La experiencia que tienen de Dios los santos -canonizados o no- nos hablan de Dios mismo y de las "cosas grandes" que también quiere y puede hacer en nosotros, en ti, en mi, en todos. Es cuestión de que le "dejemos hacer", con nuestro deseo y confianza plena en esa acción amorosamente misericordiosa El Señor le dijo a M. María Evangelista: Y aquel que con verdad me acepta puede decir que es bienaventurado. Ya veis que nos es tan difícil la santidad, pues todo bienaventurado es santo. Cuando aceptamos que el autor de la santidad es Dios y que sólo nos pide nuestro deseo de ser santos y nuestra confianza de que Él quiere y puede hacernos santos abrimos las puertas de nuestra alma a su acción misericordiosa y santificadora, porque Él es Santo y nosotros participamos de su santidad. Es decir, somos santos por Él, En Él y con Él.
Os invito a leer despacio el texto siguiente de M. María Evangelista. Seguro que os ilumina y anima a seguir adelante en este camino de lucha gozosa por dejarnos hacer santos por la infinita misericordia de Dios, que quiso quedarse con nosotros sacramentalmente en la Eucaristía, para que también disfrutara nuestra alma de su Divina Humanidad.
Escritos de Madre María Evangelista[1]
Estando en la comunión un día de la Octava del Corpus, deseosa
de agradecer al Señor la gracia de haber querido quedarse en el Sacramento de
la Eucaristía, para nuestro consuelo, el Señor abrió los ojos de mi alma para
que viese el infinito amor del Señor para con el hombre, sus entrañas de
misericordia y el amor que en su pecho ardía. Lo que mi alma experimentó con aquella enseñanza,
no lo hubiera soportado mi naturaleza si Él no hubiera ensanchado antes mi
capacidad, hubiera sido imposible seguir viviendo con aquella plenitud de luz
en mi alma, Plenitud del mismo amor Dios que hacía que el alma deseara estar en
una atención continua al Señor. Movida por lo que lo que de él conoció y
experimentó, así, con ansia, comencé a llorar y sentir lo poco que se le agradecía
el grandísimo don de la Eucaristía.
Yo quisiera habérselo estimado
mucho, y que todos lo hicieran así y en algo compensáramos ese el amor divino, correspondiendo
con el mismo amor que recibíamos de Él. Y así es como el hombre, con su nada,
podía dar al Señor su algo, corresponder con el talento recibido. Así es como mi alma iba recibiendo del Señor
el conocimiento de él mismo, de sus cosas.
Veía lo mucho que le había faltado al no serle fiel en todo al Señor y de
todo pedía perdón. Entonces el Señor, mostrando el amor que en su pecho ardía,
dijo: Con deseo he deseado este día, de quedarme en este pan y mostraros el
amor que os tengo. Esto fue como dándome a entender las palabras que
había dicho a sus discípulos cuando instituyó este Sacramento Eucarístico.
Estas palabras hacían en mi alma tal impacto, que fueron como saetas que le
traspasaban mi corazón, y así, me movía el Señor a mucho dolor nuestras faltas.
El Señor, mirando mi alma con el
amor que en su pecho ardía, dijo: María, antes de realizar esta muestra de amor,
lavé los pies a mis discípulos, que fue enseñar lo que había de hacer el hombre. Antes de que se acercaran a comer mi cuerpo, debían
acercarse con el dolor al sacramento de la penitencia, en el que yo deje el
fruto de mi sangre y está la gracia del Espíritu Santo, Gracia que recibe quien
se acerca con dolor a este sacramento. Todo lo dispuso mi amor para que el
hombre viva con vida divina. Para eso vine yo a perder la mía.
Es necesario el dolor de la confesión
sacramental para estar preparados a recibir el Espíritu Santo, es el que
primero que con su gracia hace lugar para después entrar yo, enseñando mis
obras y dando a conocer mis caminos y gustos, que solo él lo puede hacer porque
son pocos los que con puro corazón e intención me encuentran.
Y aquel que con verdad me acepta
puede decir que es bienaventurado. Yo le dije: Señor, ¿pues os
tiene alguno que no sea con verdad? Dijo el Señor: Algunos me tienen sin acabar de
aceptarme del todo. Y así, estoy en ellos como acomodándome a su flaqueza y no
haciendo mi gusto. Y esto ocurre aun en personas que piensan que me buscan, pero
en verdad y conocimiento de mis obras no avanzan. Solo mi Padre, que llama al
alma al conocimiento de mis caminos, y el Espíritu Santo, que da luz de ellos,
y a quien ellos enseñaren podrá conocer esta verdad y pureza de mis obras, y
caminar puramente por mis caminos de cruz y desengaño sin que se entre otra
mezcla y gusto propio del hombre.
Con estas razones iba el Señor
encendiendo en mi alma un conocimiento grande de su amor y de su gusto, y como
quería al alma tan pura y desprendida de todo gusto, solo la quería con el
gusto a la cruz y que en ella descansara, sin descansar. Y así enseñaba el
Señor estas obras suyas a mi alma: que su humanidad está unida sus obras que
son su misma humanidad, es decir, el Verbo Encarnado. Me enseñaba cómo en el sacramento
de la Eucaristía se había quedado todo fruto
de su vida y muerte, que es la misma carne
y cuerpo del Señor, que se quedó como manjar, para que el hombre comiese al
comerlo y se hiciese una cosa con Dios que estaba allí con la humanidad. Y con
esta luz del Espíritu Santo, de lo que está en este manjar divino, el alma
conocerá la obra redentora de Dios y comulgará con provecho.
