ¿no te basta estar en mi regazo y comer de mi fruta?». Y mirando al Señor veía que me daba un bocado. Yo le dije: «Señor, ¿qué comida es esta?». Dijo: «Esta comida, María, es la fuerza del Árbol de la Ciencia». Yo le pregunté: «Señor, ¿para qué he menester ciencia?». Y mirándome el Señor con amor, que parecía estaba como trabado y unido con este árbol, dijo: «¿No conoces este Árbol? Mira, que es el de la Vida».  (Misericordias de Dios comunicadas, núm. 3)

La cruz: árbol de la vida, árbol de la ciencia. Este libro no podía llevar otro título que no fuere este. Cada día tengo mayor certeza de que no fui yo quien le puse el título a este libro. Más bien este estaba rezumando por entre los renglones de las revelaciones acontecidas en la persona de MME; yo me limité simplemente a tomarlo entre mis manos. 



4.     SIGNIFICADO DEL TÍTULO

La cruz: árbol de la vida, árbol de la ciencia. Este título compendia la existencia de MME. Ciertamente este libro es una semblanza de ella, pero no se limita a relatar únicamente datos biográficos sobre ella de forma cronológica —verdaderamente interesantes, por otro lado—, sino que mi intención al escribir este texto es que sus páginas sean una reverberación de lo que encierra el título y que al lector lo interpele y lo invite a la reflexión, como así ha sucedido conmigo mientras lo escribía.

A continuación, de forma sencilla, quiero desgranar el sentido del título. Ello implica abrir un poquito mi corazón, con el deseo de que lo acojáis con vuestra escucha, pues quiero compartir con vosotros cómo MME, una mujer nacida a finales del siglo XVI, que profesa como monja a principios del XVII, ha podido interpelar a una mujer nacida en el siglo XX, casada y madre (hay cuatro siglos de diferencia entre ambas).

Sor María José está llevando ahora a cabo la labor de organizar y referenciar bíblicamente las revelaciones que tuvo MME, con la finalidad de publicarlas en un futuro. Ha comenzado con los diálogos místicos entre Dios y MME sobre el libro del Génesis, que es el primer libro de la Biblia. Al leer algunas de estos desvelamientos místicos, me cautivan dos cosas:

·        MME trata siempre con el Dios Trinitario, donde coexisten la diferencia más radical (son tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo) en la identidad más absoluta (un único Dios). Pues bien, a través de la sencillez y familiaridad con las que se desarrollan las conversaciones espirituales entre MME y la Trinidad, que es un misterio para la razón humana, se percibe, por el contrario, que Dios es sumamente cercano.

·               La Cruz es el hilo conductor de las revelaciones en MME. Es decir, que la Cruz no es una realidad que se manifiesta únicamente en el Gólgota, cuando crucifican a Cristo, sino que es una realidad presente desde siempre, desde toda la eternidad, porque la Cruz es el propio Ser Divino, es el propio Dios Trinitario.

Hay una conversación en el libro entre MME y su confesor, el padre Vivar, en la que hablan precisamente de esto. MME le explica que Dios le ha revelado que toda la creación está impregnada de la cruz e igualmente toda ella está orientada hacia el madero. José Rodrigo, un estudioso de los escritos de MME, al leer los referentes al libro del Génesis, queda impactado y califica a MME con el sobrenombre de teóloga de la Cruz de Cristo.

Pues bien, el hecho de adentrarme en la vida y persona de MME para poder redactar este texto ha supuesto para mí descubrir la Cruz como verdadera brújula antropológica.

    ¿Qué quiero decir con esto? Que cuanto más he leído (y aun a día de hoy leo) y escrito sobre MME, y más he reposado alguna de sus revelaciones, más patente queda el hecho de que la Cruz es una realidad perenne, inmutable, intemporal que ilumina y da sentido a la existencia de cualquier hombre o mujer de cualquier época y raza.

    Cuando digo que a través de MME he descubierto que la Cruz es verdadera brújula del ser humano, me refiero a que la Cruz nos conforma, nos constituye. Esta brújula señala nuestro origen, nuestro destino y el camino, con la particularidad de que los tres puntos coinciden, son la misma cosa: el AMOR.

    Voy a intentar transmitiros cómo el hecho de leer a Dios a través de la vida de MME me ha permitido ver cómo la Cruz se dibuja en cada uno de nosotros.

    El significado que le otorgamos a la cruz en nuestra vida es el de peso, fatiga, trabajo, dolor, sufrimiento, incomprensión, soledad…. la cruz es una experiencia muy humana, común a todos nosotros, todos hemos vivido la cruz en algún momento o la estamos viviendo. De hecho, utilizamos ese vocablo, cruz, para referirnos a la carga o aflicción que nos causan ciertas situaciones acontecidas en nuestra vida.

