INTRODUCCIÓN
Hay bastantes testimonios escritos en los archivos de los Monasterios de las Huelgas de Burgos, el de Santa Ana de Valladolid y en el de Santa Cruz de Casarrubios del Monte, que nos dicen quién fue esta monja, en apariencia desconocida. Solo en apariencia ya que en el Monasterio de Santa Cruz, fundado por ella, siguen vivos el recuerdo, el amor y la devoción de sus hijas, que han luchado y siguen luchando por continuar la obra por ella comenzada, tratando de imitar el ejemplo de su vida santa.
Hay bastantes testimonios escritos en los archivos de los Monasterios de las Huelgas de Burgos, el de Santa Ana de Valladolid y en el de Santa Cruz de Casarrubios del Monte, que nos dicen quién fue esta monja, en apariencia desconocida. Solo en apariencia ya que en el Monasterio de Santa Cruz, fundado por ella, siguen vivos el recuerdo, el amor y la devoción de sus hijas, que han luchado y siguen luchando por continuar la obra por ella comenzada, tratando de imitar el ejemplo de su vida santa.
Por lo demás, los archivos de los monasterios
de las Huelgas de Burgos, Santa Ana de Valladolid y el de Santa Cruz de
Casarrubios contienen abundante documentación y escritos que dan fe de su santidad.
Son documentos que proceden de diferentes personas y lugares.
Citamos las personas que juzgamos más fidedignas.
Entre ellos están sus confesores que, generalmente, lo eran también de la
comunidad de Santa Ana primero y de Santa Cruz después. El primero fue el P. Gaspar de la Figuera , sacerdote
jesuita, hombre de grandes talentos y consumado
en la Teología Mística. Es autor de
un libro que titula Suma Espiritual y que en 1728 ya se habían hecho
once impresiones. Según D. Pedro de Sarabia en ese libro se refleja la doctrina
y vida de María Evangelista aunque sin mencionarla.
Otro de sus confesores y testigo destacado de
la acción de Dios en el alma de María Evangelista, fue el P. Francisco de Vivar, monje cisterciense[1]. Fue
Procurador General en la
Curia Romana y muy célebre en la Orden por su sabiduría y
virtudes. Fue también amanuense de María Evangelista en algún momento, escribiendo las experiencias espirituales que
ella le dictaba. Fue también su defensor cuando a esta se la acusaba
injustamente, tutelando su santa y
sublime doctrina[2].
Está también el P. Lucas Guadin, jesuita, que acompañó espiritualmente la vida de la M. Evangelista en
los últimos años de su vida: Padre de
grandísimas prendas y espíritu, era Calificador de la Santa Inquisición.
Otros testimonios son el del P. Juan de Tudela, religioso capuchino
que fue confesor de la comunidad de Casarrubios en vida de M. Evangelista. El P. Francisco de San Marcos, carmelita.
El del maestro Fr. Tomás Gómez Caucense, que ya por entonces
publicó en la prensa algo de la fama de santidad que tenía cierta religiosa
lega de Valladolid, llamada Evangelista. Están también los testimonios del ilustrísimo
señor D. Diego Escolano, obispo de
Segovia, y el del doctor Francisco
Rodríguez de Neira, abad de San Esteban de Beade[3].
Por último, aunque no la conocieron
personalmente, se debe mencionar la labor realizada por D. José Rodrigo y D. Pedro
de Sarabia. D. José Rodrigo (s. XVII-XVIII) trasladó multitud de
manuscritos originales, escritos tanto por la Madre Evangelista como por sus
confesores. Gracias al rigor y fidelidad a los originales de estas copias, así
como por su pulcra grafía y presentación, es posible en la actualidad acceder a
la lectura de toda esta documentación, cuyos manuscritos originales tienen una
legibilidad compleja, bien por lo borroso o complejidad de la caligrafía
original, bien por el deterioro físico de los manuscritos. Por su parte, D.
Pedro de Sarabia (s. XVII-XVIII) fue párroco de Casarrubios, y conoció de la
santidad de vida de M. Evangelista por el testimonio de la comunidad de Santa
Cruz inmediatamente posterior a la coetánea de M. Evangelista. Realizó la
esmerada tarea de escribir la primera biografía de la M. Evangelista, para lo
cual recapituló numerosos documentos y testimonios. Así, de Cigales, su pueblo
natal, recogió documentos guardados en el archivo parroquial y diversos
testimonios de vecinos que la conocieron. Tal y como él mismo admite, los
manuscritos transcritos por D. José Rodrigo fueron muy valiosos para realizar
su tarea, por el celo y pulcritud con que estaban escritos, ahorrándole la
dificultad de leer los originales. Es de suponer que también tuvo acceso a
cartas y documentos originales guardados en los monasterios de Santa Ana y de
Santa Cruz, y que fueron escritos por monjas que conocieron a la Madre y que fueron
testigos presenciales de las misericordias con que Dios la colmó, así como de sus
virtudes y hechos heroicos. Esta completa biografía sobre la vida de M.
Evangelista ha llegado a nuestros días en varios manuscritos que se conservan en
muy buen estado en el monasterio de Santa Cruz.
No se puede dejar de mencionar los testimonios que
no contradicen nada a los anteriores, sino que los confirman: son los que dan
fe de la santidad de M. María Evangelista manifestada en su vida práctica cotidiana.
Estos son los de las personas que convivieron con ella en Cigales, el de sus
hermanas del monasterio de Santa Ana de Valladolid y el de sus hijas del de Santa
Cruz de Casarrubios del Monte.
Procedentes de estos dos monasterios hay tres
cartas, que son pequeñas biografías de M. Evangelista. La primera y más antigua
está escrita por M. Francisca de San
Jerónimo, en 1640, y la dirige al P. Lucas Guadin desde Casarrubios, pues
fue una de las fundadoras, Priora en vida de la M. Evangelista y
Abadesa al morir esta. La segunda carta, de 1663, es de M. Micaela María, monja de Santa Ana de Valladolid y fundadora del monasterio
de Lazcano, desde el que envía su carta a la M. Gertrudis del
Santísimo Sacramento, abadesa del de Santa Cruz de Casarrubios. Esta monja fue
testigo presencial algunas gracias místicas que Dios le concedió ya en Santa
Ana y que, para gloria de del Señor, se manifestaron claramente al exterior. La
tercera carta fue escrita por Madre Ana de
Jesús María, abadesa del monasterio de Santa Ana de Valladolid, en 1665,
año en que la escribe para enviar también a M. Gertrudis de Casarrubios. Esta
monja fue compañera de M. Evangelista en el oficio de ropera, por lo que tuvo
ocasión de conocerla bastante íntimamente.
Finalmente, existe una Relación-Historial
escrita por M. Gertrudis, monja del monasterio de Santa Cruz, como hemos dicho
ya. Describe con detalle la historia de la fundación y de sus fundadoras desde
que se empezó a tramitar aquella, así como diversas circunstancias de la vida
espiritual y virtudes de la Madre María Evangelista.
Estos testimonios son las fuentes en las cuales
hemos recogido todo el material para esta síntesis biográfica. Nada se afirma
que no esté escrito en estos documentos.
Niñez y adolescencia de María
Sus padres fueron don Gonzalo Quintero y doña
Inés Malfaz. Tuvieron cinco hijos. El primero fue Andrés, que se casó con doña
María de Chaves, de familia noble; el segundo fue Gonzalo, que se casó con
María Garrido, de cuyo matrimonio nació una hija que luego ingresaría como
monja en el Monasterio de Santa Cruz; el tercero es Antonio, que fue sacerdote
beneficiado de Preste y Párroco de Cigales; el cuarto hijo es Luis, que murió
en la adolescencia; la quinta, fue María, que es de la que ahora nos ocupamos.
Los documentos que hay en el archivo, dicen que
la posición económica y social de esta familia era acomodada, pues entre los
familiares seglares hay Alcaldes mayores y ordinarios, Corregidores del Santo
Oficio y Regidores. Entre los eclesiásticos hay Comisarios del Santo Oficio y
Secretarios del Secreto de Pruebas[5].