Con esta experiencia mi alma mi
alma con ansia de Dios me acercaba a comulgar. Y decía cómo había purificado mi
alma por medio del dolor que me había dado de mis faltas. Yo le pedía por
algunas necesidades y, particularmente, la disposición de unos negocios de una
fundación [del monasterio de Casarrubios]; y esto le había pedido otras veces y
también le había agradecido este beneficio y misterio, fue entonces cuando el
Señor me dijo: María …allí te aguardo para que goces de mi fruto,
dando a entender quería que comulgase cada día y fuese Él mi alimento y vida,
vida del Señor. Yo comencé a acongojarme por la pena verme yo tan poca cosa, ante
lo mucho que es necesario que tenga un alma cuando comulga y cómo ha de
convertirse ella también en un manjar para que el Señor comulgue y sea
sustentado y fomentado por el alma, como dando calor, con sus deseos y obras,
al Señor para que esté con gusto en el alma.
Como Podría ser esto me lo hacía
entender Él mismo: el alma al recibirlo se
convierte en una misma cosa con el Señor transformándose en todos los quereres de
él mismo Señor, de forma que, si la humanidad y cuerpo del Señor tuvo cruz,
ella la tenga; y si el Señor obró en ella, ella obre también; y si el Hijo de
Dios conoció la voluntad de su Padre, ella también la conozca y siga a aquel
que la alimenta, obligándose a esto por el compromiso de lo recibido que es el
mismo Señor.
Él daba a mi alma un conocimiento grande de
estas verdades y una vista clara del Señor, del que veía la humanidad y sus
obras aquí, unidas a estas especies de pan. Y conocía mi alma y veía lo que no
podré decir: solo veía mi alma un amor y ansias para con el Señor tan grande
que me deshacía y quisiera siempre seguirlo. Y me dijo Él: María, ¿por qué me quieres tanto por
mi humanidad? Y a mi Padre, María, ¿cómo no haces eso con Él? Yo le
dije: Señor, adonde estás Tú, está tu
Padre, y así, todo lo veo uno. Mas estas obras penosas de vuestra humanidad las
quiero mucho, porque nos dieron la vida. El Señor dijo: Pues,
María, si tú me amas como me amas, no es mucho que Yo guste de estar en tu
corazón como lo deseo y de que seas sustentada con mi cuerpo; Yo te digo que
amo a quien me ama, y sé cómo tu corazón es y recibo tus deseos. ¿No ves que mi
Madre, desde que yo la comulgué en la cena, cada día comulgó? Yo le
dije: Señor, ¿cómo es eso pues entonces
no se decía Misa? ¿Había ocasión para eso que dices? El Señor enseñaba cómo
era esto, porque decía cómo este día en que el Señor había instituido este
Santísimo Sacramento había sido el Jueves Santo. Y el viernes había Él había
muerto y su Madre había recibido su cuerpo en sus brazos cuando lo bajaron de
la cruz. Y el sábado había ido su Madre al sepulcro. Y cómo el día de Pascua Él,
después de haber resucitado, se había aparecido a su Madre, y de allí adelante,
todo el tiempo que estuvo en el mundo, cada día la había visitado hasta que
subió a los cielos.
Y me mostraba cómo mi camino era
el de su Madre y cómo había de seguirlo. Todo esto hacía que yo fuera creciendo
en deseos de hacer el gusto del Señor y de serle agradecida. Y el Señor me
hacía ver la gracia de su rostro, de modo que llevaba mi alma a sí con gran
vehemencia y, sin poder evitarlo. Le decía: Señor,
¿y todas las cosas? Y dijo el Señor: Bien dices, que todas las hallarás en mí por
el amor que me tienes. También los demás me hallarán en tus cosas, de modo que
todos los que con alguna devoción tuvieren alguna cosa tuya, derramaré sobre
ella mi gracia por hacerte este favor por el amor que me tienes; pagándote con
esto y dándote este premio con darte amor y fruto, así a ti como a los que te quieren,
movidos de lo que oyen que Yo hago contigo. Porque Yo, María, hago esto por el
amor que a mi humanidad tienes, por ser amadora y obradora de la cruz como obra
en que os fue dada la vida.
El Señor sea bendito. Amén. Y
nos dé a conocer lo mucho que le debemos por haberse hecho hombre y quedándose
en manjar para alimento nuestro. Él sea por todo amado. Amén.
Misericordias comunicadas n. 50 M.
[1] Se han actualizado algunos términos. Aclarar también en algunas veces
nombrando las dos Personas de la Trinidad, los nombra como Su Majestad. Para hacerlo más comprensible a toda clase de lectores
en el caso del Hijo lo hemos sustituido por el Señor. El sentido en todo es el
mismo. También hemos suprimido alguna repetición de los términos cuando no
quitaban sentido al texto. Así lo hacemos siempre que se publica algo original
en este Blog.