    María Evangelista también experimenta la cruz, desde su más tierna infancia hasta el último de sus días: quedarse sin padre cuando era pequeñita, experimentar la muerte de uno de sus hermanos, atraviesa dificultades en su vida monástica en Valladolid (cuando descubre que entra como monja lega —tareas domésticas: cocina, huerto, ropa y limpieza y mantenimiento del monasterio en general—, queriendo ella dedicar su vida completamente a la oración; víctima de envidias; enfermedades y dolencias) y posteriormente con la fundación de Casarrubios (escasez de recursos, dolores físicos… cruz interior o cruz exterior, pero siempre cruz). Cuando parecía que algo se arreglaba, surgía una cruz aún mayor.

Nuria Sáez Sánchez

    Cuando voy introduciéndome en la historia de MME, leyendo cómo era la familia donde nació, su infancia, su adolescencia, la muerte de su padre cuando ella apenas tiene un año… veo que su madre tuvo un papel decisivo en su educación, y que gracias a ella descubrirá y experimentará que es tremendamente querida. Esta experiencia tan vital en cualquier ser humano va a forjar en MME sólidos cimientos sobre los que crecer. Su madre se convertirá así en instrumento indiscutible que facilitará que MME integre en su vida la virtud de la gratitud por todo lo recibido y que desarrolle lo que nosotros llamaríamos actitud positiva u optimista, que más que creer que a uno le van a pasar únicamente cosas buenas, es tener la certeza de que todo lo que acontece en su vida es para su bien.

    Esto se recoge en el primer capítulo del libro, donde ya quedaría dibujado en MME (universal para cualquier persona) el madero vertical de la cruz que he mencionado previamente y que es la columna vertebral que la mantendrá erguida: MME aprende y percibe que es querida y que es precisamente el amor de alguien que la precede la razón por la cual ella existe (con el permiso de Descartes, estaríamos hablando de soy amada, luego existo, como dice el Papa en su carta apostólica Misericordia et misera, con la que se concluye el jubileo extraordinario de la misericordia, en el año 2016).

Cuando trazamos el segmento vertical para dibujar una cruz, lo hacemos de arriba hacia abajo; esta imagen puede servirnos para comprender que hay un amor precedente, generador de vida (soy hija). Esta es el motivo por el cual la cruz es árbol de la vida.

    ¿A qué reflexión me condujo este aspecto de la infancia MME? Yo me acuerdo que en el año 2020 (no estaba escribiendo este libro que ahora presentamos, pero sí acabábamos de editar el de Cocinando el cielo y por tanto yo ya tenía relación con MME), en pleno confinamiento, fallece mi madre. Todo transcurre de forma tan extraña que vivir el duelo junto a mis hermanos se convierte en un imposible. El caso es que, en aquellos días de encerramiento, donde no podíamos salir, abría la ventana y cerraba los ojos, y me acordaba mucho de cómo MME, a pesar de no haber conocido prácticamente a su padre, pudo haber aprendido a amarlo, gracias a las confidencias de su madre. O cómo su madre pudo haberla instruido en la gratitud por la vida viéndola a ella misma agradecerle a Dios la vida del marido que falleció o del hijo que posteriormente moriría. Eso me hacía a mí meditar sobre mis propios padres: si es cierto que lloraba de dolor y pena por la reciente muerte de mi madre y la imposibilidad de unirme a mis hermanos, no menos lo era que daba muchas gracias por ambos, por Vicente y Luisa.

    Y mis pensamientos también me condujeron hacia cuántas y cuán profundas son las heridas que causa la ausencia de esa experiencia de ser hijo amado. Ello me trasladó a la importancia de cultivar y sanar la dimensión espiritual del ser humano, esa dimensión sobrenatural tan natural en nosotros muchas veces ignorada, la verdad de un amor primigenio y eterno que da razón de nuestro existir, una paternidad originaria que justifica la hermosura de la existencia de cada uno de nosotros, siendo contingentes como somos (esto significa que nuestra existencia ni es necesaria ni es obligatoria; que puede ser, pero también puede no ser).

    Ese palo vertical de la cruz fue robusteciéndose en MME, como el árbol que echa raíces potentes que le permiten anclarse firmemente al suelo y a la vez crecer alto. Esto significa que esa vivencia de sentirse y saberse amada no se apaga, más bien MME va ahondando en ella con el tiempo y experimenta el amor de Dios como Padre, como lo revelan sus diálogos místicos.

