Gran bien es el de la inocencia. Y no por haberla perdido desespere el pecador
si se lavare en la lejía fuerte de la penitencia y logra la amistad y excepción
divina, porque estas aguas le borrarán las manchas, de forma que en los ojos
divinos no comparezcan. Si todo hombre es pecador, todo hombre tiene remedio
para purificarse de las manchas de sus pecados. Para este fin dejó Cristo en la
Iglesia sus
vicarios y las llaves para absolver. A todo pecado se extiende esta
jurisdicción, todas las culpas en que miserablemente caemos son capaces de
perdón, y por enormes que sean las maldades las excede la potestad que el Señor
dejó en la
Iglesia.
Llega,
cristiano, a recibir este santo sacramento, no seas perezoso en acudir a esta
medicina. Enfermo estás de muerte, no mueras con la eterna muerte pues puedes
lograr la eterna vida. Lágrimas y entera confesión son necesarias de tu parte;
dolor y manifestación de tus pecados has menester para que Dios te perdone.
Llora y confiesa, gime y humíllate en presencia de tu Dios, a los pies de su
ministro que es el médico espiritual y el que te ha de sanar, el juez que te ha
de libertar y absolver por medio de la Pasión de Jesucristo.
Lágrimas,
compunción y dolor necesita el pecador para lograr fructuosa la penitencia. El
corazón contrito y humillado roba de Dios las atenciones. Los llantos llegan a
la divina presencia veloces y consiguen breve despacho de su piedad. Son las
lágrimas llaves de perlas que, cuajadas en la encerrada concha del corazón,
salen por los ojos con poder [de] abrir las puertas del Cielo. Llegan solas a
la presencia del Rey soberano y, sin llevar medianeros ni necesitar de favores,
logran feliz despacho.
Si
llama el can infernal (que es el demonio) fiscalizando nuestras culpas, le
condenan a perpetuo silencio con los tiernos clamores de las lágrimas. Si el
Dios invencible y omnipotente extiende el brazo para condenar, le aprisionan
con las dulces cadenas de sus aguas vertidas con dolor. Y a la verdad, no todos
los llantos tienen esta virtud porque no todas las lágrimas se vierten por este
motivo sagrado.
Si
cuando nos exhorta el Bautista a penitencia diciendo: Haced penitencia,
porque se os llega el Reino del Cielo, este es motivo que ha de causar
nuestra compunción. En este Reino asiste la bondad amable de un inmenso Dios y
en este imperio está el premio a que debemos aspirar, que lágrimas vertidas por
temporales respetos y humanos motivos no son del gusto de Dios, ni bastantes
para que se les dé el nombre de penitencia, ni eficaces para lograr el perdón
de la culpa.
Todos
los pecados se han de manifestar, sin callar ninguno por vergüenza o malicia;
de otra suerte no se puede conseguir el fruto santo de la penitencia. Y para
que sea fructuosa la penitencia, la ha de acompañar un eficaz, firme y
verdadero propósito de la enmienda, y considerar que el Reino de los Cielos se
acerca. La muerte es camino forzoso para pasar allí, y este cáliz es amargo y
lo hemos de beber. Y aún no se acaban ahí los acíbares; se ha de pasar por el
estrecho de una severísima cuenta donde se ha de dar razón de los pensamientos,
de las palabras, de las obras, de las comisiones, de las omisiones: si salimos
bien de este lance, entraremos en el Reino de Dios.
(De los escritos de M. María Evangelista)
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