También hay testimonios que nos informan de este
matrimonio, que eran buenos padres,
fervientes cristianos, de ajustadas costumbres y arreglado proceder; que no
buscaban otro interés que educar a sus hijos en la virtud. Por eso, María
repetirá muchas veces que se complacía en Dios de haber tenido progenitores tan
buenos y que si ella tenía algo bueno se lo debía a sus padres; aunque la que
tuvo especial influencia en la niña fue su madre, ya que don Gonzalo murió en
1592, cuando su hija apenas tenía un año.
Doña Inés era una mujer profundamente cristiana,
que practicó la virtud y supo educar a su hija en ella. Se puede intuir que
dado el carácter pacífico y bondadoso de la niña, no debió ser difícil educarla;
los testimonios que hay de sus contemporáneos de Cigales lo confirman.
Igualmente se afirma que su madre la educó no
solo con palabras, sino también con el ejemplo de su vida; fue maestra para su
hija en la virtud, y la niña supo ser dócil a esas enseñanzas. María amaba, veneraba
y obedecía siempre a su madre con prontitud, practicando asimismo lo que
escribiría más tarde y se lo repetiría a sus hermanas en multitud de ocasiones:
Dios no quiere discurso en la obediencia,
sino resolución en todo cuanto manda que, si no, no se le da lugar para que Él
descanse en nosotros.
Si bien María era una niña tan pacífica que
raramente se enfadaba, no dejaba por eso de ser muy sensible y le dolían las
indelicadezas y bromas pesadas, que a veces, por hacerla enfadar, le gastaban.
Pero ya desde pequeñita fue consciente del sentido de la Cruz, y muy pronto
entendió que por este camino Dios quería llevarla para asemejarla más a Él y
hacerla de un modo muy especial partícipe de su “obra redentora”. Por eso, también,
desde los primeros años de su vida comenzó a llevar la cruz silenciosamente.
De joven seguía siendo piadosa y modesta. Un testigo de Cigales escribe: Portábase de una manera que a la ancianidad
pauta, a las canas espejo, a sus amigas norma y a todos admiración[6].
En la relación con jóvenes de su edad era
ingeniosa y prudente; sabía barajar las conversaciones para que no se desviaran
por caminos que pudiesen ofender a Dios. Igualmente, era enérgica cuando las
circunstancias lo requerían. En muchas ocasiones liberaba a sus compañeras de
ocasiones peligrosas y de bromas imprudentes que algún muchacho quería
gastarles; María imponía respeto y obligaba a este a dejarlas en paz.
Los testimonios afirman repetidamente, que su
vocación a la vida de oración empezó en su niñez, por lo que de joven pudo
tener ya en esto especial influencia entre sus amigas, que no siempre la
comprendían, pues, naturalmente, no experimentaban tan profundamente lo que
ella les decía por experiencia propia.
Ingresa en el monasterio de Santa Ana de Valladolid
del Señor se suspendía con dulce embeleso de su alma[7]. Esto despertó en ella el deseo de hacer en su vida este ejercicio continuado, siendo religiosa en una Orden dedicada a ello.
Cuando tenía quince años se lo propuso a su
madre, de la que no consta la respuesta, ni si se realizó por entonces algún
trámite sobre este tema. Es posible que, de momento, solo se quedara en idearlo,
por sobrevenirle a doña Inés la muerte el 14 de octubre de 1608.
La muerte de su madre no fue para María
obstáculo para llevar a cabo, un poco más adelante, sus intenciones y deseos, ayudada
por su hermano Antonio, sacerdote, que la asistió en todo momento hasta su
ingreso en el monasterio de Santa Ana.
Don Antonio fue quien tramitó todo y, aunque
tenía gran amor a su hermana y buscaba darle gusto siempre, se entiende que,
permitido por la
Providencia Divina para que resplandeciera más su gloria en
esta alma, al gestionar la entrada de María en el monasterio, sin contar con su
voluntad y su deseo, lo arregló todo para que fuese monja lega[8].
Se ignoran cuáles fueron los motivos que tuvo
don Antonio para actuar de esta forma, ya que su hermana había heredado
propiedades más que suficientes para pagar su propia dote, y consta que D.
Antonio dio esa dote completa al monasterio de Santa Ana al entrar su hermana. Otro
motivo que podría pensarse es que entendiera que su hermana no tenía
preparación intelectual suficiente para ser monja de coro, aunque sí sabía leer
y escribir, de lo que hay constancia bien clara. El tema es que María no sabía
que hubiese dos clases de monjas y cuando se enteró era tarde para rectificar.
Como tenía claro que su vocación no era de lega, pidió a su hermano que
solucionase el problema. Pero los intentos de don Antonio por arreglarlo solo
consiguieron sembrar inquietud en la comunidad, que interpretaba aquello como
falta de humildad en María.
Toma de hábito
Cuando María se dio cuenta de que su anhelo de
vivir cantando la alabanzas divinas en el coro no iba a ser posible en el monasterio
de de Santa Ana porque la destinaban a ser monja lega, se sintió defraudada y
quiso aclararlo con su hermano. Pero la comunidad de Santa Ana se negó a
aceptar que María fuese monja de coro y no tuvo más remedio que aceptar, con su
silencio humilde, tomar el hábito de monja lega el día 10 de mayo de 1609. Le
pusieron el nombre de Mª Evangelista.
Esta contrariedad, como tantas otras que sufrió
a lo largo de toda su vida, no fueron causa de amargura interior para ella,
sino que, al verse vestida con aquel cándido uniforme, fue indecible el gozo
que sintió, proponiéndose trabajar para que la blancura de la estameña de aquel
hábito pasara a su alma. El Señor miró con tanto agrado su generosidad que le
dijo: María, pues tú tienes cuidado de mí pensando en servirme, Yo miraré por
ti y tus cosas, entreteniéndome en amarte[9].
Así empezó el año de noviciado María
Evangelista y así lo continuó, no quedándose solo en deseos, sino llevando sus
propósitos a la práctica. Toda la comunidad estaba admirada de la perfección
que manifestaba en todo aquella novicia y decían de ella que era humilde con conocimiento, caritativa con
amor, obediente sin interés, ágil sin precipitación, honesta, retirada,
silenciosa y la más pronta al cumplimiento de las
Constituciones y de la Regla[10].
Decía que la animaba mucho el celo de su
Maestra, que era un ejemplo vivo de vida entregada a Dios en el cumplimiento
perfecto de su cargo. Durante el tiempo de noviciado de María, su Maestra, haciéndose
cargo de la situación dolorosa de esta su querida hija a la que conocía muy
bien, le enseñaba latín sin que lo supieran las demás, esperando que un día el
Señor manifestara claramente su voluntad acerca de la verdadera vocación de
María. Esta cautelosa diligencia, más que
de arbitrio humano, fue efecto de impulso divino[11],
como podremos constatar más adelante.
La salud espiritual y la virtud que María
manifestaba en su vida práctica, se daba también en la física; y así, pasó su noviciado con mucha salud,
fresca, gorda y alegre[12].
Otra contradicción para María fue a causa del
sobrenombre que debían imponerle. Por la ardiente devoción que profesaba a la Cruz deseaba que fuera este
el que añadieran al de María, que era el de bautismo, pero los superiores
eligieron el de San Juan Evangelista. No carece de símbolo en la vida de María,
y así lo veían algunos de sus testigos. Su misión y su vida en el monasterio
también era evangelizar, y ella era muy consciente de ello.
