28 diciembre 2015

DISCURSO DEL POSTULADOR GENERAL DE LA ORDEN CISTERCIENSE

EN EL CAPÍTULO GENERAL DE 2015


            Aun pudiendo parecer extraño, mi intervención tendrá como base el título de una famosa frase de Cicerón: Cicero pro domo sua, por lo que yo hablaré a mi favor o mejor, a favor de la santidad proclamada por la Iglesia. Me  gustaría hacerlo comenzando con las palabras del grande teólogo Hans Urs von Balthasar que escribe sobre Teresa de Liseux e Isabel de la Trinidad: “Dios mismo pone (a los santos) como hitos, como signos distintivos, como ejemplos válidos y explicativos del Evangelio para hoy y quizás también para los siglos futuros. Ciertos santos “se abaten sobre la Iglesia como rayos celestes, en cuanto deben hacer conocer la voluntad única e irrepetible de Dios”. El pueblo de Dios en seguida advierte que ellos son grandes regalos que Dios les da, no solamente como “patronos” para invocarlos en determinadas necesidades, sino luces puestas por Dios en medio de la Iglesia  para calentarla e iluminarla. Para el pueblo representan sobre todo una nueva forma de imitación de Cristo sugerida por el Espíritu Santo”.[1] Surge espontáneamente preguntarnos si estamos verdaderamente convencidos que los santos son Grandes regalos de Dios, o bien ¿pensamos que son una “creación” de la Iglesia para sonsacar dinero a los fieles con los procesos de canonización o para favorecer los deseos de un pueblo ignorante? Perdonad esta pregunta pero, desgraciadamente, está constatado que el prejuicio sobre este tema está muy difundido; después daré breves ejemplos.

             En estos cuatro años en los cuales he desarrollado el cargo de Postulador General, he tenido la impresión, espero que equivocada, que no se comprende plenamente el “Estupor y admiración por los Santos, esplendor de la Iglesia y gloria de la humanidad”[2].

            Concretamente en mi nombramiento aprobado por la Congregación de la Causa de los Santos el 25 de noviembre del 2011, he encontrado  presentes en la congregación, las siguientes causas:

            1. Beato Vincenzo Kadlubek
            2. Venerable Verónica Laparelli
            3. Venerable Felice Kebreamblach
            4. Siervo de Dios Jean Leonard

            Exceptuando Dom Felice, las otras causas estaban dormidas, es decir, que ya hacía bastante tiempo que ninguno se ocupaba de ellas. Tuve cuidado de sondear el terreno de estas causas. Algo se ha movido por parte de los monasterios,  principalmente interesados, pero todavía es demasiado poco. Entretanto se han introducido en las diócesis las siguientes causas:

            1. Sierva de Dios Madre María Evangelista
            2. Siervo de Dios Padre Simeone Cardon y cinco compañeros mártires
            3. Siervo de Dios Padre Henri Denis Benoit

             A estas causas se añade la de P. Plácido Grenenec y cinco religiosos de la Abadía de Sticna que, por el momento, permanecen en el grupo de 204 mártires eslovenos presentados a la congregación de la Causa de los Santos por la Conferencia Episcopal Eslovena, cuando, si se decide, el monasterio de Sticna puede separarse de ellos y hacer que la causa vaya adelante individualmente, como así me ha confirmado el arzobispo de Lubiana.  Lo mismo referimos de los irlandeses Padre Gelasius O’Cullenan y Padre Luke Bergin que forman parte del segundo grupo de los Mártires de Irlanda, cuya causa, con otros cuarenta mártires, tiene como actor a la diócesis de Dublín. En este caso no he podido hacer mucho.

            La causa de Madre Evangelista, terminado el proceso diocesano, está siendo ahora analizada por la Congregación de la Causa de los Santos.

