12 noviembre 2025

Homilía para la fiesta de San Juan de Letrán - 9 de noviembre de 2025

 

P. Lluc Torcal (Procurador General de la Orden Cisterciense)

El 27 de octubre, el papa León XIV autorizó a la Congregación para las Causas de los Santos a promulgar el decreto sobre las virtudes heroicas de la Sierva de Dios, Madre María Evangelista Quintero Malfaz, fundadora del Monasterio Cisterciense de la Santa Cruz en Casarrubios del Monte.

La monja cisterciense, abadesa y fundadora, en un texto de su obra «Misericordias de Dios Comunicadas» (n.º 5, día de San Juan, 27 de diciembre de 1633), contemplando el misterio de la Santísima Trinidad, pone estas palabras en boca de Dios: «Mi deleite es que el alma me conozca. Sois para mí como joyas que adornan mi casa».

Hoy, en la fiesta de San Juan de Letrán, catedral de Roma, madre y cabeza de todas las iglesias, hemos escuchado proclamar en el Evangelio: «Los discípulos recordaron lo que está escrito en la Escritura: «El celo por tu casa me devora». Estas palabras que los discípulos recordaban son adecuadas para el episodio que ellos mismos acababan de presenciar, al ver a Jesús expulsar del Templo a los vendedores y cambistas, mientras gritaba: «Quiten esto de aquí; no conviertan la casa de mi Padre en un mercado». El Templo se había convertido en un mercado: dentro del recinto sagrado, dedicado a la oración y a las ofrendas a Dios, se comerciaba y se regateaba como en cualquier otra plaza pública. No es de extrañar que la reacción de Jesús se haya invocado tan a menudo para denunciar los excesos de la Iglesia, especialmente de la Iglesia de Roma.

Pero el celo por el templo que consumía al Señor no se dirigía tan directamente a las estructuras materiales de un templo o iglesia en particular, sino a la casa de su Padre, al templo de Dios, al santuario de su cuerpo. Los templos, las iglesias de piedra construidas por manos humanas, albergan y protegen el templo de Dios y, por esa misma razón, no pueden convertirse en un mercado o en un lugar de ostentación mundana. Pero el gran problema surge cuando el verdadero templo de Dios se convierte en un mercado. ¿De qué templo de Dios estoy hablando si no me refiero a los construidos con piedras o ladrillos? La Primera Carta a los Cristianos de Corinto nos dice: «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? El templo de Dios es santo, y este templo sois vosotros».

El verdadero celo del Señor es por este templo, ese templo del que San Pablo proclama: «Hermanos, vosotros sois un edificio construido por Dios», aquel que tiene como único fundamento «al que está puesto: Jesucristo». Es de este templo de donde deben ser expulsados los mercaderes y los cambistas, los terneros y las ovejas; todas estas cosas convierten la casa del Padre de nuestro Señor Jesús en un mercado. El Señor quiere que expulsemos de nuestro corazón nuestros cálculos, nuestras reservas, nuestros temores, y que nos abandonemos completamente a Él. Siempre estamos haciendo cálculos dentro de nosotros: ¿cuánto debemos dar de nosotros mismos? ¿Qué ganaremos con esta actitud? Compramos y vendemos para mantener el control de nuestras propias vidas y, muy a menudo, de las vidas de los demás. Son estos mercaderes los que el Señor quiere expulsar de nuestro corazón.

Y es que, verdaderamente, el Señor tiene celo por la casa de su Padre, esa casa a la que se refiere la Madre María Evangelista cuando escribe: «Tengo mis propias delicias en el alma que me conoce. ¿No veis que sois pequeñas migajas de mi ser? Sois como joyas que adornan mi casa». Cristo quiere que comprendamos de una vez por todas que Dios quiere entrar en nuestra casa, que Dios quiere que lo conozcamos y se regocija cuando le dejamos permanecer en nuestro corazón: «Tengo yo mis contentos». ¿No sabemos que en el corazón del cristiano está el Dios que en Cristo se revela a la humanidad? En Cristo, en quien habita la plenitud de la divinidad, se ha manifestado el misterio de Dios, se ha abierto el cielo y ha descendido a la tierra. Dios quiere ser conocido por los hombres, amado por nosotros que somos la niña de sus ojos. El misterio de Dios ha sido revelado para que Dios sea conocido: y por esta razón somos el templo de Dios, para que en nosotros y a través de nosotros el misterio pueda seguir manifestándose.

Por eso, Dios nos pide que nos abandonemos y confiemos plenamente en él, para que, al darnos cuenta de que somos «como migajas de su Ser», migajas de Dios, comprendamos vívidamente que lo que realmente somos está escondido en Cristo, pues nuestra vida solo se vive en relación con Dios, que es su fuente absoluta. De ahí el celo de Cristo: Él, que ha traído el fuego a la tierra y ya desea verlo arder, no con llamas destructivas, sino con corazones encendidos por el Espíritu Santo espíritu Divino y convertidos en el deleite del Padre: «Mi deleite es que el alma me conozca».

Por eso la Madre María Evangelista, profundamente arraigada en la tradición cisterciense, con sus palabras, su experiencia, su vida, nos recuerda que la vida monástica cisterciense no es otra cosa que esto: responder con amor a la llamada de un Dios que, amándonos infinitamente, viene al encuentro de cada uno de nosotros para pedirnos que le dejemos entrar en nuestro corazón, para llenarnos de su amor y convertirnos así en lo que ya somos: «Sois como joyas que adornan mi casa».

Abramos, pues, nuestro corazón al Señor en esta fiesta en la catedral de Roma, para que Él vuelque todas las mesas de los cambistas que hay en nosotros y, llenos de celo, nos convierta en una casa para su Padre, que se regocija de alegría cuando le permitimos morar en nosotros.

 

09 noviembre 2025

Celebración en acción de gracias por la en el Monasterio de Santa Ana de Valladolid: Venerable M. María Evangelista

            El 8 de noviembre de 2025 a las  12:00 h se celebró una Misa de acción de gracias en el Monasterio Cisterciense de San Joaquín y Santa Ana (Valladolid) por la declaración de “Venerable” de M. María Evangelista Quintero Malfaz.  

Se trata del  “reconocimiento de las virtudes heroicas” de la que hasta ahora ha sido “Sierva de Dios” Madre María Evangelista, por parte del Papa León XIV. Presidió la celebración, Mons. Luis Argüello, arzobispo de Valladolid.

 En su homilía durante la Misa, Monseñor Luis Argüello destacó la centralidad de Cristo crucificado en la vida de la ya Venerable monja cisterciense, subrayando  cómo vivió profundamente unida a Cristo crucificado, configurando su existencia como una ofrenda constante por la salvación de las almas y cómo viviendo las Virtudes heroicas, hoy sigue siendo un testimonio vivo en nuestro tiempo que nos invita a imitarla y a vivir con radicalidad el Evangelio en medio de las dificultades del mundo moderno.

Estimulado en este momento por el carisma cisterciense, el arzobispo habló del “corazón de la esperanza” como la capacidad de vivir en Dios y desde Dios, incluso en tiempos de incertidumbre. Destacó que la vida de Madre María Evangelista es un signo profético para la Iglesia, especialmente en una época que necesita testigos silenciosos, fieles y entregados.

  Invitó a los presentes a dar gracias por el don de esta mujer de fe y a comprometerse en la oración por su causa de beatificación, así como en la imitación de su ejemplo.