Seguimos
recordando que para expresar nuestras experiencias y sentimientos más íntimos y
en este caso más sublimes nos vemos obligados a utilizar diferentes géneros y
recursos literarios. Si sabemos interpretar a a través de estos recursos nos
resultará fácil y entender lo que nos quiere decir María Evangelista y nos
sentiremos hasta comprendidos por ella.
Dios se
sirve de todo para hacernos entender lo que quiere decirnos, como se valió del
sueño de María Evangelista en la oración,
para decirle lo que era la tibieza y pereza espiritual en el hombre. Dios se
queja del olvido del hombre y de su alejamiento de él que es la verdad.
Sábado, 31 de julio 1627
En la oración de la mañana me cargó algo de sueño, y el
Señor dijo: María, despierta. Y con esto quitó de mí toda la gana de
dormir. Y prosiguió diciendo: Los tibios, María, siempre están dormidos,
nunca acaban de despertar y echar de ver lo que les importa aprovechar y
trabajar en mi doctrina. Todo es olvido de mí y de ella, andan lejos de la
verdad, no despiertan a mis inspiraciones.
Los
sufrimientos, incluso los culpables, cuando buscamos de verdad dar gloria a
Dios con nuestra vida, nos purifican y preparan para recibir eficazmente la
gracia que Dios quiere derramar en nosotros. Continuemos leyendo y lo veremos.
“En la comunión de la Misa el Señor hizo lo que siempre
y derramó su sangre aumentando su gracia en mi alma. Y acabando de comulgar se me
borró de la memoria la comunión. Yo me afligí mucho y me ocurrieron los
pensamientos ordinarios de falta de satisfacción de lo que por mí pasaba. Me
mostró el Señor entonces en mi corazón en figura de niño y esto me causó más
novedad. Y volviéndome a Él le dije: Señor,
¿qué es esto? ¿Qué novedades son estas? Su Majestad respondió: ¿Qué
quieres? Que en el mundo estoy niño, nunca acaban de buscarme en edad perfecta.
Todas son niñerías las obras que hacen, aun los que profesan estado de
perfección, porque cuando piensan que me tienen es buscando sus comodidades e
intereses, y en faltándoles éstos no hacen nada. Y añadió: Permití
la distracción y pena que has tomado porque los pecados no se perdonan sin
alguna satisfacción, que es siempre penal, y por esto todas las obras que Yo
hice en el mundo fueron penales, porque con ellas satisfacía al Padre por
vuestras culpas. Y a esta pena que tuviste he aplicado Yo el valor de las mías
y le he dado que tenga el efecto que verás. Con esto enseñaba el Señor
que aplicaba el fruto de su sangre, derramada en mi alma, y en a las almas del
Purgatorio, y salían de él como una legión de almas llenas de gozo y alegría,
caminando al Cielo y cantando alabanzas a la sangre del Señor, por cuyo valor
eran libres. Y con ellas iban sus ángeles, que las acompañaban, gozosísimos del
fruto de la Cruz que llevaban a presentar al Señor en su gloria”.
En este
último párrafo de María Evangelista expresa que era humana y le dolían las incomprensiones
de las hermanas. Lo que viene a responderle el Señor es que si tanto le cuesta
aceptar el sufrimiento él se lo aliviará pero que ese sufrimiento es el pan de
la salvación o santificación que necesitan muchas otras almas. Tenemos cada uno
de nosotros que ser conscientes de que estamos asociados a la Obra redentora
de Jesucristo y eso conlleva una
responsabilidad. Si insistimos en quejarnos de la cruz, Él respeta nuestra
libertad y la alivia, pero alguien no avanzará en el camino porque no tiene
suficiente alimento para mantenerse fuerte hasta el fin.
“En la oración de la tarde yo estaba algo quebrantada con lo que en casa
había de dichos y ocasiones contra mí y contra cosas mías, y pedía al Señor las
sosegase. El Señor me decía: María, ¿no has oído decir que un hombre
tenía convidados y que fue a casa de su vecino a pedir panes que darles, y que
aunque no se los quería dar, finalmente, por su mucha importunación, se los
dio? Yo tengo a quien dar el pan del fruto que saco de estas ocasiones que, con
el valor que les doy de mis obras y pasión, hago bien y sustento a muchas
personas de mi familia. Pero si tú eres
importuna, vendré a concederte lo que pides y dejaré sin pan a los que se
habían de sustentar con él. Con esto daba el Señor conformidad con su
voluntad, y deseos de padecer por Él todo lo que Su Majestad quisiere, y
desengaño de no pedirle más que el cumplimiento de su santísima voluntad”.
No
desmayaremos nunca si aceptamos la voluntad de Dios en todo y tenemos, al menos
deseamos tener el deseo de padecer por él y en él por la salvación de los
hombres.
S. María J.P.
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