Como ya hemos comentado en otras ocasiones, María Evangelista solo aceptó escribir sus experiencias espirituales por obediencia a la voluntad de Dios manifestada también en la voluntad de sus confesores y superiores que por eso no dejo de ser una pesada cruz para ella, cruz que vivió día a día con serena y pacíficamente. Esto está manifestado en el escrito siguiente y a lo largo de todos sus escritos. Veremos también que no era ingenua y aceptaba hacer todo por timidez y falta de energía de carácter, ni tampoco porque no comprendiera el alcance, en todos los aspectos, de lo que se le pedía y decía. Es por eso que también manifestaba al Señor sus temores y de una u otra forma le pedía explicación cuando no acababa de entender. Incluso se quejaba de que le pidiera a una pobre monja ignorante que escribiera cosas tan sublimes y profundas habiendo tantos sabios y santos teólogos. El Señor no le alagaba los oídos con consideraciones que la animaran haciéndole que creer que era sabia y muy santa sino que le dejaba claro que aquello que escribía no era obra propia suya y para ella solamente, sino que el autor de lo que escribía era Él mismo. El era el que dictaba lo que ella iba escribiendo.
No es nuevo que os diga que el hilo conductos de tosa su obra es “el Misterio y el infinito valor de la CRUZ redentora de Jesucristo, para él hombre”. Es tanto lo que ama Jesucristo la Cruz que la identifica con Él mismo. Ama a la Cruz porque ama infinitamente al hombre y en la Cruz lo ha salvado. Es por eso que manifiesta el dolor infinito también cuando tantas veces el hombre desprecia su amor y rechaza su salvación. Os invito a leer despacio lo que vamos publicando de sus numerosos escritos. Os aseguro que os hará mucho bien.
A 2 de enero de 1628
4. En la comunión el Señor decía: María, como te dije, por el amor que tenía al hombre amé tanto la cruz y el amor llegó a tanto que en mí mismo iba obrando una obra toda amorosa, porque todo era amor para con el hombre. Yo, en mi ser, María, siempre obro, obré y obraré, y así se encendió en mí este amor –como dije–, porque yo veía que cuanto más amaba al hombre tanto más me había de poner en cruz. Y así, en mi ser y entender se obró la obra, que fue por lo que yo quise que mi cuerpo se quedase en manjar para su sustento. Y como yo veía que os servía poco tan alto sustento, creció esta flor (la cruz) en el ser de mí Ser y entender. En el entendimiento del Padre, que es el de mi mismo Ser, estaba esta obra (la obra de la redención) obrada con todas estas circunstancias y muy llena de misterios, que no se acabarán de conocer si no los conozco yo mismo, porque son sellos que solo mi Ser los conoce y podrá abrir.
5. Yo le
dije: Válgame, Señor, vuestra grandeza,
que tanto decís de la cruz y nunca acabáis. El Señor decía: María, así es, no acabo porque tuve más que
padecer, y veía que como yo me quedaba con vosotros en manjar, y muchos de
vosotros me tratarían como me tratan, me quedé de mejor gana por lo que de aquí
me venía de cruz. ¿Y por qué piensas amo tanto a la cruz? Porque es madre de
toda verdad, es madre de pobreza, es blanco de todas las verdades. Todo
desengaño está en ella. No hay cosa perfecta sino en la cruz. La cruz no quiere
ni admite sino todo desengaño, y en ella se halla el verdadero; en ella se
halla lo verdadera pobreza, la obra perfecta y cosas acabadas se hallan en la
cruz, y así, a la cruz nada se le pega.
6. Mira, María, tengo que amarla, que no querer
la cruz los hombres es porque no conocen su virtud y por estar pegados a otras
cosas más que a la cruz; porque los hombres van cargados de sus comodidades y
la cruz no es sino libre y sola de todas las cosas; y así, está llena de mí,
por eso mereció tenerme todo a mí. Y no hay cosa más rica, porque es la
proveedora de todo y de mis riquezas llena, y tanto, que la tengo unida con mi
Ser. Y así, antes tuvo Ser la cruz que yo tomase carne humana. ¿Y no quieres
que ame yo la cruz? María, mucho la amo, más de lo que vosotros pensáis, porque
es la amada mía. El Señor sea
alabado por todo y nos dé que lo amemos por su bondad.
7. Yo estaba cansada de escribir y con hartas ganas de estarme
allí con el Señor, como descansando. Y me quejaba de que no tenía tiempo para
ello, porque tenía tanto que escribir que no tenía lugar para nada porque en
llegándome a Su Majestad, me cargaba de cosas que escribir. El Señor decía: María, no rehúses el trabajo, que no es
doctrina de cruz. Levántate y ve y escribe lo que yo te digo, que yo estoy en
todo lugar. Y mira si cuando escribes no estás tan recogida como cuando estás
conmigo. Trabaja, que pues escribes de mi espíritu él te recoge, y, pues
escribes de mí mismo, con ello se recoge el corazón. Y así, no hay otro
recogimiento que estar con mi voluntad, trabajando en mí mismo y en mis obras,
que son estas, aunque cuestan trabajo; que si no costaran no serían mis obras,
porque yo no rehusé el trabajo, antes lo amé, y así lo podrás tú hacer. Esto lo dice el Señor porque a mí
cada día se me hace más dificultoso el escribir y tengo particular tormento en
ello. El Señor lo reciba. Amén.