Profesión para monja lega
Terminaba el año de noviciado que, como dijimos,
la novicia había pasado con perfecta salud de cuerpo y de alma, feliz y alegre,
y de nuevo se sintió impulsada por Dios a intentar encontrar una solución para
el problema de su vocación. Por eso decidió hablar a su hermano claramente:
Cierto es, hermano mío, que expresé en
el siglo un sumo deseo de ser monja. Que esta fue mi intención, este mi gusto,
que otro ningún estado apetecía y que este sólo me llamaba. También es cierto
que estoy firme en esta mi primera vocación y que a no conseguirla me parece,
no asistiéndome Dios, que me muriera. Tanto me ahoga esta pena en lo humano,
que necesitaría yo para mantenerme de todo el poder divino. Mas has de saber
que nunca tuve más voluntad que a ser de coro y que no han sido otras mis
pretensiones y ansias. No puedo negar que la parte de Religión en que me han
puesto, en fin, como de Religión, es muy perfecta, mas para mí sólo la de
corista tengo por proporcionada. Ésta es la que deseo, ésta a la que aspiro y
para lograrla has de poner las diligencias, si hallasen en ti algún cabimiento[13]
mis súplicas. Dirasme que cómo no te lo dije antes de entrar y te respondo que
fue la causa mi ignorancia; teníala yo de que había legas, juzgaba que todas
las religiosas eran de coro y que no había entre ellas ni la más leve
distinción. Con que, cubierta de este velo, no te lo supe prevenir ni lo
pudiera explicar
A don Antonio no le pareció tan difícil
complacer a su hermana si le prometía a la comunidad aumentar la dote. Le
expuso esto a la M. Abadesa ,
y ella lo comunicó a las monjas reunidas en Capítulo, pidiéndoles que lo
pensaran La Comunidad se dividió entre quienes estaban a su favor y quienes la
juzgaban por soberbia. Algunas le consultaron el caso al Capellán que las
confesaba y asistía, y juzgó contra la pretensión de la novicia[14].
Las más se opusieron rotundamente y se
manifestaron contra ella con amargas contradicciones, pidiendo incluso su
expulsión del monasterio. Otras la defendían y suplicaban condescendencia,
señalando las razones justas que la novicia tenía para pedir aquello.
Al enterarse su hermano de la situación,
queriendo evitar a María semejantes complicaciones, habló con ella y le dijo
que todo estaba ya arreglado a su favor, como ella deseaba, que sería monja de
coro. Luego habló con la M.
Abadesa y la hizo partícipe del mismo engaño, diciéndole que
María estaba dispuesta a ser monja lega, por lo que se decidió que profesara el
día 20 de mayo de 1610.
Pero María Evangelista no fue víctima de aquel
engaño, ya que se dio cuenta perfecta, desde el primer momento, de la astucia
de su hermano. Conscientemente se dejó llevar por aquel camino que la Providencia Divina
le iba señalando, de aquel modo que parecía tan contradictorio. Dicen las
testigos que el día de su profesión, tal humildad y serenidad manifestaba, que
las mismas que la contradecían vertieron lágrimas de compasión y alegría y que,
habiéndola reputado de soberbia, en este lance la reputaron y publicaron
universalmente por humilde[15].
El padre Vivar habla en el Defensorio y dice
cuán grandes fueron las contradicciones que sufrió María Evangelista y con
cuánta humildad y paz las llevó. También Madre Francisca afirma que estaba
siempre clavada en una cruz, al ver que no podía seguir su vocación de monja de
coro. Se gozaba de que ese fuera un medio para padecer en la cruz, asemejándose
más en ella a Jesucristo. Y Madre Micaela deja bien claro que María Evangelista
no se sentía víctima ni hacía drama de las incomprensiones:
Las que yo le
vi padecer fueron con grande igualdad, y en lo exterior un semblante tan
apacible y risueño como si no la
tocara. Y aun se esmeraba en esto, con mucha especialidad,
con los sujetos que más la contradecían y perseguían[16].
El testimonio de Madre Ana no se contradice con
las anteriores:
Era de muy
apacible condición y amable, por lo cual se daba a querer. Y sobre todo en las
ocasiones que se le ofrecían en la comunidad de quebranto y humillación, que
eran algunas, por permitir nuestro Señor que con santa intención, así preladas,
a fin de probarla, como particulares, la ejercitaban en la paciencia, que era
tan grande que admiraba. Yo, como testigo de vista, que la tuve a mi lado
cuatro años, en este tiempo puedo asegurar que no le oí palabra de queja ni
sentimiento de nadie, sino una igualdad y serenidad de ánimo que parecía un
ángel, sin mudar semblante en ocasión ninguna[17].
Monja lega en Santa Ana durante diecisiete años
Como el oficio de las legas era principalmente
el de cocineras[18],
en la cocina pusieron a María Evangelista, obligación que cumplía con toda
perfección y alegría. Pero Dios no quiso dejar de manifestar que sus designios
sobre ella eran otros. Apenas ejercía un poco de tiempo este oficio, enfermaba
tan gravemente que en alguna ocasión hasta la dieron por muerta. Estas
enfermedades, con sus convalecencias, duraban largas temporadas y se repetían
tantas veces cuantas volvía a la cocina.
La comunidad, cansada de ver que era inútil
empeñarse en querer lo que Dios no quería, decidieron ponerle un oficio propio
de una monja corista[19]. El
primero fue el de ayudante de la ropera, que lo era por entonces la M. Ana , la cual se sentía
tan feliz y gozosa con semejante compañera, que se negaba a querer ceder tanto
tesoro cuando la enfermera la pidió para ayudante en la enfermería. Como Dios
quería que también Mª Evangelista resplandeciera en la caridad, dispuso que la M. Abadesa sentenciara
a favor de la enfermera[20].
Cumplió en este oficio con la misma perfección
que había cumplido en la cocina y ropería, pues su trato era dulce, su conversación afable, la asistencia con alas, el
cuidado sin melindre, el celo sin asco, el desvelo sin fastidio, y era en un
todo toda para aliviar y consolar a las enfermas
Así lo ha dejado escrito la M. Francisca de San
Jerónimo: En cualquier cosa que la ponían
lo hacía con particular gracia y liberalidad (…). Era el consuelo de las
melancólicas, la que pacificaba a las que se turbaban, la que acompañaba a las
enfermas (…).En viéndose alguna apretada, luego decía que la llamasen, a Sor
María Evangelista. Tomábanle las manos y poníanlas adonde les dolía. Quitábanle
el rosario y quedábanse con él; y otras demostraciones de estima, porque era
imposible dejar de conocer la virtud que allí resplandecía[21].
Y M. Micaela: En otra ocasión estaba yo en cama y me sobrevino un dolor a una sien,
que con mi poco sufrimiento me parecía no podía tolerarlo. Llegó a verme la Madre Abadesa que
era entonces y, sabiendo cómo estaba, me dijo como en chanza (porque no frisaba
bien con ella): “Diga vuestra caridad a la santa que le ponga la mano para que
se le quite el dolor”. Yo le respondí: “Mándeselo Vuestra Reverencia”. Envió a
llamarla y mandóselo. Y fue cosa maravillosa, que traerme dos o tres veces la
mano por la sien y quitárseme todo, fue uno. Y como yo me maravillase de
hallarme con aquella brevedad libre del dolor, dijo, encubriendo con su humildad
la merced que le hacía nuestro Señor: “Mire, debía de ser alguna frialdad la
que le causaba el dolor, y como apliqué el calor de la mano, con eso se ha
divertido”. Y aunque yo me la había puesto harto rato no se me había aliviado.
Y no sólo se me quitó, sino que jamás lo he tenido otra vez de aquel género y fortaleza[22].
En lo interior, Mª Evangelista volaba cada vez
más alto. Basta con leer lo que, por mandato de sus confesores, dejó escrito
para darse cuenta de ello. Pero así lo afirman también los testigos. Su
santidad se manifestaba en su sencillo quehacer cotidiano, hasta el punto de
que muchas monjas, cuando se hablaba de su santidad, comentaban que no parecía
tal, ya que no hacía grandes penitencias ni hacía horas especiales de oración.
Los testimonios escritos de sus compañeras y
conocidos, coinciden en que recibió gracias especiales que se manifestaron en
alguna ocasión al exterior en forma de fenómenos místicos, habidos especialmente
en una época de su vida, entre 1629 y 1633. M .
Ana refiere:
En otra
ocasión me dijo el padre confesor -que era el que queda referido-, que deseaba
hacer una mortificación a la Sierva de Dios y, juntamente, satisfacerse de una
misericordia que el Señor había hecho a su sierva imprimiéndole las llagas,
aunque interiormente; y que si me la enviase a mí, le mirase con atención las
manos.