            A mi parecer se habrían podido abrir otras causas (pienso en Hungría: el Abad Wendelin y Sor Mónica).
            Un Capítulo aparte es la causa del Doctorado de Santa Gertrudis de Helfta; yo soy el vicepostulador y ecónomo de la causa. La causa a pequeños pasos, en colaboración con la Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia y la Congregación Benedictina de Solesmes, va adelante aunque la respuesta del episcopado Alemán no ha sido precisamente positiva y además se siente el influjo de los prejuicios. La Conferencia Episcopal Alemana ha puesto , a mi parecer, muchos pretextos inútiles en cuanto se refiere a la Santidad de vida de Gertrudis, repitiendo continuamente el término “autenticidad”, olvidando que existe en este sentido una tradición consolidada. Por otra parte, se cuenta con el apoyo de la casi totalidad de las Conferencias Episcopales de Hispanoamérica y de otras instituciones eclesiales. Madre Hildegarda podrá tratar mejor esta cuestión. No se trata de dar un título de licenciada a Santa Gertrudis, sino más bien, de estimular a los fieles (comprendidos entre ellos los monjes) a caminar, con los pies en la tierra, -de acuerdo-, pero sobre todo con la mirada del corazón dirigida a Dios: esta es la enseñanza de la santa de Helfta que durante siglos ha impartido a generaciones de fieles, tanto que es la única mujer que en la Historia de la Iglesia se le ha asignado el título de “Grande”.

            Además de esto, tantas persona escriben para tener objetos devocionales de nuestros monjes, por tanto he hecho imprimir libritos, estampas y producido un DVD, que puedan ayudar a los fieles en su camino de fe. A este propósito, mi conocimiento de idiomas es escaso y con alguna ayuda he podido hacer algo en español además del italiano. Si tuviese algún apoyo para las traducciones se podría hacer mucho más.

            Alguno sonreirá después de haber escuchado los términos de objetos devocionales, como respuesta a tal sonrisa, hago mía las palabras de Péguy hacia uno que lo acusaba que su libro sobre Juana de Arco era fruto de ingenuidad porque no tenía un sólido fundamento escriturístico e histórico; Péguy respondió: “En el fondo de lo que piensa (su denigrador), digámoslo sin pudor, es que aquellos que creen (en la santidad) son imbéciles… Que quien cree, no es verdad, es siempre un poco bobo, entre nosotros, un poco estúpido, un poco ingenuo. Él (el tipo que sonreía sobre su Juana de Arco), es uno de los más altos ejemplos de hombres que no creen y pretenden restringir la fe de los otros”. Os invito a no delimitar la fe ajena, en este campo, casi como si nosotros estuviésemos en un Olimpo de personas privilegiadas que, ricas por sus estudios, puedan estar cerca de Dios, puedan hablar de Dios sin necesidad de nada.

            El mensaje de un santo no puede envejecer porque el santo vive en su tiempo concreto el Mensaje evangélico; puede envejecer la forma de vivir este mensaje, pero nunca el amor que ha movido a estas personas y es precisamente en este amor donde debemos encontrar estímulo para vivir nuestra vocación monástica.

            Los santos hablan, también si han vivido hace siglos, de la vitalidad de nuestra Orden: entre los últimos santos y beatos proclamados por el Papa Francisco, más de una decena han vivido en el siglo XVII, el siglo de la Madre Evangelista, otros son de siglos precedentes como Verónica Laparelli, unos quince en el siglo XIX y cerca de veinte en el siglo XX: precisamente en estos días han sido proclamadas las virtudes heroicas de Sor Benedetta Frey muerta en 1913, monja cisterciense del monasterio de la Duquesa de Viterbo: ¿cómo no ver en ella una ejemplo y un estímulo de resignación en la enfermedad no dejando atrás su consagración de monja cisterciense? No olvidemos que los santos son siempre la verdadera actualidad del carisma de una Familia religiosa.

            Cómo no fijarse en la fidelidad al carisma en las palabras de P. Simón Cardon (uno de los mártires de Casamari) que, después de haber sido herido de muerte, dijo al general francés que vino en su ayuda: “Cuando tomé este hábito he renunciado a la ayuda de los hombres. Sometido sólo a Dios, no haré nada para abreviar  mi vida ni haré nada para prolongarla… Yo perdono a aquellos que me han causado esta noche de expiación”. O bien el Padre Felice Ghebre Amlak que consciente de su cercana muerte escribe al prior de Casamari: “Le ruego de obtenerme una gracia, es decir: si como mi muerte es inminente, deseo morir unido a este ideal de vida monástica ya emprendido, y por esto, si es posible, poder hacer la profesión solemne… Yo, vivo o muerto quiero permanecer en este monasterio. Si el Señor me dice de esperar, esperaré, para aquel monasterio que se fundará, pero si me llama antes soy siempre hijo de la Regla de S. Benito, hijo de S. Bernardo y Cisterciense, espero morir así”.

