María Evangelista estaba preocupada
porque alguno de sus escritos que hablaban de su vida espiritual, de su oración,
habían sido extraídos de su habitación y se estaban divulgando sin
consideración. Lógicamente cada persona lo interpretaría a su manera y eso no
haría mucho bien a algunos, al menos que no sabrían entenderlo. María humildemente
se queja al Señor de que ya estaba muy cansada de este tipo de cosas y la
respuesta que escucha, es dura porque la cruz duele, y duele porque pesa; pero
es a la vez, a todos nos manifiesta la ternura del infinito amor de
Dios por el hombre, ilumina el sentido precioso del misterio del dolor en un
seguidor de Jesucristo y pone como modelo de esta vivencia a María su Madre. Os
invito a leer sin prisa este texto de las Obras de María Evangelista.
“Estando
un día con algunas penas acerca de algunas cosas que yo había oído que pasaban
de mí, y recogiéndome en la oración, me quejaba al Señor y le decía: Señor, ¿hasta cuándo tengo de andar en bocas
de los hombres? Sentí que interiormente me decían:
Mira qué día es hoy.
Yo dije: Señor,
hoy es el día de tu nacimiento.
Y me decían:
Pues mira si desde este primer día de mi vida me faltaron a mí
dichos. Mira si me dejaron los hombres jamás de traer en sus bocas. Unos decían
que Yo era el Jesús deseado; otros persiguiéndome; unos que era y otros que no
era, de manera que hasta que me pusieron en la cruz no faltaron cosas para
decir de mi. Y tú, que eres quien me ha de seguir y que te he prometido ponerte
como una figura de mis cosas en mi camino, ¿quieres que no sea así? En ese caso no es mi camino,
porque mi camino es el que yo te doy y es seguir mis pasos con verdad y no solo
con deseos. Yo lo quise así para mí y este es el que quiero para ti, porque es el único
camino seguro para mis seguidores.
Yo hice un acto de resignación en el gusto del
Señor.
Y el Señor me dijo:
Esta es la disposición que has de tener para
nacer yo en tu alma y el alma que tenga esta disposición es mi Madre, porque mes aquella
que hace mi voluntad, en ella nazco yo, en esas entrañas puras y sin gusto en
lo que no se ha de tener gusto. Solo ha de tener en sí, mi gusto y mi voluntad,
como así lo hizo mi Madre, que me seguía y hacía siempre lo que yo quise. Y con eso me
conservó y dio calor toda su vida, en la que siempre me estuvo concibiendo. Nunca
me echó de su corazón y entrañas, de manera que el calor de sus deseos y la
fortaleza de sus obras eran para mí un pesebre vivo que daba calor a mis
deseos, que eran los de hacer bien al hombre, y todo se hacía por el hombre. Mi Madre fue la primera que colaboró
en mis obras de redención y me conservó en
ella con actos grandes de virtud, haciendo así el oficio de esposa que dio
principio a la Iglesia. Como veía con los ojos del alma los misterios altos de
la Santísima Trinidad, allí, en aquel portal, permanecía con grandes ventajas el
hombre perdido y ya remediado. Ella veía las cosas y experimentaba los
misterios con la mayor profundidad que las vio ninguna criatura”.
M.de Dios R. n º 58