Y un día,
después de haber comulgado, saliendo del coro me llamó. Y con gran turbación y
confusión de la grande humildad que tenía, toda temblando me dijo: Mira, que
nuestro confesor me envía acá para que me veas las manos. Y añadió: Dios me lo
reciba, que sólo la obediencia puede obligar a esto. Entonces yo le tomé las
manos y dije: Pues obedezcamos todos. Y vi que tenía en la palma un agujero,
aunque tapado con el pellejo, del tamaño de un cuarto segoviano, y estaba como
morado. Y levantando la mano se transparentaba de una parte a otra. Y
tentándola yo no había de por medio sino los dos pellejos: el de la palma y el
de encima de la mano. Esto
fue en ambas manos. Tuve deseo de hacer experiencia en los pies y costado, y
por verla tan turbada y temer no le diese algún accidente, según era su
aflicción, no me atreví. Esta misma experiencia mandó el confesor hiciese una
hermana mía y vio lo mismo, y creo lo tiene escrito. Y hoy es fundadora del Convento
de Santa Ana de Lazcano[23].
En referencia a esta carta de Madre Micaela,
fundadora del convento de Santa Ana de Lazcano, recogemos este extracto:
Hízole nuestro
Señor merced de imprimirle sus santísimas llagas. Y nuestro padre maestro fray
Francisco de Vibar –que era confesor entonces– le mandó las mostrase a algunas,
entre las cuales fui yo, aunque indigna. Un viernes me las mostró en las dos
manos, las cuales las tenía que se conocía estar con gran dolor. Era un círculo
redondo amoratado, como que debajo del pellejo había agujero. Y como era tan
humilde, mostraba en su apacible semblante tanto encogimiento, que yo lo tuve
grande de no afligirla, que no me detuve a mirar muy despacio, ni la toqué[24].
Hubo más fenómenos místicos como la impresión
de los estigmas de la Pasión, el de hierognosis,
mediante el cual distinguía las formas consagradas de las que no lo estaban, discernimiento
de conciencias espíritu de profecía y bilocación, entre otros.
Profesión para monja corista
Un día llamó al confesor y le pidió que consultase
el caso con la abadesa de las Huelgas de Burgos, quien, como superiora,
decidiría lo que se había de hacer. Pero ella, a su vez, escribió secretamente
a aquella señora abadesa previniéndola que, cuando llegase la carta del
reverendísimo Vivar, no diese oídos a su súplica. Las cartas se escribieron por
los dos, mas la respuesta fue distinta de aquella que se esperaba. A Vivar se
le pidió lo siguiente: Consúltese con
hombres doctos y personas virtuosas y remítasenme los pareceres. Por ello,
Vivar propuso a la abadesa pedir la opinión de sujetos de todas las religiones,
entre ellos también cistercienses. Pero las personas elegidas fueron las que
quiso la abadesa de Santa Ana, que obligó a que fueran únicamente de la
Compañía de Jesús, supuestamente porque pretendía que dictaminaran en contra. Aún
así dictaminaron que María Evangelista debía profesar como monja de coro. Los trámites
no terminaban aquí. La Abadesa
de Burgos envió un delegado con la orden secreta de que presidiera la votación
de la comunidad sobre si María Evangelista debía profesar y, si un solo voto
tenía en contra, no profesaría. Ninguna sabía nada de esta orden. Con la Abadesa y buena parte de la Comunidad en contra de
esta profesión, se precedió a la votación, y el resultado fue que no había un
solo voto negativo.
Concluido el acto, se pasaron a la Sala del Capítulo y allí, en
presencia del comisario y de toda la Comunidad , leyó la Carta de Profesión
Evangelista. Y quedó profesa para coro en
el día de la Dominica Infra
Octava de la
Visitación de Nuestra Señora, del año de 1626, después de
haber durado un año la pretensión[25].
Fueron tantas y especiales y claras las intervenciones
de Dios que hubo en esto, que las testigos presenciales dicen que todas quedaron
convencidas de que el Señor quería hacer grandes cosas por medio de aquella
alma. Con este final que podemos tener por milagro, las inquietudes de la Comunidad se
convirtieron en paz, como lo dice la Madre M. Francisca de S. Jerónimo: En este tiempo todas estaban en un mismo
sentir; y así, estaba el convento todo vertiendo alegría, pues no se puede
encarecer el regocijo que hubo en esta ocasión, que no se ha visto en otra.
Fundación del Monasterio de Santa Cruz en Casarrubios del Monte
Si todas las
obras de Dios están marcadas por el marchamo de la contradicción, la fundación
del monasterio de Casarrubios del Monte tuvo todo en contra desde el principio.
Comenzando por la propia fundadora, que fue tratada de isionaria, embustera,
alucinada y ni siquiera era monja de coro cuando le comunicó al padre Vivar -su
confesor- que, en un éxtasis, Dios le había revelado que, andando el tiempo,
llegaría a ser fundadora y primera Abadesa de un monasterio de la Orden. Luego,
el pueblo de Casarrubios se negaba a admitirlas. En el viaje, el enemigo volcó
el carruaje de las fundadoras al borde de un precipicio, etc.
Pues sí, las dificultades fueron grandes y en
proporción también las intervenciones milagrosas de Dios. No hay duda, cuando
alguna obra es del querer de Dios y nosotros buscamos ese querer y no el
nuestro, que no hay dificultades que se resistan. Cuenta la Relación-Historial
de la fundación del monasterio, que después que M. María Evangelista había
comunicado a su confesor el desconcertante asunto revelado, llegó a Valladolid
un matrimonio procedente de un pueblo de Toledo, Casarrubios del Monte. Eran don
Alonso García de Ojea y doña María Rodríguez, que se establecieron en la ciudad
con el fin de seguir más de cerca un pleito que tenían entablado con el conde
de Rivadavia.
La casa en la que residían estaba al lado de la
capellanía de Vivar. Pronto surgió íntima amistad entre el matrimonio y el
religioso y, en alguna de sus conversaciones, este les habló de la humilde
religiosa de Santa Ana, a la que el confesor admiraba por su vida santa y a la
que en más de una ocasión había defendido ya de las malas lenguas. Las
ocasiones para seguir defendiéndola no se habían terminado y ello le costó a él
grandes humillaciones y contrariedades. El matrimonio deseaba conocerla y
fueron a visitarla. No se decepcionaron, sino que les inspiró gran confianza y
comenzaron a comunicarse con ella. Les atraía mucho su apacible y serena
conversación.
En una de las visitas le comunicaron los deseos
que tenían de emplear su hacienda en alguna obra pía, haciendo así al Señor
heredero de sus bienes ya que no tenían descendencia. La intención que ellos
tenían era la de edificar una capilla y fundar una capellanía. M. Evangelista
los escuchó, como siempre, con mucha atención y luego consultó el caso con el
Señor. También visitaron a la
Madre Luisa de Carrión, que en este tiempo tenía gran fama de
santidad, pero cuando la vieron y comenzaron a hablar, ni su persona ni su
conversación les satisfizo, por lo que ya no le comentaron siquiera su proyecto
de poner su hacienda al servicio del Señor, y concluyeron que sería María
Evangelista su consejera.
Al volver a Valladolid el matrimonio se mostró
aun más cariñoso y confiado con M. Evangelista y volvieron sobre el asunto de fundar
una capellanía. La M. María
Evangelista, que ya había confiado a su confesor lo que anteriormente el Señor
le había revelado sobre que sería fundadora de un monasterio de la Orden , con santa resolución les
dijo que la voluntad de Dios no era que fundasen una capellanía, sino un monasterio
de bernardas recoletas.
Aunque el matrimonio se sorprendió y le
exponían que esa era una empresa muy superior a sus posibilidades, ella les dio
tales razones y tan fundadas en viva fe que, sin resistencia, aceptaron la
proposición como si aquellas palabras las hubieran oído de boca del mismo Dios.
Vivar y María Evangelista comenzaron a tramitar
lo que dependía de las monjas para la fundación y el señor Alonso volvió a
Madrid también para comenzar a tramitar lo que dependía de él.