             ¿Cómo no maravillarnos del camino monástico de Madre Evangelista que a pesar de las adversidades, desde su entrada a las Cisterciense Recoletas como Conversa mientras ella deseaba ser Corista, a la fundación del monasterio de Casarrubios del Monte, se mantuvo fiel a su vocación monástica? En una visión la Madre, ve a San Ignacio de Loyola y San Bernardo y el rostro de este último está más resplandeciente; la Madre Evangelista asombrada se dirige a Jesús pidiéndole una explicación, le responde: ¡Pídeselo tú, a tu Padre! En San Bernardo ella descubre la paternidad de la Orden a la cual no despreciará.

            No es posible silenciar tampoco la experiencia  monástica y mística de la Venerable Verónica Laparelli de la que se afirma que: De su Patriarca S. Benito le fueron consignadas una vez las reglas, y del Padre S. Bernardo le fueron comunicadas unas instrucciones exactas que la llevaron a la perfección ansiada[3].

            Haciendo un salto de algunos cientos de años, el Diario de sor Mónika no puede dejar de estimularnos a vivir plenamente nuestra vocación; escribe en el prefacio al Diario el cardenal Hans Urs vonBalthasar: “elige libremente, sin constricciones, la pobreza y espera la misma elección de los demás. Se une en el curso de toda su vida el cielo y la tierra, abiertos: el primero hacia la tierra, la segunda hacia el cielo. La sencilla liturgia en la espiritualidad de san Benito, que todo lo invade –y que la comunidad practica en modestas habitaciones- es el signo elocuente de tal unidad”[4]. Después de haber pronunciado los votos, el uno de enero de 1959 escribe en su Diario: “Me hubiera gustado muchísimo enseñar a los jóvenes (las jóvenes de la comunidad) a amar la Regla, a fin de que se convierta verdaderamente en el pan de sus almas, para que resuene dentro de ellas tanto en la alegría de la fiesta, come en las fútiles dificultades de la vida cotidiana”[5].

            No olvidemos al abad Wendelin que después de ser torturado, fue amenazado que la imagen de la Orden sería destruida a base de calumnias y que tenía 72 horas de tiempo para reflexionar y adherirse a la petición de sus torturadores (admitir que era un espía); él responde: No necesito ni siquiera de un minuto para reflexionar, no hay nada que reflexionar. Las torturas y la prisión continuaron por años.

            Estos sólo son algunos ejemplos de fidelidad intrépida y alegre al carisma monástico de algunos de nuestros hermanos y hermanas; mi misión es la de no hacer caer en el olvido su precioso testimonio: Cristo tiene necesidad de Testigos para instaurar Su Reino y éstos, no lo son de un monasterio o de una Orden, sino de toda la Iglesia.

            Termino con las palabras del cardenal Juan Colombo, arzobispo de Milán en los turbulentos años del post-Concilio: “Cuánto me gustaría que mis sacerdotes tuvieran entre sus manos cada día un libro de la vida de un santo”[6]. Quizás si también los monjes cistercienses tuvieran, cada día, entre las manos un libro de la vida, al menos de un santo de la propia Orden… Os dejos a vosotros la continuación. Gracias por la paciencia de haberme escuchado.
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[1] H.U. von  Balthasar, Sorelle nello spirito, Teresa di Liseux e Eelisabetta di Digione, p. 26-27, Jaka Book, Milano 1991.
[2] Título de la introducción al Studium de la Congregación de la Causa de los Santos, en la Pontificia Universidad Urbaniana el 12 dicembre 2012, por parte del cardinal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación de la Causa de los Santos.
[3] F.M. Salvatori, Vita della Venerabile Veronica Laparelli di Cortona, Roma 1779, p. 124.
[4] Monika, Diario, Ediciones Piemme, Casale Monferrato 1996, p. 6.
[5] Ibid., p. 67.
[6] I. BIFFI, Il cardinale Giovanni colombo, Jaca Book, Milano 2012.

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