    Por otro lado, para trazar el travesaño y ver la Cruz como el árbol de la ciencia al cual alude el título, es importante decir que el término «ciencia» hace referencia a un conocimiento de Dios que va más allá de lo académico o de lo racional. La ciencia es la participación del alma en la sabiduría divina, que se produce como consecuencia del encuentro entre el alma de MME en la Cruz entre y con ella, que es Dios mismo.

    Este hacerse uno Dios mismo y MME —con la iniciativa de Dios y la libertad de MME— no acontece cuando MME fallece, sino en vida. Es decir, MME no desea morir para así unirse a Dios, como recordamos en ese poema de santa Teresa (vivo sin vivir en mí), es decir, no es que no tenga en nada su vida terrena, sino que esa unión ya tiene lugar durante su propia existencia. Esta alianza, alejada de los parámetros lógicos humanos, únicamente acaece en la vivencia directa y amorosa con Dios.

    Podríamos decir que con esta explicación queda dibujado el travesaño de la Cruz, sostenido sobre el madero vertical, fuertemente anclado.

    En resumen, si el madero erguido muestra la verticalidad del amor (del Dios Padre a su hija MME), esto es, que MME tiene la experiencia de ser hija, podríamos decir que el travesaño figura la horizontalidad del amor, es decir, entrega mutua y libre de MME y el Amado (Dios Hijo). Y que ambos maderos quedan ensamblados gracias a la amor auténtico e inagotable (Espíritu Santo). MME gusta del amor trinitario, su relación con Dios es con el Dios trino.

    La belleza de esta unión entre Dios y MME, relatada a través de esas conversaciones místicas que Dios le pide que escriba, no exime a la cisterciense de vivir igualmente la dimensión sacrificial de la cruz: en sus propias carnes sufrirá la enfermedad; en su espíritu, la tribulación. Pero también experimenta la dimensión salvífica de la cruz.

                Después dijo el Señor: «Hoy, María, tarde has venido a la oración, pero es día de pasión y no se puede dejar de hacer el sacrificio». Con esto puso el Señor mi alma en su cruz del modo que otras veces y, transformándome el Señor en sí mismo, ofreció este sacrificio al Padre eterno diciendo: «Padre mío, Yo te ofrezco este sacrificio por todos los que en el mundo están desnudos de la vestidura de mi cruz y no hacen caso de ella. Y por ellos, junto con el valor de mi pasión, te ofrezco esta criatura vestida con la vestidura de mi cruz». Y parecíame que el Padre eterno la recibía y hacía bien a muchas almas en el mundo. (Libro de la venerable María Evangelista, 13 de agosto de 1627)

    Dios le hace ver a MME que la vida ofrecida en amor, con amor y por amor vivifica. Es decir, que ese amor recibido y reconocido que la hace ser hija, y que en libertad ella entrega en el ofrecimiento que hace de su día a día (donde hay circunstancias dolorosas, dudas, temores… pero también anhelos y gozos), convirtiéndose así en esposa, es generador de vida (espiritual), lo que la hace ser también madre. Esta singular maternidad de MME está tratada en el libro cuando se ofrece por las almas del purgatorio, o por sus hijas de comunidad, o por aquellos que expresamente van al monasterio a pedir ayuda.

    Pues bien, en esas encrucijadas de caminos que como escritora he experimentado durante la redacción de este libro era cuando MME me confrontaba (en el sentido de ponerse frente a mí) y todo lo que había estado leyendo sobre ella y sobre la Cruz, como Dios mismo, se ordenaba y tomaba su lugar.

    Me parecía al principio que la vida MME y la mía eran muy dispares en cuanto a época y estado de vida, pero esa triple dimensión —filial, esponsal y maternal— nos son comunes. Su figura me invitaba a contemplar mi propia existencia bajo la luz de la Cruz: la verticalidad del Amor, en cuanto a hija que soy, me ha llevado a tener una actitud de gratitud enorme y sincera hacia mis padres, y mis hermanos; y la horizontalidad del Amor en el travesaños, como mujer casada y madre, me ha hecho cavilar acerca del fruto que nace de la entrega de la vida, un fruto que se concreta en mis hijos, a los cuales les hemos dado la vidas y a los cuales debemos continuar vivificando para que tengan la experiencia de su propia amabilidad (dignidad, su vida es sagrada es una bendición) y puedan así crecer de forma madura y equilibrada, pero que tampoco se limita a ellos, sino que los trasciende.

    Para concluir mi intervención, compartiros mi deseo de que la vida de MME, relatada a través de este libro (y algún día sus revelaciones publicadas), suponga, para quien lo lea, una llamada a la ESPERANZA, la esperanza que es tener la certeza de

Nuria Sáez Sánchez