No le fue fácil a este señor conseguir todos
los requisitos necesarios que de él dependían. La primera diligencia que hizo
fue volver a Madrid para conseguir las licencias para dicha fundación. Por
cierto, que al presentar su petición en el Consejo y dando razón de su persona,
estado o hacienda, decía él mismo que advirtió
que los señores del Consejo se miraban unos a otros, haciendo como irrisión de
que un hombre de tal calidad y tan corta suficiencia emprendiese obra tan
grande, y como que no tenía hechura. Sin embargo a juzgar por los
documentos que hay, así como la abundancia de las escrituras de sus posesiones,
esta desconfianza no estaba tan justificada[26]
Se hizo
Junta para tratar el tema de la fundación –parece que más por burla que como
intento de favorecer la pretensión de D. Alonso- y se puso a votación. El
resultado fue que todos los votos eran a favor de la fundación, sin que los
votantes hubieran pensado votar a favor, sino contra ella. Por lo que la
sorpresa entre ellos fue mayúscula. Dice la Relación-Historial que se miraban
unos a otros admirándose de aquello y diciendo no podía ser otra cosa que un
milagro y que no podían resistir a la voluntad de Dios. Con lo que el pretendiente
de la fundación salió muy contento y gozoso y dando muchas gracias al Señor
que, al primer paso que había dado en negocio de su servicio, le había
favorecido tanto.
Envió la noticia de este acontecimiento a M.
María Evangelista y al padre Vivar, y determinaron que la fundación se hiciese
en Casarrubios. Partió D. Alonso hacia esta villa toledana muy contento con los
pensamientos de su fundación y, estando ya anochecido, miró hacia el pueblo que
ya divisaba y vio, en el sitio donde ahora está el convento, muchas luces a
modo de luminarias, de tal suerte que juzgó que al día siguiente se celebraría
alguna festividad en la villa. Lo preguntó con cuidado y le dijeron que no se
celebraba ninguna particular, por lo que interpretó que el Cielo le señalaba el
sitio que había de comprar para construir el monasterio. Dice la
Relación-Historial que el Altísimo
Todopoderoso lo tenía ya en tal disposición que, siendo en el mejor paraje de
la villa, todas las casas que eran necesarias para labrar un convento capaz estaban
desocupadas y no hubo dificultad en comprarlas.
El Consejo de la Villa le dio el permiso,
pensando en que aquello no llegaría a nada. Todos juzgaban que era locura y
arrogancia de D. Alonso semejante pretensión. Mas, cuando vieron que todo iba
adelante, que ya había conseguido los permisos necesarios para venir las monjas
fundadoras, se alborotó la villa y con grandes esfuerzos y conatos pretendían
impedir que se llevara a cabo. No consiguieron lo que pretendían, y el Señor
trocó sus voluntades de tan contrarias en favorables[27].
Viaje de las fundadoras hacia Casarrubios del Monte
Sigue la Relación-Historial narrando que, el
día 25 de octubre de 1633 salían de Santa Ana de Valladolid las Madres
fundadoras: Sor Mª Evangelista, Sor Francisca de San Jerónimo y Sor María de la Trinidad camino de
Casarrubios del Monte.
D. Alonso de Ojea las acompañó en el viaje desde
Valladolid hasta Casarrubios, junto con tres sacerdotes[28], no solo con decencia, mas con grande
ostentación y mucha prevención y regalo. Adelantándose él propio a prevenir todo lo necesario, no fiando de
nadie y con tantas muestras de devoción que, al tiempo que las Madres comían,
él en persona las servía y de rodillas, con una admirable estimación y
conocimiento del tesoro que traían.
Y habiéndose
informado del día que las Madres fundadoras habían de salir de Madrid para
Casarrubios, se adelantaron para prevenir el que saliesen los más principales
de la villa a recibirlas. Hiciéronlo así y con más aplauso de lo que ellos
pudieron desear, porque salió infinita gente y muchos de ellos a caballo con
grandes muestras de alegría. Y al entrar en la villa repicaron las campanas de
todas las iglesias y del Convento de Religiosos Agustinos, y salieron fuera del
lugar con las chirimías y otras muestras de alegría cuanto ellos pudieran
disponer.
Y se juntó
tanta multitud de gente de todas las edades y estados, que referían los que se
hallaron presentes que no quedó nadie en las casas. Y esto con tal regocijo y
alegría cual jamás hasta entonces se había visto en Casarrubios del Monte,
conociéndose que aquello, más que natural, era moción de Dios por el bien tan
grande que les traía a esta villa. Y en esta ocasión y entrada, dando nuestra
Venerable Madre Mª Evangelista gracias a nuestro Señor, por este beneficio de
haber mudado los corazones de aquellas criaturas y convertídolos en devoción y
aplausos, le dijo su divina Majestad que lo había así dispuesto, a semejanza de
su entrada en Jerusalén el Domingo de Ramos, porque la había escogido para que
fuese una sombra suya y quería que le imitase en todo
Con esto no se resolvieron todos los problemas.
Para la Madre
Evangelista continuó el camino de cruz. D. Alonso no tenía
hecha más fábrica que las tapias de la iglesia, pues la Madre quería comenzar
la construcción de la casa una vez llegara ella junto con sus compañeras. Por
lo que encontraron todo demasiado pobre y desacomodado, sin ninguna traza de
convento. Les fue preciso ir dividiendo oficinas con unas esteras, a la traza
de aquellas fundaciones antiguas que comenzaron con tanta pobreza e
incomodidades. En algunos momentos llegaron a pensar que tendrían que volver a
su convento de Valladolid, por lo que M. Evangelista le pidió al Señor que,
puesto que las había traído, remediase tanto desamparo y falta de lo necesario.
El Señor le contestó:
María, Yo he dispuesto que halles las
cosas en tanta necesidad y pobreza porque quiero –como te tengo dicho- que me
imites en todos los pasos que Yo di en el mundo. Y esto que aquí se padece
ahora es semejanza a la pobreza y desamparo que Yo y mi Madre tuvimos en el
portal de Belén. Mas dígote de verdad que esta es obra mía y que nadie me la ha
de impedir, porque Yo iré siempre delante de ella, como fui delante del pueblo
de Israel cuando caminaba por el desierto: de noche, como columna de fuego,
alumbrándolo y guardándolo; y de día, como nube, defendiéndolo de los ardores
del sol.
M. Evangelista primera abadesa
Gracias a estos señores bienhechores, la construcción
del monasterio pudo continuar y el día 27 de noviembre de 1634 se cerró la
clausura. Ese mismo día fue electa
Abadesa Madre María Evangelista, y se dio el hábito a dos jóvenes que trajeron
consigo desde Valladolid. Una era sobrina de Madre Mª Evangelista y otra
sobrina de la Madre M ª
de la Trinidad. Poco tiempo después entraron otras tres jóvenes de la misma
villa de Casarrubios.
Todo en la fundación parecía que
evolucionaba ahora favorablemente y la santidad de su fundadora debía
evolucionar con un ritmo más rápido aún. En ella no sufría mengua la vida de
intimidad y unión con Dios, a pesar de los múltiples trabajos y preocupaciones que
se originan en los primeros años de una fundación. Estos trabajos recaían sobre
tres personas solamente, que rara vez estaban en activo las tres, ya que las
enfermedades de unas u otras se sucedían: Cuando M. Francisca convalecía de una
enfermedad gravísima, cayó con otra semejante la M. Trinidad. Así es
como se quedó sola, con todo, la M. Evangelista : dirección de las obras,
noviciado, hospedería, etc.
M. Gertrudis dice: Era cosa de
admiración que un sujeto solo, pudiese con tanto, sino siendo tan asistida -como
era- de Dios nuestro Señor, que la había escogido para, por su medio, hacer
esta obra, y que esto fuese a costa de trabajos y penas.
Otros golpes y cruces esperaban a M.
