D. Pedro Rodríguez, Director espiritual del Seminario Menor de Toledo. |
Con mucho gusto
escribo estas letras a petición de las monjas del Monasterio Cisterciense de la Santa Cruz de
Casarrubios del Monte.
Mi
cercanía y afecto a las Hermanas en calidad de confesor suscita en mí un gran
deseo de conocer a esta alma privilegiada que caminó con perfección por el
sendero de la entrega radical a Jesucristo, me refiero a la M. María Evangelista,
fundadora de este Monasterio en el siglo XVII.
Son
ahora los momentos de sacar más a la luz la vida y escritos de esta monja
Cisterciense Madre María Evangelista para que acercándonos a ella conozcamos la
obra que el Espíritu hizo en su alma y cómo colaboró con su libertad no
queriendo obstaculizar a Dios en los designios que tenía sobre su vida.
El
Santo Padre Benedicto XVI nos dice lo que una persona que vive su fe desea
hacer para ir por el camino de la santidad: “Un santo no es aquél que realiza
grandes proezas bastándose en la excelencia de sus cualidades humanas, sino el
que consiente con humildad que Cristo penetre en su alma, actúe a través de su
persona, sea Él el verdadero protagonista de todas sus acciones y deseos, quien
inspire cada iniciativa y sostenga cada silencio”.
Bien
se puede aplicar a la M.
María Evangelista esta definición, pues no buscó en su vida
sino dejar a Cristo que fuera el verdadero protagonista, fue forjada desde el
principio en el taller de la humildad y buscó desde su profunda devoción,
identificarse con Jesucristo crucificado. No pudo llevar ese nombre de la Cruz en su Toma de Hábito,
pero todo este Monasterio fundado por ella vive a la sombra de a Santa Cruz. Y
fue aquí donde la M. María
Evangelista ante el lienzo del Cristo de la Sangre sintió la invitación del Señor a enjugar
su rostro y a aliviar sus angustias.
Es
así como desde su entrega a Cristo y a las Hermanas de comunidad irá trazando
ese camino de perfección, por el camino real de la cruz que es sendero cierto
para el cielo.
Admira
su gran docilidad a quienes fueron sus consejeros y guías espirituales en su
vida. Esa docilidad es señal cierta de virtud, por eso desde la luz de los
grandes maestros del espíritu en la victoria de la Orden del Císter, buscó en
todo servir a Cristo y no ser sorda a la voz del Maestro, si ni diligente en
hacer siempre y en todo la voluntad de Dios.
Que
la vida y ejemplo de la M.
María Evangelista nos anime a ser fieles a nuestra vocación y
a las exigencias de nuestra fe.
Que
pronto podamos ver en los altares a esta alma escogida, que brilló por su
fidelidad en el amor a Dios y a la
Iglesia.
D. Pedro Rodríguez