Domingo, 8 de agosto 1634
Y habló
el Señor principalmente de las ocasiones que había de pasar. Este día, estando
oyendo la Misa matutina, dio el Señor mucho dolor en los lugares de las cinco
llagas, aunque había algunos días que los traía doloridos, pero entonces fue
más fuerte que otras veces; y sentía y siento como una cosa dura que me
atraviesa los pies y manos y costado. Y tenía moción interior que daba
conocimiento de que eran las llagas las que dolían. Y reparando que sentía
mayor dolor en el pie y mano derechos, pregunté al Señor cual es la causa de
ello, y el Señor me respondió: María, no sin causa lo he dispuesto así,
porque cuando Yo estuve en la cruz tuve también mayor dolor en las llagas del
lado derecho, porque allí cargó más el peso del cuerpo; y aun esto no fue sin
misterio, porque en aquel lado tenía a los escogidos, por quienes con más
particular intento padecía. Pues a ellos solos les apliqué la eficacia del
fruto de mi cruz y pasión.
En la
comunión el Señor se descubría a mi alma como que en ella estaba interiormente actuando,
de modo que, admirada, me volví a Su Majestad y le pregunté qué significaba
aquello. Él respondió: María, estoy reedificando mi templo, y voy
fijando y clavando las tablas de esta arca cerrada con los clavos de mi
doctrina y obras, para que, cuanto más ande en las aguas, no se hunda. Y porque
yo lo quiero así será como el arca de Noé, que aunque crecieron las aguas del
diluvio tantos codos en alto sobre la tierra, pero ella siempre anduvo sobre
las aguas, segura.
Y como me hacía andar sobre las aguas, decía el Señor: Anda,
que segura vas, que llevas dentro de ti bastimento[1]
para sustentarte, que soy Yo, que voy contigo y no te faltaré. Yo me
afligía mucho viendo que yo no obraba como el Señor quería, y temía no me
hundiese por las muchas faltas que en mí conocía, y así se lo decía al Señor.
Él me dijo que no me espantase, que también en el arca hubo algún cuervo, pero
que, no obstante esto, Él la guiaría con seguridad en las aguas que había de
pasar, y durar hasta llegar al puerto de la eternidad, cuando todas las aguas
cesasen y se amansasen. Y entonces el Señor mostró una grandeza inmensa de sí
mismo, que había de ser el puerto seguro que mi alma había de tomar al fin de
la vida.
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