Evangelista, pues apenas llevaba un año en su fundación de Casarrubios cuando,
repentinamente, muere en Madrid el P. Francisco de Vivar y, meses más tarde, el
P. Gaspar de la Figuera ,
sus confesores, de los que tanta ayuda necesitaba para llevar adelante su
fundación además de para la comunicación de su espíritu Mas
tampoco este golpe la turbó porque el Señor la asistía y tenía muy fortalecida
y llena de fe, y en lo interior iba Su Majestad aumentando esta casa por otros
medios que no se pensaban. De tal forma que nunca le faltase la cruz, interior
y exteriormente, porque el que le había dado las fuerzas sabía muy bien que
eran muchas y así se la cargaba verdaderamente grande y pesada (…). Y así, era
de gran admiración ver la asistencia a lo espiritual y temporal, y al consuelo
de las monjas en una y otra materia, con menudísimos reparos nacidos de aquella
su grande caridad, que salía al encuentro a las necesidades de sus hijas
quitándoles el empacho que pudieran tener de manifestarlas por sí mismas
Sus trabajos e influencia benéfica no se
limitaban a los del monasterio: A estas
ocupaciones o cuidados se le añadía la continuación de seglares que, a la fama
de su santidad, venían a comunicarle en diversas materias y negocios. Y con la
experiencia de su afabilidad, y la grande salida que hallaban en todo cuanto le
proponían, y el consuelo que recibían sus almas, lo continuaban sin cansarse. Y
la santa Madre no se enfadaba de tan molesto ejercicio; pues la continuación de
cartas que tenía, y a las que respondía, era también grande.
De esta época hay varios casos de conversiones
muy difíciles después que M. Evangelista intercedió por aquella intención en
particular. Entre ellas está la del conde de Casarrubios: El conde de Casarrubios, don Gonzalo Chacón, estuvo algunos años casado
con doña Juana Zapata, tan divertido que mucho tiempo no hacía vida con ella. Lo
cual comunicó dicha señora condesa con nuestra venerable Madre (…) encargándole
que, muy de veras, le encomendase a nuestro Señor para que lo sacase de aquel
estado (…). [La Madre] le escribió una carta y fue causa de enmendarse mucho; y
se retiró de aquel divertimiento y comenzó a hacer vida con su mujer, mostrándose
ya muy fino con ella (…). Acabó su vida muy cristianamente[30].
El Cristo de la
Sangre
Tenía un arte especial para intuir
la vocación en una joven. Señalamos una
concreta por lo que tuvo de influencia, no solo en la vida de la comunidad de entonces, sino que la ha tenido a lo largo de toda su historia y la sigue teniendo en el presente. Nos revela, asimismo, de un modo especial, la santidad de la M. María Evangelista. Se trata de una joven llamada María Téllez. Era hermosa, rica, con grandes cualidades humanas y muchos pretendientes, pero tan frívola que estaba muy metida en galas y mundo, y le ofendía la clausura y pobreza religiosa. Nada más ajeno a ella que las monjas. Un día se le obligó a acompañar a que iban a visitar a la M. Evangelista. María Téllez estaba tan contrariada, que no disimulaba el fastidio que sentía y la gana que terminase la visita para marcharse.
concreta por lo que tuvo de influencia, no solo en la vida de la comunidad de entonces, sino que la ha tenido a lo largo de toda su historia y la sigue teniendo en el presente. Nos revela, asimismo, de un modo especial, la santidad de la M. María Evangelista. Se trata de una joven llamada María Téllez. Era hermosa, rica, con grandes cualidades humanas y muchos pretendientes, pero tan frívola que estaba muy metida en galas y mundo, y le ofendía la clausura y pobreza religiosa. Nada más ajeno a ella que las monjas. Un día se le obligó a acompañar a que iban a visitar a la M. Evangelista. María Téllez estaba tan contrariada, que no disimulaba el fastidio que sentía y la gana que terminase la visita para marcharse.
María Téllez había rogado
dichas señoras que por lo menos se dilatase la visita para otro tiempo, por
razón de que tenía algunas galas que disponer para la festividad de la Purificación de
Nuestra Señora, que es muy célebre festividad en el convento de San Agustín de
Nuestra Señora de Gracia, que se celebraba de allí a dos días. No pudo vencer a
tales señoras y se fue de ellas vencida porque, sin entenderlo ninguna, era
Dios el que las movía por tener ese día destinado para su conversión. Vinieron
todas al convento bien ajenas todas de lo que sucedió.
Una de las señoras pidió a la Madre que abriese la puerta
reglar para besarle la mano y recibir su bendición. Así se hizo. María se
acercó también a besarle la mano, pero lo que hizo fue abrazarse a ella
diciéndole: Por
amor de Dios, Madre mía, que me reciba por hija, que yo lo tengo de ser y lo
quiero ser, y no tengo de volver a mi casa. Porque si vuelvo mis hermanos me lo
han de estorbar, que sé que no gustan que tome este estado.
Nuestra Venerable Madre le dijo algunas razones para que por lo menos lo
dilatase algún día y se pudiese disponer lo necesario para darle el hábito en
público y con todos los requisitos que lo toman las demás, pero no consiguió
vencer la determinación de la joven que entró en ese mismo momento en la
clausura. Ella misma confesó después que mientras duró la visita en el
locutorio no sintió el menor impulso de ser monja, antes deseaba que aquella
plática acabase para volver a su casa. Llevó
el rigor de la religión siendo admiración de todos los que la conocían, por lo
regalona que se había criado en el mundo.
María Téllez trajo al monasterio su dote y
ajuares, alhajas de valor, que las había y una pensión perpetua sobre rentas
publicas. Ajustadas todas estas cosas (…),
habló nuestra Venerable Madre en secreto a esta religiosa y le dijo que mirase
si se le quedaba alguna alhaja en su casa que pudiese ser de provecho en el
convento y a sus hermanos no les hiciese falta. A lo que respondió repetidas
veces la religiosa que, habiendo hecho mucha reflexión y memoria sobre ello, le
parecía que no le quedaba nada, que todo lo había dado y acomodado a Su
Reverencia. Le dijo –porque debía haber tenido revelación de nuestro Señor por
lo que después se vio- que si le quedaba alguna imagen o cuadro. A lo que
respondió que una tabla tenía de Cristo nuestro Señor con la Cruz a cuestas, mas tan vieja
y deslucida que no se atrevía a traerla. Mandole Su Reverencia que la pidiese y
se trajo la Santa Imagen
Se afirma que estaba deteriorada hasta el punto
de que al verlo algunas monjas decían que cómo se había atrevido a traer algo
tan deslucido. La imagen del Cristo apenas se veía, parecía un borrón. No se
aclara si se restauró para colocarla en un pozo en el claustro, pero así se
hizo pocos días después de traerla. No tardaron las monjas en entender cuál era
el valor de aquel cuadro:
El milagro fue
en la forma que sigue. El día 17 de enero, que es San Juan Crisóstomo, del año
1648, viernes, pasando la comunidad en procesión con los salmos penitenciales,
como es de orden todos los viernes del año, todas las religiosas iban en ella
desde la primera hasta la
última. Sin avisarse una a la otra, iban reparando que el
Santo Cristo estaba muy demudado y, saliendo del coro después de haber
concluido con los salmos, comenzaron a dar estas noticias a la santa Madre , todas
allí en comunidad. Mas la
santa Madre , que lo sabía mejor que no nosotras, convino en
ello diciendo que era verdad; mas como Dios le había dado tan gran prudencia,
mandó que por entonces que todas se fuesen a cumplir con sus obediencias. Y que
después de dicha Tercia y una Vigilia y Misa cantada (…), volveríamos en
comunidad a reconocer lo que había. Lo cual se hizo así, estándose la Santa Efigie con el
mismo semblante de congoja y sudor, y el ropaje, que es morado muy oscuro, como
de color de ceniza, de todo lo cual nos certificamos muy bien.
Viendo la Madre Evangelista
que era tan cierto que sudaba sangre y agua, me mandó a mí, Sor Mª Gertrudis
del Santísimo Sacramento –que soy la que escribo esto y estuve presente a
todo-, que fuese a cierto lugar donde Su Reverencia me señaló y trajese un
lienzo para limpiar la Santa Imagen. Lo
cual hizo por su propia mano y supe después, por un confesor suyo, que le había
dicho nuestro Señor: Tú sola, María,
habías de ser la que me aliviaras y limpiaras de este sudor y congoja.
