01 febrero 2019

DIARIO DE ORACIÓN: M Ct. nº 6


Una noche me despertó temprano nuestro Señor y puso enseguida mi alma en una obscuridad donde no veía nada, pero entendía que Él estaba allí, en aquellas tinieblas, porque se daba a conocer. Y el Señor mostraba cómo Él era la misma seguridad y la misma verdad, y con todo esto, mi alma recibía mucho conocimiento de los misterios que le quería enseñar. Allí veía como toda su doctrina y sus obras, brotan de su infinita sabiduría y llevan al alma a mayor perfección, ajustándola más a su gusto y desnudándola del suyo propio; y así Dios obraba en mi estas mercedes y me llenaba de luz. Aquí me enseñaba que no me fiara ya más a mi juicio porque erraría en seguirlo, como ya lo había experimentado otras veces, sino que me fiara y siguiera el de mi confesor, y obedeciera a las inspiraciones del Señor, que Él me libraría de estos peligros y dudas, si se lo confiaba todo con sencillez a mi confesor. Y me daba a entender, que ahora no quería mudar mi camino, con que con eso me respondió al pensamiento que yo había tenido, de si me quería quitar estas mercedes espaciales y llevarme por otro camino.
Entonces le pedí perdón de mi resistencia y me dijo: El perdón ya lo has alcanzado, la enmienda es necesaria, por lo mucho que el alma pierde en no dejarlo todo por mi amor. El Señor me dijo: Vaya segura el alma que no tiene otro fin que mi gusto, de que no la engañarán porque yo soy su seguridad, así es que la que va con sencillo corazón yo seré su luz y su verdad, por eso le haré compañía, y la guiaré, sin que sea el espíritu de su camino conocido de los hombres. Porque el espíritu de los hombres no conoce mi espíritu y su luz está escondida aún a los hombres sabios, como lo está ahora en tus cosas. El hombre quiere medirme a su medida y acomodarme a mí a su poca capacidad, que Yo lo he de medir a él y él se ha de sujetar a mi sabiduría y proyectos. Y si supiesen hacer esto, evitarían muchos yerros.
Yo quedé con gran seguridad de que era Dios porque me dio Su Majestad gran fortaleza para desechar miedos, por haberme resuelto de no mirar sino al gusto solo de Dios, que en esta obscuridad sagrada recibí ojos para mirar la luz del Cielo que destierra todas las tinieblas, mostrándole su nada a la criatura para que esta se de cuenta que todo lo recibe de Dios, y por ello lo engrandece y alaba.
 Verdad es que esta seguridad se queda en lo interior del alma, allá en el espíritu, porque no le falte cruz: temores, dudas, guerras, y baterías para tener su alma ocasión de vencer y así recibir la corona necesaria para vivir, sintiendo tanto gozo en el alma al llevar cargada la cruz y dolores en que Dios la tiene.
Así, nuestro Señor me ponía en esta división, entre el alma y el cuerpo como entre dos enemigos, que el uno procura robar al otro sus tesoros. Y me mostraba Su Majestad que el cuerpo es el peor de los enemigos, como más disfrazado, más adherido al alma y más querido de ella. Y que así, por el amor que el alma le tiene, corre gran peligro de ser vencida de los demonios, que con gran sagacidad se sirven de este amor ciego, que llamamos propio, para hacerla caer en pecado.

Diario de oración de M. María Evangelista -n. 6

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