(…) No faltó
ninguna de la comunidad al reconocimiento de este caso tan raro. Y sólo una
religiosa se había quedado aquel día en la cama por un grande resfriado que
padecía. Contámosle el caso y ella no dio crédito de ninguna suerte, antes a
todas persuadía disuadirnos de que fuese verdad, y que podía lo uno resultar de
la humedad del tiempo y lo otro ser ardid del demonio para perturbar la
comunidad, con otras razones prudentes y humanas, porque ella tenía muy buena
capacidad y de su natural tan incrédula, que hasta que veía con sus ojos y tocaba
con sus manos no creía las cosas, lo cual estaba muy notado en la comunidad. Y siendo
así que la Santa Efigie ,
a los ojos de las demás, volvió a su ser.
El domingo
siguiente, y 19 de dicho mes y año, se levantó la religiosa para ir a
confesarse, y llegando a hacer reverencia al Santo Cristo con su propia duda,
se apareció a sus ojos tan demudado como todas las demás lo habíamos visto. Con
que a voces comenzó a confesar que era verdad lo que la santa comunidad decía y
que no le quedaba ya duda ninguna, sino grande devoción y fervor en su corazón.
Con este
suceso se pasó la Efigie
al coro y a la reja la tuvimos algunos días, donde acudió todo el lugar a
visitarla y algunos enfermos se levantaron de las camas, quedando libres de sus
enfermedades.
Reconociose en
Su Reverencia un quebranto grande de corazón y unos dolores tan grandes en todo
el cuerpo y cintura, particularmente, que nos dijo que parecía que se le hacía
pedazos. Mandó a la comunidad que cantásemos el Miserere, que fue más llorado
que cantado porque estábamos temblando la ira de aquel Señor.
Enfermedad y muerte de M. María Evangelista
Es significativo que, desde el día que la M. María Evangelista limpió el sudor del rostro
del Cristo, padeció muchas penalidades y trabajos. En el mes de julio. padeció
una gravísima enfermedad, a la que se añadió una inflamación de garganta muy
penosa. Las monjas reconocen que sabían de su sufrimiento por los dos médicos
que la trataban, pues la Madre lo disimulaba de tal suerte, con su paciencia y
sufrimiento y alegría, que muy poco podían sospechar las monjas.
De esto mejoró e hizo prácticamente una vida
normal hasta que el de noviembre que, de repente, cayó otra vez gravemente
enferma, y el médico les dijo que le diesen la Santa Unción. Llamaron al capellán, fray Luis de
Céspedes, de la Orden cisterciense, que había llegado al convento dos días
antes. Confesó a la Madre y cuando le fue a dar el Santo Viático, para probar
su espíritu dejó la Forma consagrada que tenía en las manos y le dio una sin
consagrar. Al darle la Sagrada Forma
en el instante que se la puso en la
lengua lo conoció la santa
Madre y dijo con grande ansia de su corazón: “¡Jesús, mil
veces! ¿Qué me ha dado aquí, que yo con la luz que Dios la conozco que es forma
seca?” Y con sus propios dedos la sacó de la boca y decía: “¡Jesús, qué fuerte
tentación! ¡A nuestro Señor le tengo yo en mi corazón y esta forma está seca!” Las
monjas le decían que era el Señor en la comunión, pero ella respondió: ¿También vosotras me mortificáis? Yo conozco
que es forma seca. El monje se sintió tan avergonzado que se marchó sin
decir una palabra, ni tampoco ordenó que purificasen los corporales ni cosa
alguna. El segundo día después del accidente siguió con la propia quietud y
sosiego hasta el tercer día, que fue el 27 de noviembre en que, como a hora de
Completas, dijo por sí misma el salmo Qui
habitat in adjutorio Altissimi…[31]
con lindo orden y concierto.
Un poco más tarde M. Gertrudis, estando la
comunidad presente, -que ninguna quería apartarse de allí, tanto cariño le tenían
todas- se le acercó y acarició su mano, que tenía fuera de la ropa de la cama. Esta
mano la tenía paralizada y no se la habían visto mover. Sin embargo, ella la
levantó en aquel momento y la bendijo y dio muchos y buenos consejos, lo que
fue interpretado como un vaticinio de que M. Gertrudis había de ser abadesa por
muchos años, como así fue.
Murió ese mismo día entre las doce de la noche
del viernes, 27 de noviembre de 1648, y el día siguiente, sábado.
Por requerimiento del pueblo estuvo su cuerpo
dos días expuesto en el coro y en ese tiempo no se vació la iglesia de gente,
haciéndose todos lenguas en alabanzas de aquella santa Madre cuyo cadáver
veneraban con afecto piadoso y por la grande fama que había de su santidad y
virtud.
Por circunstancias concretas, y sin duda
providenciales, su entierro fue muy pobre en todos los aspectos. Hasta en esto
se asemejó a Jesucristo, cumpliéndose así la palabra recibida del Señor en que
le aseguró que su entierro sería a semejanza del que Él tuvo[32].
Algunos detalles más sobre M. María Evangelista
Otro caso le sucedió a este mismo padre: M.
Francisca le dejó para leerlos unos cuadernillos escritos por la
M. María Evangelista. Este no acababa de
devolvérselos y M. Francisca estaba muy preocupada. Un día se sintió impulsada por
Dios a abrir un baúl que tenía y encontró allí los cuadernillos. Comunicó esto
con el confesor y quedó sorprendido. Miró en el lugar donde él los tenía en su
casa y allí no estaban ya. Él, que no era muy dado a creer en milagros, no pudo
más que aceptar que aquello lo era y creció su admiración y devoción hacia la
M. María Evangelista.
Otro caso fue que a la hermana del licenciado
Luis García (que fue después capellán del convento, como profetizó M.
Evangelista), le sobrevino una enfermedad de un parto. Le dio un delirio y no quería confesarse. Su hermano se la
encomendó a la Madre
y se fue a Madrid a verla. Cuando llegó, su hermana estaba en su sentido y
pidiendo confesión, le dijo: Has de
saber, hermano, que ha estado conmigo esta noche la Madre Abadesa del convento
de Santa Cruz de Casarrubios, y me ha dicho que me muero y que es voluntad de
Dios que me confiese. Lo cual hizo con grande devoción y admiración de
todos. Y perseveró como un ángel hasta dar su alma al Señor[33].
Se podría continuar con casos semejantes, tanto
de curaciones físicas como espirituales.
Descubrimiento del cuerpo incorrupto
Después de haber pasado cinco años de su muerte,
sus hijas todas hablaron en la recreación de los deseos que tenían de ver si se
había cumplido lo que el Señor, ya cuando estaba en Santa Ana de Valladolid, le
había revelado a M. Evangelista de que su cuerpo no se corrompería. Pidieron
permiso a la prelada, que era la M. Francisca de San Jerónimo, para abrir la
sepultura, que estaba en la Sala Capitular, permiso que les fue dado pensando
que no tendrían ánimo para ejecutarlo.
El día 21 de octubre de 1653, las mismas monjas
durante la noche comenzaron a cavar para abrir la tumba, y así como se quitó la tabla del ataúd, lo vimos todas por algún rato.
Para más certificarnos, sobre el hábito blanco tenía un manto azul y bordado de
estrellas[34].
Y fue tan grande el regocijo de todas de ver aquel prodigio, que levantamos
todas la voz diciendo: ¡Vestida está de hábito de la Concepción…![35]
Lo cual oyó una seglar vecina del convento, y muy afecta de él, que se llamaba
Dña. Luisa del Águila, y vino luego al torno a preguntar qué había sucedido,
pues había oído en el convento muy grandes voces que mostraban alegría. Refiriósele el caso, de que ella tuvo muy
particular gozo.
El capellán de la comunidad, D. Juan Bautista
Gallego, hizo muchas pruebas en el cuerpo, cogiéndolo y dejándolo caer de
golpe, y moviéndolo fuertemente para experimentar si estaban unidos los
miembros. El resultado es que nada en él se deformó ni había signos de
descomposición en el cuerpo. Lo más admirable es que las tablas del ataúd
estaban chorreando agua, la cogulla y demás ropa con que la enterraron estaba
hecha agua y podrida y, sin embargo, su cuerpo estaba completamente seco.
De la Sala
Capitular se llevó el cuerpo al coro porque, habiendo corrido
la voz por toda la villa, todos querían verla. Allí estuvo expuesta dos días, mientras
se hacía una caja y un nicho en la pared del mismo coro, donde se volvió a
enterrar.
El olor que
hubo en el coro todo el tiempo que lo tuvimos en él, permaneció por muchos días
en dicho coro y, particularmente, cuando bajábamos a Maitines, que habían
estado las puertas cerradas. Era entrar en un paraíso y la alegría que se
reconocía en la casa era tan grande que solo el que lo obró lo puede dar a
entender.
Concluye el relato de los hechos con esta
exclamación de las monjas: ¡Bendito sea
el Señor por siempre, que nos hizo hijas de tan santa Madre y tan amada suya![36]
Actualmente
Aunque través de toda la historia del monasterio
siempre ha habido un deseo en la comunidad de dar a conocer más las virtudes
heroicas de M. María Evangelista, no se encontraba la posibilidad de hacerlo, por
los motivos que se indicarán en otro documento. Mas en la comunidad ha permanecido
la admiración y devoción siempre, lo que se manifestaba en las conversaciones
entre las monjas, citando sus enseñanzas y ejemplo de santidad con mucha frecuencia,
así como, rezando de forma individual ante su
tumba casi todos los días. En el pueblo hay personas que mantienen su devoción a
través del Cristo de la Sangre, ante el que rezan y ponen velas. Con frecuencia
piden aún el Paño con que ella limpió el rostro de Cristo cuando sudó sangre,
para aliviar la difícil agonía de un moribundo. Nunca ha manifestado nadie que
haya sido ineficaz; todo lo contrario.
La Comunidad actual admite que nunca antes
ninguna monja ha tenido la iniciativa de escribir los testimonios de las
gracias recibidas, aunque siempre les llenaba de alegría y daban gracias a
Cristo por estos favores.
Monasterio Cisterciense de la Santa Cruz
Casarrubios del Monte - Toledo
[1] FRANCISCO
DE VIVAR (Mtro. Fr.). Monje cisterciense, nació en mayo de 1584, hijo de padres
nobles, naturales de Paracuellos. Estudió en la Corte de Madrid y en 1601,
cuando tenía 17 años, tomó el hábito en el monasterio cisterciense de Santa
María de Nogales, por entonces diócesis de Astorga. Después siguió estudiando
en San Claudio, en donde tuvo por maestro de filosofía al P. Fray Gregorio de
Aranda. Más tarde siguió estudiando en la Universidad de
Salamanca. En 1618 era prior en el monasterio de Nogales y en 1620 pasó a la Curia Romana con el cargo de Procurador
General de la Congregación de España, siendo muy estimado y valorado por el papa
Urbano VIII. Después de algunos años en Roma, volvió a España, trayendo a su
monasterio de Nogales muchas reliquias, especialmente los cuerpos de San
Valeriano mártir y Santa Flora virgen. Siendo abad del monasterio de Sagramenia,
uno de los monasterios con la observancia más rígida, vino a disponer la
impresión de la obra de Marco Máximo a Madrid, en donde le sorprendió una
infección llamada tabardillo, de que en 7 días murió, el 8 de diciembre de 1635,
cuando tenía 51 años de edad. Diose sepultura a su cuerpo en la Capilla de
Nuestra Señora del Destierro del Monasterio de Santa Ana en Madrid. Tenía 51
años de edad y era de estatura alta y hermosa fisonomía. (Joseph Antonio
Álvarez y Baena, Hijos de Madrid ilustres
en Santidad. Dignidades, armas, ciencias y artes. Diccionario Histórico.
Tomo segundo. Madrid 1790.
[2] En el monasterio de
Santa Cruz se conservan algunos originales, y bastantes copias
de estos escritos.
[3] Doctor don Francisco
Rodríguez de Neira, autor de la
Historia del divino Hieroteo, Obispo de Segovia.
[4] Se discute si su
nacimiento fue el día 18 de enero porque así lo refieren algunos documentos,
pero este fue el día de su bautismo. Lo desmienten otros que afirman que fue el
día 6. Así nos lo dejó dicho la Sierva de Dios en sus
escritos y así lo refieren sus religiosas hijas por inconcusa tradición que han
continuado desde las primitivas compañeras, en cuya memoria ceden en ese día
festivos obsequios cada año a su amantísima prelada, como quien simboliza a la
venerable fundadora, siendo estas alegres expresiones en su cumpleaños, recreo
feliz de tan dichoso día, que contesta ser el de su dichoso nacimiento. (Libro
I de D. Pedro de Sarabia).
[5] Uno de sus parientes
fue el dominico P. Juan Malfaz que, al igual que su prima, nació en Cigales, el
14 de febrero de 1628. Era hijo de Domingo Malfaz y Ana Conchuelo, tíos
carnales de María Evangelista. Entró en la Orden dominicana y llegó a ser catedrático del
Colegio de San Gregorio de Valladolid. Hacia el año1660, accediendo a las
súplicas de la noble dama montañesa Dª Ana María Velarde, fue nombrado como
prior en el convento de las Caldas en Cantabria, en el que con su llegada
comienza una nueva época de esplendor. Es P. Juan Malfaz el que inicia en 1663
la construcción de un nuevo Convento y el Santuario de Ntra. Sra. de las Caldas
en la falda de la montaña. Murió en 1680. (Libro I de D. Pedro de Sarabia).
[8] Las monjas legas se
dedicaban a los quehaceres domésticos para que las monjas de coro pudieran
dedicarse más totalmente a las divinas alabanzas, por estar libres de otras
ocupaciones exteriores importantes
[9] Libro I de D.
Pedro de Sarabia.
[10] Ídem.
[11] Ídem.
[12] Ídem.
[13] Cabida
[14] Libro I de D.
Pedro de Sarabia.
[15] Así se manifestó la
Madre Francisca de San Bernardo, que por entonces era la abadesa. (Libro I de
D. Pedro de Sarabia).
[16] Carta de Madre
Micaela María.
[17] Carta de Madre
Ana de Jesús María.
[18] Oficio que las eximía
de la asistencia al Coro, y de cantar en él Oficio Divino.
[19] Oficios que sí le
permitían la asistencia al Oficio Divino cantado con toda solemnidad.
[21] Ídem.
[22] Ídem.
[23] Carta de Madre
Ana, 24 de enero de 1665.
[24] Carta de M. Micaela de 6 de mayo de
1663.
[25] Libro I de D.
Pedro de Sarabia.
[26] Relación-Historial pg 12. Cuando vivían en Madrid en casas propias,
que hoy goza el convento y tiene por suyas… Como no tenían hijos y estaban bien
acomodados, se portaban con gran ostentación y regalo. Tenían tan ricamente
alhajada su casa que en la Corte ,
donde hay tanta grandeza y riqueza, sobresalía, y muchas personas por
admiración iban a verla. Todo lo dejaron por Dios, y al paso que gozó de esta
grandeza en el siglo, se humilló y empobreció por Su Majestad con tanto
extremo, que no poco edificó y admiró a los que la conocieron en un estado y
otro.
[27] Relación-Historial
escrita por M. Gertrudis del Smo. Sacramento.
[28] Uno era D. Juan
Carrillo de Salcedo, Canónigo que fue después de la Santa Iglesia de
Toledo y sumamente devoto de nuestra Venerable Madre Mª Evangelista.
[29] Relación-Historial.
[30] Ídem.
[31] Salmo 90: “Tú que
habitas al amparo del Altísimo...”
[32]
Relación-Historial.
[33]
Relación-Historial.
[34] Ellas
mismas certifican en la Relación-Historial de M. Gertrudis que se enterró con
un hábito muy viejo y deslucido.
[35] Las monjas juzgaron
que quería expresar con ello la devoción que tenía a la Virgen en la advocación de la Purísima Concepción
y la pureza de su alma.
[36]
Relación-Historial.